Hubo una vez un Hermann Escarrá que fue opositor. Sí, un Escarrá que denigraba del régimen y denunciaba sus actuaciones sin importarle que, en ese bando, estaba su hermano. De eso, hace una década más o menos. En el año 2007, si mi memoria no falla, Escarrá era, incluso, un vocero de la oposición. Más de una vez lo entrevisté y, con esa formalidad tan suya, decía –y me permito citarlo–: “Este es un régimen caracterizado por el maridaje inmoral entre la casta política que se ha entronizado en el poder y el usufructo de los dineros públicos. Por eso, uno los ve por ahí comprando casas en Miami, comprando casas en las principales urbanizaciones. Los mejores y más importantes vehículos son ellos quienes los tienen; es decir, se trata de una nueva casta política, una nueva casta económica, que se ha montado sobre la corrupción y se ha enseñoreado sobre toda la nación. Eso es lo que hay que enfrentar. Y por eso es que nosotros decimos que nuestra lucha no es solo enfrentar el proyecto de destrucción de la República sino reconstruir la restauración ética y moral de Venezuela”. Increíble ¿no? Es el mismo Hermann Escarrá que hoy tiene prohibida la entrada a Estados Unidos porque al gobierno estadounidense le huelen muy mal las lujosas propiedades y negocios que tiene en Florida.
Esa ambigüedad, esos saltos de talanquera, los cambios de opinión, no sé a qué atribuírselos; pero, lo que sí puedo asegurarles es que, en aquel entonces, cuando conversábamos con él, enfatizaba lo que teníamos que hacer para salir de este régimen. Cuando lo consultábamos, indicaba: “El gran problema que tenemos en la oposición, el enorme problema que tiene el liderazgo opositor, es que desconoce la naturaleza del régimen”. Y además señalaba que nos faltaba organización ciudadana. Que teníamos que desconocer al régimen y apoyarnos en la Constitución. Que no era solo convocar a una marcha, sino permanecer en la calle, sin retorno, hasta que el régimen cayera. ¡Que nosotros, la sociedad civil, la ciudadanía, teníamos que acorralar al régimen! Sin embargo, el régimen del que despotricaba y calificaba con los más horrendos epítetos, lo sedujo. Tanto lo atrajo, que fue una pieza clave para que Nicolás y sus secuaces consumaran su fraude constituyente, que Escarrá avala como asambleísta.
Seguimos sin conocer la naturaleza del régimen. Un régimen al que hemos logrado arrinconar en varias ocasiones y que, de la mano de algunas de las oposiciones –que reculan en la estrategia– se oxigena y recupera las fuerzas. Ya en 2007, Escarrá nos decía lo que teníamos que hacer para salir de este desgobierno, y no lo hicimos. Ahora, el narcoestado corrigió sus debilidades y se fortalece. Gobierno y oposiciones se han burlado del diálogo, en todas las oportunidades habidas y por haber. La MUD dijo: “No más diálogo hasta que se cumplan todas las condiciones”, y mintió. La MUD dijo: “No iremos a elecciones porque el fin es salir de Maduro este año y rápido” y mintió. La MUD dijo: “Hay que promulgar el abandono del cargo y restaurar todos los poderes públicos” y mintió. La MUD dijo: “La calle es la salida y los muertos son héroes” y mintió. La MUD dijo: “No negociaremos con el régimen” y mintió. El régimen dice: “Esta revolución cada día se fortalece más. Hasta el 2030 y más” y no miente. Porque, en estos momentos, cualquier diálogo fortalece a la narcomafia que gobierna.
Nicolás Maduro le ratifica al mundo que en Venezuela hay diálogo entre el gobierno y la oposición. Se jacta de ello. Y sus secuaces y los cómplices no tardan en refrendarlo. Ese diálogo, con elecciones, hará que el mundo reconozca a Nicolás y a su constituyente corporativa. Permitirá que Maduro logre reconocimiento y legitimidad. Y no es que me niegue al diálogo, pero, caramba, ya está bueno de engaños. Para dialogar hay que saber, con reglas del juego claras y que se cumplan, quiénes son los contendores. Los gobiernos democráticos del mundo se conmueven cuando hasta el más sangriento dictador anuncia diálogo. Y eso ha sido así históricamente. Los países no se resisten a las salidas democráticas aun cuando estén teñidas de corrupción y teatro. Les conceden el beneficio de la duda a la intención de enmendar pacíficamente los errores. Este nuevo acercamiento entre el régimen y personeros de la MUD, detendrá las sanciones a la narcomafia. Frenará las actuaciones contra sus crímenes de lesa humanidad. ¿Para eso es el diálogo? ¿Para que el narcorrégimen no reciba los castigos que le esperan?
Diego Arria aseguraba que “es un hecho sin precedente en el mundo que narcos y criminales estén en pleno control de una nación”. Ante esto, solo nos queda la civilidad y la ciudadanía como estrategia. La protesta sin retorno era la propuesta de aquel Escarrá opositor cuando todavía no había ayudado a blindar a la dictadura jurídicamente, y cuando el partido militar aún no estaba tan consolidado ni tan armado como está ahora.
Una de las últimas entrevistas que hice en Puntos de vista, antes de que cerraran la emisora, fue al profesor Agustín Blanco Muñoz quien refirió que, cuando la revolución advirtió que no tenía cómo ganar elecciones, promovió la violencia. Y el TSJ se encargó de montar las trampas. Esa es la naturaleza de este régimen. Es perverso como aquel que un día descubre que es más fácil –y más rentable– unírsele que combatirlo.
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