En enero de 2008 fue asesinado en un hotel de Mérida el colombiano Wilber Varela, alias Jabón. Jefe del cartel de la droga Norte del Valle que operaba en el suroeste de su país, el gobierno de Hugo Chávez le había procurado lo que sería un “refugio seguro” para librarlo de la persecución de las autoridades colombianas.
La justicia estadounidense sabe que Jabón operaba en Colombia desde 2004, desde donde pagaba a altos oficiales del Ejército “bolivariano” para que ayudaran a su organización en la exportación de cocaína desde Venezuela. Pero esta historia sucia no terminaba allí: además debían colaborar en el blanqueo de capitales y el asesinato de rivales e informantes.
Esa siembra del mal en Venezuela explica el enorme poder e impunidad que hoy exhiben los narcos venezolanos, que permiten el tránsito anual por territorio nacional de entre 240.000 y 300.000 toneladas de droga destinadas a Estados Unidos y Europa, según cálculos de la ex juez antidrogas Mildred Camero, coautora del libro Chavismo, narcotráfico y militares.
Como toda empresa perversa, el entramado de delitos y alianzas con terroristas y la mafia internacional agrava la situación de miseria en la que tanto ladrón ha hundido el país y complica una salida a la crisis. De allí el justificado alerta que lanzó esta semana Luis Almagro, secretario general de la OEA: “Irán y Hezbolá tienen una sólida base de operaciones en Suramérica en alianza con la narcodictadura de Nicolás Maduro. Si fracasamos en Venezuela, representa una victoria para el terrorismo, la delincuencia transnacional organizada y el antisemitismo”.
Una fuente militar colombiana citada esta semana por el portal estadounidense Bloomberg aseguró: “Tenemos la evidencia clara y la inteligencia necesaria para afirmar que el ELN se considera parte de la defensa de la revolución del régimen de Maduro”.
La presencia del ELN en Venezuela, como sabe el Comando del Sur estadounidense, abarca al menos 12 estados, donde trafica con las cajas CLAP y hasta enseña cómo derribar aviones con armamento ruso.
Es parte del “legado” del comandante eterno a sus herederos perversos, pero cobardes, que persiguen periodistas y medio de comunicación que denuncian sus crímenes. Y esa cobardía se las transmitió vía ADN el galáctico, que vociferaba que en sus tiempos de militar activo le daban ganas de pasarse al enemigo cuando le ordenaban perseguir guerrilleros. Pero terminó como héroe del Museo Militar cuando otros se batían en combate. Otros, a su tiempo, se disfrazaron para esconderse a la hora de los hombres.
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