“Solo se destruye lo que se sustituye”
Saint Simon
Llega el tiempo de hacer un balance de la experiencia chavista para Venezuela. No parece difícil si tomamos en cuenta la evidencia diaria de desabastecimiento de alimentos, medicinas, equipos electrodomésticos. Carestía de precios, escasez generalizada de repuestos e insumos de todo género. Vivir es una empresa heroica, me decía un amigo profesor de la UCV que vendió su carro hace poco para disponer de dinero y completar así los gastos de su casa.
Paralelamente advertimos que los datos y estadísticas se dificultan mucho por la práctica de omitir deliberadamente las informaciones oficiales que mostrarían la amplitud del fracaso de las políticas públicas. Las cifras que versan sobre los indicadores económicos y sociales no están disponibles. El comportamiento de las variables macroeconómicas, los guarismos relacionados con la caída sostenida de la producción petrolera, el incremento de la morbilidad y la mortalidad infantil, de las endemias respiratorias o gastrointestinales, la desnutrición y especialmente la de las mujeres, la deserción estudiantil en las universidades, y también en educación primaria y media, el incremento de la delincuencia y la comisión de hechos punibles, la impunidad, la migración de profesionales son algunas otras señales que desnudan el desastre del llamado proceso.
Más aún, la anomia, la corrupción, la desconstitucionalización, la contaminación institucional, la penetración del narcotráfico y otros ilícitos relacionados con el contrabando o el manejo de los productos subsidiados, la manipulación del sistema cambiario se agregan, a la impresionante disfuncionalidad de la justicia, de los servicios públicos tales como agua, luz eléctrica, gas doméstico, escolaridad que aturden, angustian y frustran a propios y extraños.
Si esto ya no fuera suficiente para denunciar con legitimidad, esta revolución como una etapa de destrucción y demolición del país que a la llegada del difunto mostraba enormes potencialidades y era referencia en Latinoamérica en numerosos órdenes, tales como educación, salud, democracia y que deambula vergonzosa, hoy en día, por los escenarios evaluadores de la gestión pública como de los peores del mundo, liderando únicamente aquellos estudios comparativos de la pobreza, la miseria, el hambre, la inflación y el atraso sanitario, debemos agregarle nuestra imagen internacional de país forajido, maula, incumplido, violador sistemático de los derechos humanos de sus conciudadanos, negociador de votos en las instancias internacionales, relacionado con países reconocidos como auspiciantes de terrorismo e inestabilidad.
El asunto no termina allí. La clase política emergente, cívico-militar derrumba al país y lo peor es que no admite que su pueblo honradamente decida si toma otro camino que lo redima del populismo, despotismo, militarismo, ideologismo que nos arruina y compromete en nuestras posibilidades básicas.
La otrora Fuerza Armada era patriota y hacía de la soberanía y su defensa un paradigma. Hoy reptan ante los cubanos y permiten el saqueo del país, sus minerales, su medioambiente y hasta el Esequibo se pierde sin reacción de los alabarderos de uniforme. Ciertamente vivimos tiempos tristes, secos, ruines.
Dirá algún basilisco que es traición reclamar y resaltar los elementos y circunstancias que Venezuela conoce actualmente y tal vez amenacen con represalias a los que disentimos, pero viene a mi memoria Miguel de Unamuno y Prefiero la verdad a la paz.
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