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Parque Güell una fantasía al aire libre

Es una de las obras más representativas del arquitecto Antoni Gaudí, uno de los máximos exponentes del modernismo catalán

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Esos edificios con colores resplandecientes y estructuras atrevidas alimentaron los sueños infantiles del escritor Julio Cortázar. No es de extrañar: el Parque Güell, uno de los sitios turísticos más representativos de la ciudad española de Barcelona, parece el escenario de algún cuento, de una fantasía colorida que no pertenece a este mundo. Y bajo la luz del sol veraniego, el conjunto diseñado por el arquitecto catalán Antoni Gaudí adquiere aún más brillo, si es que eso es posible.

El autor de Rayuela pudo disfrutar de este recinto –al igual que más de 2,9 millones de personas en 2016–, porque su uso inicial no se concretó. En principio, este proyecto, que comenzó a construirse en 1900, estaría destinado a las familias acomodadas de la ciudad: el empresario Eusebi Güell le encargó a Gaudí una urbanización, al estilo de los condominios de Gran Bretaña. Por eso, se decidió que se llamaría Park Güell, así, en inglés. Tras su fracaso comercial, el Ayuntamiento de Barcelona lo compró. En 1926, estas 17 hectáreas estuvieron dispuestas para recibir las visitas del público, y en 1984 la Unesco lo declaró Patrimonio Mundial.

En la puerta. Desde la calle Olot –lejos del centro de Barcelona– se pueden apreciar los edificios de la entrada del parque. A lo lejos resalta una torre delgada de color blanco y azul, con una cruz en la parte superior. Se trata de la librería, que en la concepción de Gaudí sería la conserjería. Lo que se pensó como una sala de espera con un teléfono, es ahora un recinto un tanto estrecho, repleto de recuerditos de todo tipo y libros. Al acercarse, además de entrar, vale la pena quedarse un rato afuera y alzar la vista para admirar los detalles: el techo de bóveda catalana cuenta con cerámica quebrada o trencadís, un mosaico típico del modernismo catalán, del que Gaudí fue su exponente más importante.

Justo al lado de la librería se encuentra la Casa del Guarda, que sería la vivienda del portero de la urbanización. El exterior llamativo, con paredes cubiertas de piedra, y ventanas y techo con cerámica quebrada, contrasta con el interior más discreto. Actualmente, este lugar forma parte del Museo de Historia de Barcelona, con la exposición “Güell, Gaudí y Barcelona, la expresión de un ideal urbano”.

Al salir de allí, hay que admirar con calma la escalera monumental. Se trata de una escalinata doble, dividida en tres tramos, con adornos de cerámica quebrada en el centro. El más llamativo es el dragón o la salamandra, que simboliza al dragón derrotado por San Jorge, el patrón de Cataluña. Además de su carácter ornamental, este elemento sirve como surtidor del agua proveniente de las columnas de la sala superior. Es, sin duda, una muestra de esa conjunción entre funcionalidad y estética.

Si tantas escaleras produjeron cansancio, no hay problema. A mitad de camino se encuentra un banco con forma de bóveda, cuyo borde cuenta también con cerámica quebrada.

Al seguir el ascenso, se llega a la Sala Hipóstila, compuesta por 86 columnas. La estructura es curiosa, pues las columnas exteriores están un poco inclinadas hacia afuera. Estaba previsto que esta área fuera una suerte de mercado del conjunto residencial, pero ahora sirve de refugio a los turistas asfixiados por el calor del verano. Es recomendable mirar hacia arriba y apreciar los detalles de cerámicas multicolores, dispuestas en pequeñas bóvedas, que fueron ideadas por Josep Maria Jujol, también arquitecto modernista y colaborador frecuente de Gaudí.

Jardines y vistas. Al salir de la Sala Hipóstila, se consigue el Jardín de Austria. En los bancos dispuestos en esta zona se puede descansar un rato y admirar a lo lejos el edificio rosado de la Casa Museo Gaudí, que en su momento fue la vivienda modelo de la urbanización. Aquí, por cierto, habitó el propio Gaudí antes de morir.

Al subir las escaleras se llega a la Plaza de la Naturaleza, actualmente en obras de mantenimiento. De todos modos, se puede entrar por un sector y caminar por el suelo de tierra que una vez se dedicó a la presentación de grandes espectáculos. A lo largo de la plaza se extiende un banco ondulado, recubierto de cerámica de colores. La base de la estructura es blanca, pero no hay que engañarse: sentarse puede quemar, sobre todo si, para combatir el calor, uno anda ligero de ropa. Así que lo mejor es quedarse de pie, admirar los diseños abstractos, y disfrutar de las vistas maravillosas de la ciudad, con el mar al fondo.

Después de ese espectáculo al aire libre, lo mejor es resguardarse un poco. Para eso, hay que bajar unas escaleras y llegar hasta el Pórtico de la Lavandera. Se trata de un gran muro de contención, con columnas inclinadas y estructura en forma de ola, elaborado con piedras de color marrón. Recibe ese nombre por una pequeña escultura que se encuentra en la parte externa de una de las columnas. Este es uno de los sitios más llamativos del parque: es verdad que no se ven colores brillantes ni cerámicas, pero la silueta ondulada, el juego de luces y sombras, le dan a esta suerte de refugio un encanto muy particular.

Al bajar la rampa, con columnas inclinadas, lo que queda por ver es la fachada roja de la Casa Larrard, que sirvió de vivienda a Eusebi Güell. En 1931 se convirtió en el colegio municipal Baldiri Reixac. Es una suerte estudiar en un lugar así y que el camino de todos los días al salón de clases esté rodeado de tanto genio artístico. Pero, pensándolo bien, la verdadera suerte es que el proyecto de Güell no se haya hecho realidad y que ahora todo el mundo pueda pasearse por esa conjunción sublime, tan propia de Gaudí, entre arquitectura y naturaleza.


El dato

Las entradas al Eje Monumental del parque cuestan 7 euros. Se adquieren en la taquilla, pero es mejor hacerlo por Internet (www.parkguell.cat). También se aconseja descargar la app del parque, que cuenta con explicaciones de cada punto, tanto escritas como en audio.

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