Venezuela y los malecones del espíritu
La patria es una palabra hinchada, regordeta, celulitosa. La usan tanto los dictadores como los poetas; los presos políticos y los burócratas. A mí la palabra “patria” me pesa, no me gusta, nunca me ha gustado. Esa petulante y cursi manera como la usan las tiranías –escupen maní masticado cada vez que la anuncian– me abochorna, hay que esquivar sus babas mientras los tiranos la usan si no queremos quedar embarrados. Prefiero la palabra Venezuela, me parece una voz bellísima. Su pronunciación: Venezuela, a un tiempo dócil e implacable, con algo de volátil y etérea, sensual en su entonación final, rigurosa y cautivadora en su primera sílaba, me inflama y fortalece al articularla. No sé si les ocurra, imagino que sí, pero cada vez que subrayo: soy venezolano, un huracán se aviva en mi voz, algo conmovedor y recio estalla en mis cuerdas vocales.
¿De dónde es usted? Soy de Venezuela, soy venezolano; y el orgullo como colosal y feroz oleaje sacude los malecones de mi espíritu.
La fortaleza del árbol
No he tenido el tiempo ni la oportunidad de conversar extendido –como quisiera– con Mitzy Capriles de Ledezma. Sin embargo, cada vez que en estos años de prisión y exilio me he topado con ella, la abrazo hondo, muy hondo, como quien se abraza metafísicamente a un árbol para sujetarse a su magnanimidad y fortaleza. En Madrid la última vez logramos explayarnos, hacía falta, le confesé mi extendida y vasta admiración por su esposo, le expliqué que mucho de mi esfuerzo para enfrentar al chavismo me lo había inspirado Antonio cuando lo conocí en la protesta ciudadana contra el decreto educativo 1011 del chavismo, allá hacia 2001: “¡Con mis hijos no te metas!”. Desde entonces Ledezma no ha cambiado, tampoco Mitzy. Por eso la abrazo en el exilio y me sujeto con tanta admiración a ella, lo que ha resistido.
¿Quieren saber qué le pregunté?
Venezuela no es la patria
Las estrellas en la bandera me dicen poco, que si son siete, ocho o cuantas sean –Chávez pervirtió hasta los símbolos– es lo de menos. Lo que importan es que haya estrellas porque “así sí esa bandera es la mía”. La bandera en sí misma, no solo las estrellas o el escudo, es lo que cautiva. Verla, toparnos con ella en el exilio, nos causa algarabías instantáneas. El sentimiento es extraño, pero quien lo ha vivido sabe a qué me refiero. La bandera no es la patria, Venezuela tampoco es la bandera. Venezuela es lo que representa esa bandera, lo que nos inspira y causa en el alma. Por ejemplo, comencemos por su nombramiento. Venezuela fue bautizada por un europeo, un romántico explorador italiano cuya personalidad debió ser tan deslumbrante como su nombre, Américo, quien seguramente era un enamoradizo, un cautivador, un excéntrico viajero husmeador de territorios indómitos y febriles mares. Lo imagino refinado, pero abstraído y recio, filósofo de la sensualidad o relojero de ideas. Lo imagino también cazador y músico: un puñal en la boca para labrarse camino en la conquista y una lira para seducir con su canto. Si Vespucio no hubiese tenido un carácter tan ancho y colorido como el que seguramente tuvo, ¿cómo habría pensado en Venecia cuando vio los palafitos en la ribera del lago de Maracaibo? ¿Venecia? ¿En serio? Además, ¿pequeña? Hay que echarle bolas para alcanzar tan inimaginable semejanza. ¿No les parece?
Por eso Venezuela, su bello nombre, desde que se pronuncia es añoranza romántica, no es un símbolo ni un escudo, es una evocación casi poética.
La pregunta a Mitzy
¿Cómo haces Mitzy? ¿Cómo puedes convivir en tu hogar –que a fin de cuenta es como una patria– con un chavista tan recalcitrante? La respuesta de Mitzy fue a un tiempo prodigiosa y espléndida: “Lo hago por y con amor, el amor de la madre lo puede todo. Yo fui formada en el amor y formo también en él. Solo lograremos vencer el odio, solo lograremos sanar a Venezuela, amando con mucha convicción y firmeza. ¿No queremos cambiar al país? Bueno, debemos cambiarlo en cada acto”. Me dejó mudo, recuerdo que celebré con otro abrazo sus palabras. Mitzy es Venezuela, encarna a la madre y la entereza, ella no tiene un proyecto de poder, nunca lo ha tenido, ella tiene un proyecto de vida. Se casó con un político, con un hombre de visiones e ideales inquebrantables (lo ha demostrado de sobra y sigue), con uno de esos que nacen cada cien años, su hogar vive la severidad de nuestro tiempo, la conflictividad política y la tensión; sin embargo, ha logrado resistir y construir otra Venezuela.
La palabra que la constituye y origina es “amor”.
Las diferentes formas de ser Venezuela
Venezuela no son sus símbolos, Venezuela es el hogar, el espacio que refugia y abriga nuestro espíritu, que lo guarda y luce. Es la cama, la almohada y la cobija. Es el pan de cada día, el cachito de jamón y el golfeado calientito. Venezuela es una fría chicha o una Frescolita, a veces también un roncito. Para algunos es una malta o la empanadita. Venezuela son sus paisajes perennes, sus calles transitadas, sus escalinatas y sus largas avenidas. El Salto Ángel, Mérida, los médanos de Coro y nuestras costas. Venezuela es el canto de Simón Díaz, las novelas del 2 y del 4 y el cinetismo de Soto y Cruz-Diez. Venezuela es un araguaney florido. Es el chocolate y el café con leche. Es el queso guayanés o el de telita, y por supuesto, Venezuela también es el tequeñito. Venezuela es la educación que recibimos y las memorias, la primera mirada inteligente sobre uno mismo, la primera lectura y aquellos largos primeros besos. Venezuela es la hamaca y la sombra junto al río, es la música llanera, la salsa y un buen hervido. Venezuela es una metra, un yoyo o una perinola, escribo lo anterior y pienso instantáneamente en los amigos. Venezuela es singularmente eso, los amigos, las aventuras, los juegos. También la madre, el padre, los vecinos y los maestros. Venezuela es los abuelos y los hijos. Venezuela son todos los amores que existen. Yo también soy Venezuela porque cada célula de mi cuerpo le pertenece y la nombra, porque cada aliento mío la destruye y crea en cada suspiro.
Hoy Venezuela está herida, muy herida, como lo estamos todos, pero para cambiarla y sanarla, para que sea lo que es y siempre ha sido, uno debe cambiar en cada acto como bien señala Mitzy Capriles.
Yo soy Venezuela.
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