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Honradez integral

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Todas las actividades de la vida necesitan de honradez total para que sus consecuencias sean realmente positivas. Normalmente confundimos honradez con honestidad y esta última denominación queda reservada para los que no roban ni estafan, para quienes en el ejercicio de funciones públicas o privadas, políticas, profesionales o de cualquier naturaleza, mantienen una línea impecable de conducta. Para algunos son un ejemplo, pero para otros son unos idiotas que desaprovechan oportunidades para superarse o acumular riqueza material y poder en el sentido más amplio de la expresión.

Planteadas las cosas en estos términos, bastante abreviados por cierto, la dirección política del país necesita una dosis extrema de honradez tanto por parte del oficialismo como de quienes se han convertido en voceros del enorme sentimiento democrático de la nación. Los primeros están claramente identificados por sus estrafalarios comentarios, juicios descabellados, mentiras, disimulos y diarios escándalos derivados de su probada ineficacia y de la alta dosis de corrupción que marca sus ejecutorias. El mundo entero reacciona frente a ellos motivado por la creciente convicción de la presencia protagónica que en Venezuela tienen las estructuras operativas del narcotráfico y del terrorismo. Las alarmas suenan tanto en el continente americano como en el resto del planeta. Las consecuencias son progresivas y crecientes. Se ven y se sienten.

Con relación a los segundos, me refiero a los voceros de la democracia, la exigencia es urgente. No solo con relación al dinero, a los fondos para financiar sus movimientos y actividades, cuyo origen y destino tiene que ser transparente, sino también a la sinceridad de sus declaraciones y a la claridad que reclama la confianza nacional que necesitan. Me sumo a quienes piden poner punto final al “secretismo”, a esa concepción politiquera según la cual las conveniencias tácticas, incluso estratégicas, pueden servir para sobrevivir, para cuidar espacios o conquistar nuevos, para mantener una relativa “estabilidad” que pudiera ser buena dentro del electoralismo que empaña la visión de algunos de los más importantes voceros. Por supuesto que esas conductas pueden servir para beneficio de personas o grupos, pero nos alejan del objetivo final de cambio profundo por el que tanto sacrificio se ha acumulado.

No me refiero exclusivamente a la próxima elección de gobernadores, que se realizará el 15 de octubre. Para ese día las cartas están sobre la mesa. Las consecuencias se verán de inmediato y cada quien deberá asumir la responsabilidad que le corresponde. Pero con relación a los participantes y a los candidatos a gobernadores, con contadas excepciones, veo las campañas en un estilo tradicional y populista preocupante. Pocos mensajes de fondo sobre el cambio, sobre la descentralización, sobre la construcción de una verdadera federación integrada por estados y municipios autónomos. Pocas o ninguna mención a Cuba, al problema de la droga o al terrorismo. No siento convicción en la lucha para poner punto final al centralismo presidencialista. Demasiado más de lo mismo, aunque quizás un poco mejor.

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