La devastación provocada por el socialismo del siglo XXI en Venezuela ha transformado la ilusión inicial en desencanto, aborrecimiento y animadversión a quienes lo encarnan. Los europeos, que sufrieron el socialismo soviético, lo saben muy bien: su costo humano fue enorme y prolongado. Allí, la euforia inicial se convirtió en rabia y desprecio.
El socialismo venezolano ha exacerbado hasta límites insospechados la naturaleza precaria del modelo. Más de 1 trillón de dólares dilapidados, utilizados en un esfuerzo social ineficaz para el desarrollo de fines inútiles (empresas de producción social, fundos y saraos, cooperativas por imposición, etc.) y sometidos al mayor espolio registrado en la historia del país. Los voceros del régimen, además, propagaron en el tejido social el odio, el desprecio y el resentimiento.
Manifestación de ese odio es la saña con la cual reprimen el disenso. Veamos. Se estima entre 200.000 y 600.000 el número de soldados rusos al momento de invadir Checoeslovaquia. Esa invasión ocasionó 72 muertos, 702 heridos y la migración de 300.000 ciudadanos. En Venezuela, en tan solo 100 días de protestas en el año 2017, se contabilizaron más de 170 muertos y 1.500 heridos y, en lo que va de este año, durante las protestas, 50 muertos y miles de personas agredidas por el ejército privado o cuerpo represivo de la dictadura: los colectivos que amedrentan y asesinan.
El régimen hacía suyo lo expresado por el asesino mayor en su mensaje a la tricontinental, cuando establecía la conducta de un buen revolucionario: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”.
La represión del ejército ruso suministró respiración artificial y sirvió para prolongar la agonía de ese régimen y el sufrimiento del pueblo, ahora, calcando esa acción, los invasores del régimen cubano y parte de la cúpula militar pretende hacer lo propio en Venezuela. Esta invasión, hay que decirlo, posee rasgos propios, pues ha contado con el beneplácito y el financiamiento del régimen del país invadido.
La destrucción ocasionada por el régimen ha colocado a Venezuela en los primeros lugares del índice de miseria en el globo. Sus voceros son el símbolo de la perversidad, la mentira y el desprecio por el ser humano: desconocieron la tragedia humana, el hambre y la escasez, la diáspora y la inseguridad. Recientemente, Felipe González declaraba: Resultará inaceptable que tras la eventual caída del régimen venezolano haya alguien que diga sorprendido que no sabía lo que sucedía en Venezuela, como ocurrió con Stalin o Hitler. Sin duda, las evidencias de la destrucción económica son demoledoras, sin embargo, el mayor de los daños ocasionados y el de más difícil recuperación lo ha producido en el ámbito social e institucional.
En los regímenes socialistas desaparece la cultura del trabajo y la productividad, solo requieren súbditos leales y dependientes del gobierno, crece la desconfianza en el otro y en las instituciones y las normas están sujetas a los designios del jefe de turno, se ensanchan y profundizan las heridas sociales, crece el odio, abundan los confidentes y los ciudadanos huyen creando inmensas diásporas y se elimina la palabra responsabilidad. Desacostumbrarse a la responsabilidad puede hacer que la vida en libertad y democracia resulte una pesada carga, pues los ciudadanos toman decisiones que acarrean consecuencias y ello puede fatigar psicológicamente al individuo.
Los esfuerzos por recuperar la libertad y la democracia consisten en evitar la invasión del odio y que la desesperanza se adueñe de todos los ciudadanos, pues los voceros del régimen han envenenado la política, cercado todos los cauces a la libertad de expresión y creado un entorno similar al de las mafias. Miles de bandas en Venezuela asedian universidades, hospitales y hasta la paz de los sepulcros y el gobierno mantiene como rehenes a líderes políticos y diputados. No es poca cosa; dos décadas de odio han dejado heridas y huellas muy profundas que habrá que sanar y restañar.
Esa realidad explica el inmenso éxodo de más de 4,5 millones de venezolanos, según el Observatorio de la diáspora venezolana. Muchos han debido migrar con documentos personales vencidos o simplemente sin ellos. Nos hacen recordar a la migración chilena que llegó a Venezuela en la década de los setenta: los recibíamos sin papeles, sin apostillas, sin constancias. En casos como este resulta difícil exigir legalidad y papeles en regla, huyen, presurosos, de regímenes dictatoriales y todos sabemos el lugar que ocupa en ellos los derechos humanos.
Por esa razón, abordar el tema migratorio exclusivamente desde el binomio legal/ilegal habría dejado a los chilenos ayer y a los venezolanos indocumentados hoy sin escapatoria posible. Solo contemplar a las “industrias y mafias diaspóricas” que alimentan y se alimentan del fenómeno migratorio es dejar de lado muchas otras dimensiones, cruciales, del mismo.
Para oponerse a la migración aparecen otros argumentos no exentos de imprecisiones, malos entendidos y falacias que propician un ambiente sombrío y nos hace recordar el atraso del debate. Este, en el fondo, reanima el miedo a la migración, a lo diferente, a la pluralidad y por ello se refieren a las “crisis migratorias siria o venezolana” cuando en realidad la verdadera crisis se encuentra en la guerra siria o la tragedia humanitaria venezolana. En términos prácticos, cerramos la puerta y luego confundimos cierre con seguridad.
Preferimos resaltar el impulso de los migrantes, quienes llegaban dispuestos a trabajar en Estados Unidos, Europa y los países latinoamericanos. Algunos gobiernos olvidan con facilidad que fueron, hasta no hace mucho, países de emigrantes, y la contribución que los suyos hicieron al desarrollo de los países que los acogieron.
Convendría a todos cambiar la perspectiva desde la cual miran a la diáspora y comenzar a preguntarse cómo aprovechar sus beneficios: la riqueza y el empleo que genera, la forma en la que dinamiza el consumo y cómo sus cotizaciones contribuyen a mantener y blindar el Estado de Bienestar. Asimismo su aporte, nada despreciable, como “bono demográfico” y garantía de la continuidad del mencionado bienestar.
Lo dicho, pienso, nos permite llegar a un primer acuerdo: el cierre de fronteras no reduce la migración, pero sí crea incentivos perversos a muchas industrias y bandas. Pienso en la indetenible y creciente avalancha migratoria venezolana. Continuará creciendo mientras persista el modelo socialista, conjuntamente con la invasión cubana (hay quienes padecen ceguera ideológica y no ven a los vaqueros de nuevo cuño haciendo de las suyas en predios ajenos). Seguirá aumentando pese al desconsuelo que causan las pérdidas afectivas.
La “causa raíz” del éxodo y de la tragedia humana ya la conocemos y su solución requiere recuperar la libertad, la democracia y los derechos humanos, es decir, un cambio político en Venezuela. La mayoría de los venezolanos y de los gobiernos democráticos en el mundo lo ha expresado de mil modos, a través de comunicados, promoviendo elecciones limpias y transparentes, movilizaciones y marchas y, aunque pretendan mantenerse en el poder amparados tras las bayonetas, no podrán frenar el cambio, a lo sumo lo ralentizarán. La crisis y la tragedia humana son de enorme calado y debemos construir, sin el odio que el régimen ha instilado, una salida que beneficie a todos los venezolanos
Lo sabemos, un lema o una consigna por mucho que se repita, no necesariamente se hace realidad. La política lidia con realidades, los deseos en este terreno resultan insuficientes. El deporte puede resultar un buen ejemplo. Cada equipo tiene su estrategia y en medio del juego hay que producir los ajustes necesarios. Como la canción: todo cambia y cada cambio a su vez repercute sobre otras dimensiones y variables y, por tanto, requiere nuevos ajustes y cambios.
En la medida en que los cambios de estrategia son más transparentes, democráticos y cuentan con mayor apoyo social, tanto mejor. Lo contrario resta respaldos o los entibia. Ni el fin justifica los medios, ni todo vale. El aborrecimiento al régimen y a sus voceros hay que canalizarlo y convertirlo en energía positiva y en apoyo a los nuevos representantes, dentro y fuera del país. Ello no se decreta: se construye con y al lado del trabajo y respeto a los ciudadanos y sus organizaciones. Es la única manera de evitar el declive del respaldo a un liderazgo emergente.
El apoyo internacional es necesario para ejercer la presión necesaria y para la reconstrucción, para sancionar a los personeros y sanguijuelas, congelar los recursos que han robado y devolverlos a sus dueños: los venezolanos. Apoyo internacional para una salida democrática, para limpiar el registro electoral ensangrentado del CNE, siempre opuesto a la participación de los ciudadanos y responsable de impedir a millones de ciudadanos el ejercicio de su derecho a elegir y revocar.
@tomaspaez
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