Quienes hemos perdido a un ser amado nos quedamos con palabras que no dijimos, abrazos que nunca dimos y la frustración de momentos que pudimos compartir y que, pensando que siempre habría tiempo, quedaron como un plan para un mañana que nunca llegó.
Quienes hemos perdido a un ser amado sabemos que el transcurrir de los días y los años hacen que la ausencia sea más dolorosa. Renegamos de lo ocurrido y hasta nos peleamos con Dios ya que la pregunta: ¿por qué?, no es fácil de responder. Lograr el proceso de aceptación tampoco es cosa sencilla y la resignación, sólo se consigue a medias. Sincerándonos, la muerte es una ley de vida que hay que aceptar. No hay opción.
Quienes hemos perdido a un ser amado, lloramos porque deseamos que físicamente esa persona siga con nosotros. Extrañaremos su risa, sus ocurrencias, su compañía, su talento, sus malos y buenos chistes, su amor y las discusiones no, pero serán también parte del recuerdo.
Quienes hemos perdido a un ser amado sabemos que ninguna palabra produce alivio, sin embargo las recibimos con el amor de quien las dice y aprendemos a agradecerlas. Pensamos que el dolor que sentimos es el más grande del mundo y saboreamos la amargura de la ausencia y no se sabe de dónde, de pronto descubrimos fuerzas que no sabíamos que teníamos y que nos permiten enfrentarlo.
Quienes hemos perdido a un ser amado sabemos que el alma crece con las adversidades y ese crecimiento implica un cambio interno. La muerte, al menos eso pienso, es un paso inevitable hacia otra existencia, sin embargo, mientras llega el momento de nuestra propia partida, habrá siempre una razón para vivir: somos hijos, padres, familia, amigos de alguien que nos necesita, siempre tendremos razones para vivir, a quién apoyar y a quién amar.
En El Principito, el libro de Antoine Saint-Exupéry, existen unas palabras maravillosas que el zorro le reveló al protagonista: “Solo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible a los ojos”. Y es cierto. Ese secreto que generosamente compartió Antoine, permite valorar la auténtica fortaleza del alma porque es allí donde se refugian nuestras historias bonitas. Recuerdos que nos hacen felices: el compartir, las risas, los sueños, las esperanzas, una caricia y ¿por qué no?, también las lágrimas… mientras sintamos amor por alguien que ya no está a nuestro lado, por muy doloroso que sea, su ausencia será solo física.
Sin ofender ni buscar discusiones entre creyentes y agnósticos, pienso que ese ser superior del que hablan múltiples religiones existe y es el mismo para todos pero con distintos nombres: un ser supremo lleno de luz que intenta que cada día seamos mejores para lograr que aquello que es esencial e invisible a los ojos, nos haga mejores seres humanos.
Yo creo en el reencuentro, en la existencia de la vida más allá de la muerte. Y ese paso que dio nuestro ser amado, algún día también nosotros lo daremos. Es ley de vida. Pero mientras ese momento llega, hagamos las cosas como deben ser, que nuestros actos, por sencillos que sean, estén signados por los principios morales y éticos legados por nuestros padres, que nuestra conciencia sea transparente e impoluta, que no caigamos en vicios ni en nada que nos haga daño porque ese es el inicio de una vida oscura. Ayudemos a quienes podamos e intentémoslo todo para cumplir metas y conquistar sueños.
La verdad es que no hemos perdido para siempre al ser amado que se nos fue, algún día lo veremos nuevamente y sí, la vida es corta, bonita, injusta, dura y muchas veces duele, pero mientras aún estemos vivos, tratemos de ser felices, amemos mucho y sigamos adelante.
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