El 31 de julio me zambullí por unas horas en las turbias y turbulentas aguas del centro de Maturín. No podía ser para menos, la sociedad desde tempranas horas de la mañana sale a tratar de “ganarse el mendrugo de pan diario” que le permite a duras pena sobrevivir a la terrible hecatombe socio-económica en que la ha sumido la dictadura “nacional-socialista” del fascismo bolivariano.
Desde el clarear del alba, calles y avenidas de lo que fue una pequeña ciudad límpida y pulcra en otros tiempos más auspiciosos y propicios a la inversión privada, lucen hoy en este aciago y trastornado presente histórico asquerosas y malolientes; signos del derrumbe y el desmoronamiento de una nación entera que se viene abajo con todos sus restos de valores éticos y morales que aún persisten en quedar en pie contra todo evento y a pesar de cualquier contingencia propia de la planificada destrucción revolucionaria ínsita a todo sistema económico monopólicamente estatista de marcado sello comunista.
La comuna insiste en enseñorearse por doquier a cada palmo de la ciudad derruida que se niega a desaparecer. Nubes de mendigos proliferan y se reproducen en cada cuadra de la que fue la ciudad distinta de Venezuela. “Bachacos” de insospechada índole ya se encuentran “instalados” como dueños y señores de las discretos escondrijos de la sultana del Guarapiche gritando: “compro oro, dólares”, “dólares, dólares, oro, oro”, mientras pequeños piquetes de guardias del pueblo embutidos en chaquetines vinotinto pasan a su lado muy orondos como si nada, haciendo caso omiso a la presencia delictiva de bachaqueros y revendedores de moneda extranjera cual si se tratara de “casabe o harina pan o sardinas”. Solo un Estado forajido es capaz de permitir que la moneda nacional sea sustituida por otros signos monetarios en las transacciones cotidianas de la vida financieras diarias.
La náusea gobierna los olfatos de los transeúntes; la gente escupe a cada momento en señal de la pestilencia que reina en cada cuadra de la ciudad. Basura, basura y más basura es el sello de distinción de la capital de la monagueñidad.
Las colas interminables que se forman en las afueras de entidades bancarias son memorables. Rostros tristes e impertérritos se observan en cada hombre y mujer que, quiera o no, deben perder toda una mañana en procura de unos míseros 20.000 bolívares devaluados que cada día compran menos en medio de una indescriptible hiperinflación de 1.000.000% rumbo a los 10.000.000%. Una canilla de pan cuesta 10.000 bolívares y la gente piensa que de seguir así no habrá pan de jamón para el mes de diciembre.
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