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La magia de las mariposas encuentra albergue en la amazonía peruana

Una austríaca mantiene una cruzada para proteger decenas de especies, que vuelan y se reproducen en el mariposario ante la mirada fascinada de los turistas, que con sus visitas sostienen económicamente el emprendimiento

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Difundir la belleza de las mariposas y protegerlas a través de la educación es la misión a la que la austríaca Gudrun Sperrer lleva dedicada casi 20 años desde el centro Pilpintuwasi, la Casa de las Mariposas, un lugar en el corazón del Amazonas que hace auténtico honor a su nombre.

Pilpintuwasi se ubica en el poblado de Padre Cocha, cerca de la ciudad de Iquitos y de la confluencia del río Nanay con el poderoso Amazonas, un lugar dedicado en cuerpo y alma a la protección de la naturaleza y a la crianza y estudio de los lepidópteros, muchas de cuyas especies están en peligro fundamentalmente debido a “la ignorancia” de los seres humanos.

Sperrer, criadora de mariposas y bióloga autodidacta llegó a Perú hace 35 años, y lleva la mayor parte de ese tiempo dedicada a una pasión como la crianza de mariposas, que arrancó con una idea comercial (la venta de pupas a museos, zoológicos y coleccionistas de todo el mundo) y que derivó en un afán por conocer y proteger a estos animales.

“Las mariposas en todo el mundo están en peligro por la tala de los árboles y sobre todo por la ignorancia y el desconocimiento de sus ciclos de vida y de sus plantas hospederas. La gente no sabe que cada especie de mariposa solo pone huevos en un tipo específico de planta. Al eliminar plantas sin saber, se eliminan también las posibilidades de que especies enteras se reproduzcan”, explicó Sperrer

Como ejemplo, citó el caso de su Austria natal, donde la erradicación de las ortigas casi ha conducido a la extinción de la mariposa Ojo de Pavo Real, porque no se sabía que esa era la planta hospedera de esa especie.

Según calculó la responsable del centro, en Perú hay entre 5.000 y 6.000 especies distintas de mariposas, de las más de 25.000 que hay en el planeta, de cuyas plantas hospederas no se conoce “ni el 1%”.

En su cruzada por conocer y reproducir mariposas, la criadora levantó de forma casi artesanal el centro, que también sirve como lugar de acogida para animales maltratados o víctimas de tráfico ilícito, en donde identificó las plantas hospederas de decenas de especies, que vuelan y se reproducen en el mariposario ante la mirada fascinada de los turistas, que con sus visitas sostienen económicamente el emprendimiento.

Allí, protegidas por una red de posibles depredadores y parásitos, mariposas de todo tipo exhiben sus fantásticos colores (azules, dorados, negros, carmesí) y se reproducen en sus plantas específicas, de las que Sperrer y sus colaboradores recogen los huevos para incubarlos y desarrollar las orugas.

“Para conocer las plantas hospederas, o seguía a la mariposa y veía en qué planta ponía sus huevos, algo complicado porque nunca se sabe el sexo del especimen; o buscaba orugas que estuvieran sobre una planta y las alimentaba hasta ver en qué se convertían. Si se transformaban en mariposa, confiaba en que esa era la planta donde iba a poner sus huevos”, explicó.

En la “maternidad” del centro, las orugas recién nacidas son alimentadas y criadas hasta que forman la pupa y comienza su transformación en mariposas, un proceso que puede llevar de pocos días hasta varios meses en función de la especie.

“La fase de crisálida es una cosa extraordinaria. La oruga se transforma completamente, como si disolviera su cuerpo y creara algo distinto, con distintos órganos, pero con la misma materia. Y sin embargo hay estudios que, usando el olfato del insecto, han constatado que la mariposa tiene memorias de su pasado como oruga. Es algo fascinante”, añadió.

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