A sus 29 años, Miguel Pizarro, tatuado y con vestimenta informal, contradice la visión tradicional de la oposición en Venezuela.
El diputado y emergente líder opositor forma parte de esa amplia amalgama de ideologías y de personalidades que conforman la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), la coalición de partidos que tienen un punto en común: el deseo de un cambio de gobierno en medio de una grave crisis económica y política.
La MUD buscará dar un paso más en las elecciones regionales del domingo ganando una mayoría de las 23 gobernaciones.
Durante 18 años de chavismo y antes de la formación de la MUD, la oposición intentó ese cambio por todos los medios. En elecciones como la del domingo, pero también con un golpe de Estado en 2002, con un paro petrolero que estuvo a punto de hacer colapsar al país, con una abstención electoral, con acusaciones de fraude tras derrotas claras ante Hugo Chávez…
Pizarro cree que la oposición actual es diferente a la de hace diez años. Alejado de la política más tradicional, forma parte de un grupo de líderes jóvenes que estuvo en primera fila de las protestas que durante cuatro meses desafiaron al gobierno del presidente Nicolás Maduro y que dejaron más de 120 muertos.
El gobierno los considera radicales y los responsabiliza de los episodios violentos en los que derivaron algunas marchas.
Las protestas cesaron (de momento) y la MUD es objeto (de nuevo) de furibundas críticas por parte de algunos sectores por acudir a las elecciones regionales del domingo, en las que espera superar al oficialismo.
En conversación con BBC Mundo, Pizarro hace autocrítica presente e histórica y anticipa cómo cree que sigue el conflicto tras la tregua actual y a la espera del resultado de las elecciones.
Usted era de los que decía que no podía llegarse a la Asamblea Constituyente. Pero hay Constituyente, las protestas acabaron y mucha gente de oposición se siente decepcionada.
Difiero de quien asume la Constituyente como una derrota. Aunque la hayan impuesto a sangre y fuego y a través de la violencia, en la práctica es un poder que nació muerto.
Su principal objetivo era conseguir financiamiento internacional, poder endeudarse, y ha chocado con el desconocimiento (de muchos países). ¿Qué sí se ha logrado? Construir desánimo y desesperanza (…). No creo que haya una lucha que se terminó, sino que ha mutado el tablero en el que luchamos (…). Ahora con las regionales estamos en una contienda que no es una elección tradicional del candidato, la valla, la promesa, sino un ejercicio de resistencia en el que, en medio de una dictadura, ir a una elección es un acto insurreccional (…). Hay que derrotar el desánimo.
¿Cómo lo van a hacer? Es difícil de explicar a los familiares de las víctimas, a quienes se solidarizan con ellos y a quienes participaron en una dura y larga lucha en las calles.
Hay gente que dice: «Todo eso no sirvió para nada». Discrepo radicalmente (…). Entiendo que exista ese estado de ánimo. (Pero) Hay que hacer un inventario de victorias.
Está la fiscal general (la crítica Luisa Ortega, destituida por la Constituyente), pero además le has destruido la credibilidad de la institución (el Ministerio Público). Los aislaste en el mundo. Y levantaste un caudal político.
En este momento de desmovilización, las elecciones regionales del domingo, que surgieron como un dilema para ustedes, ¿pueden llegar ser algo positivo?
Es una oportunidad de resistencia, de rebanarle poder, entendiendo que no se está escogiendo un gobernador que va a resolver cosas de gestión, sino un político que lidere la lucha por el cambio de régimen y de gobierno.
El 16 de julio (la consulta popular promovida por la oposición) es una muestra clara. No tuvimos otro día en el que reuniéramos 7,5 millones de personas en la calle (esa fue la participación, según las propias cifras de la oposición). Fue el único día.
Somos una mayoría social, política, de conducta electoral. No somos un ejército de liberación.
¿Qué sería un buen resultado para la oposición el domingo?
Es importante una buena participación, que en un país en el que la mayoría lucha por cambio se visibilice en números que lo demuestren de forma clara (…). No sólo ganar la enorme mayoría de gobernaciones, como estoy seguro de que lo vamos a hacer, sino que ese número, ese veredicto final, demuestre que millones de venezolanos quieren que este país cambie. Estoy convencido de lograr la mayoría de las gobernaciones y una mayoría abrumadora en el número de votos totales en el país.
De lograr un éxito, ¿sería una buena arma para la negociación?
Cualquier resultado favorable ayuda la construcción de una transición en nuestro país. Yo creo profundamente en la transición ordenada, en que en este país de forma electoral, pacífica y constitucional puedan construirse los cambios que hacen falta.
Dudo de que la vocación de negociación y diálogo exista en el gobierno. Intentan usar el diálogo como una estrategia de burla, de chantaje, de comprar tiempo.
Nuestro deber como políticos es hacer que la salida de este proceso sea lo menos traumática posible y por eso hay que abogar siempre por que exista una transición y por que los que están en el poder entiendan de una vez por todas que es mucho mejor negociar una salida ordenada que seguir forzando a un país que es una olla de presión. Todos los días aumenta el descontento y la molestia por el hambre y la escasez.
Desde que llegó Hugo Chávez al poder vimos un golpe de Estado en 2002, un paro petrolero entre 2002 y 2003, una abstención electoral en las legislativas de 2005. En 2014, la llamada «Salida» y tras ganar la mayoría parlamentaria en diciembre de 2015, dijeron que el presidente Maduro saldría en seis meses ¿Ha pecado de inmediatismo la oposición?
Totalmente. Hay una visión cortoplacista, de soluciones mágicas, de soluciones inmediatas que tienen que ver más con una lucha superior, la del cambio de gobierno.
Yo hago política desde 2007. ¿De dónde venía la oposición cuando yo llegué a la política para la lucha contra la reforma constitucional de aquel año? De la abstención parlamentaria del 2005, el mayor error que hemos cometido en nuestra historia; de la elección presidencial de Manuel Rosales contra Chávez (en 2006), en la que una parte de la oposición, en lugar de asumirse como minoría y a partir de ahí construir una fuerza para ganar elecciones, cantó fraude.
La visión cortoplacista sobre el cambio político a veces nos hace rehenes de no poder administrar nuestras propias victorias (…). Nosotros vamos a salir de esto con la suma de muchas pequeñas victorias.
¿Por qué no se reconoció la fuerza que durante muchos años tuvo y aún tiene el chavismo?
Era una mayoría. La dificultad del reconocimiento (del chavismo) fue lo que hizo la dificultad de construir una mayoría. No puedes construir una mayoría partiendo de la negación.
Más de un millón de personas de la clase media y alta han salido de este país. Y nosotros no hemos perdido ni un voto. Al contrario, hemos aumentado.
¿De dónde viene? De sectores populares que antes no pensaban como nosotros. ¿Qué nos permitió conectar? Reconocer que los programas sociales eran una visión necesaria. Y el reconocimiento de errores. ¿Cuánto le costó a la oposición decir que el de 2002 fue un golpe de Estado y fue un error político? ¿Que la abstención parlamentaria (en 2005) fue un error que aún hoy estamos pagando?
Y el desconocimiento de la importancia de reconocer que perdimos con Chávez (en las presidenciales de 2012). Otro grupo pequeño de opinión, los mismos del 2002, del 2005, quería pasar factura por blandengues, por entreguistas, por reconocer una derrota que permitiera dar pie a una victoria posterior.
Esa miopía nos ha llevado a que algunos procesos de acumulación de fuerzas fueran más lentos de lo que deberían.
Ahora hay un sector que incluso festeja la opción de la intervención militar de Estados Unidos de la que habló el presidente Donald Trump.
Esta no es la oposición de 10 años atrás, tiene unos actores políticos que no solamente no estamos dispuestos a que nos conviertan en viudas del pasado, en la gente que anhela la Cuarta República y la defiende, porque la Cuarta fue la que generó la Quinta República (comienza tras el triunfo electoral de Chávez en 1998).
No fue un meteorito que cayó. La Cuarta fue un proceso político que se agotó, que invisibilizó gente, que generó anillos de miseria y que luego derivó en esto.
¿Qué responden sus compañeros de coalición más veteranos, los que estaban en la Cuarta República o ya en la oposición durante el golpe de 2002, cuando les dice eso?
Les incomoda y es normal. Pero una de nuestras fortalezas es la diversidad interna.
Los ultras en el estadio del Barcelona son los que más gritan, pero son 4.000. Hay otras 86.000 personas con otra conducta. La política tiene que entender a no jugar para los ultras, sino para que el resto del estadio entienda que estás jugando para el equipo.
Avanzar en salir de Maduro implica entender que este país no tiene forma de volver a lo que era antes ni en términos políticos, ni sociales, ni institucionales ni económicos.
El país que viene mañana es un país que vamos a gobernar nosotros, sí, pero es un país donde el chavismo disidente va a existir como fuerza, donde los comunistas van a existir como fuerza política, donde el reducto del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela, el partido oficialista actual) va a existir como fuerza política.
¿Cómo gobiernas desde la negación? No hay forma. Hay que hacer algo que hizo Europa y que a América Latina le costó más: construir grandes consensos sociales.
Habla de una oposición diferente. ¿Por qué usted, que se define de izquierdas y nació en el barrio popular de Petare, es opositor y no chavista?
Lo soy (de izquierdas) y lo reivindico.
Vengo de un hogar profundamente político. Mi papá fue guerrillero, mi mamá fue secretaria del Senado. Mi abuelo fue exiliado de la dictadura (de Augusto Pinochet en Chile).
Nosotros rompimos con el gobierno en 2007. Para nosotros la política es servicio y coherencia. No te puedes llamar de izquierdas y socialista y cerrar un restaurante francés para beber champaña y gastarte los dólares de la renta petrolera y vivir como un rey. No te puedes llamar defensor de la autocrítica propia de las izquierdas moderadas del siglo XX y del XXI y perseguir a los que opinan distinto.
¿Qué va a pasar ahora en Venezuela?
La gente siente que este país va a cambiar, aunque hay desánimo y desesperanza. Esto no es sostenible en el tiempo ni para toda la vida. Vamos a un escenario económico y social complicado, doloroso (…).
Este país va a volver a la lucha de calle por derechos tan básicos como nuestro derecho al voto para elegir un nuevo presidente (…). Llegamos al año (2018) en el que el proceso presidencial debe someterse a elección o definitivamente va a convertirse en la hegemonía dictatorial más terrible de nuestro continente en este siglo.
Una pregunta recurrente fuera de Venezuela: ¿por qué la oposición no elige un líder único?
Nos encantaría (en el partido Primero Justicia). Estoy totalmente de acuerdo, te permite tener un centro de mando, una conducción política clara, tangible.
Inevitablemente vamos a llegar a un momento de entender que no basta que una coalición heterogénea exista bajo unas siglas y un programa, sino que ahora requiere también unas figuras de liderazgo.
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