La fecha oficial de estreno data de 1979 en el extinto Teatro Caroní. Nada perdura en Venezuela. Es la nación campamento de Cabrujas, el país portátil de Adriano.
El documental describe la campaña política de los candidatos a la elección de 1978, a través de los recursos del cine directo, de observación y guerrilla. Fue rodado y dirigido por Julio Neri con la técnica del Super 8, formato casero transmutado en vanguardia gracias al empuje de la creatividad de la época y de la visión iconoclasta de una serie de autores emergentes.
Entre ellos despuntan Diego Rísquez, Carlos Castillo y Rolando Peña, adscritos a la corriente artística de la escuela.
Electofrenia pertenece a la tradición urgente de la no ficción, inspirada en el verité de la nueva ola francesa y el reportaje contracultural de los setenta.
Ampliado a 35 mm traspasa las fronteras nacionales, conquista el premio del jurado del Festival de Biarritz y encandila a la crítica internacional.
En cambio, la prensa caraqueña lo recibe con menos entusiasmo, dividiendo sus opiniones. Le reconocen el valor de ser un testimonio descarnado de la esquizofrenia populista. Pero le cuestionan su armado estético al considerarlo desprolijo y poco profundo en el abordaje del tema.
Sin embargo, el tiempo asienta la calidad del trabajo, reafirma el excepcional legado de su memoria y cuenta, e inclina la balanza a favor del registro de la producción.
Hoy es un objeto de estudio único en su estilo, regenerado por la distribución de las redes sociales y de Internet.
De hecho, se consigue en Dailymotion y Youtube, cuando antes era solo un recuerdo difuso de profesores de la UCV o una referencia erudita de circuitos minoritarios.
Verlo en la actualidad, desde la distancia de los años y la nostalgia por el material encontrado, despierta y activa los recuerdos del ayer. Sirve para analizar el presente frente al pasado. Cura la amnesia y transporta a la generación de relevo a un viaje interestelar con destino a una galaxia no muy lejana (el origen de la crisis contemporánea, salvando las distancias).
Electofrenia comienza con colas proféticas de votantes controlados por soldados inexpertos, imberbes, inseguros. Los padres del nefasto Plan República, una tara fascista necesaria de desmontar.
En el plebiscito del 16 de julio demostramos la inutilidad de la supervisión militar de un acto comicial de la sociedad civil.
Diego Arria es uno de los primeros en desfilar ante el lente de aumento. Los planos cerrados retratan un rostro pícaro de galán maduro, posteriormente congelado por el botox en una caricatura replicante y ausente de identidad. Obtiene un porcentaje mínimo del resultado, evidenciando la esterilidad del proyecto personalista.
Enfrentará a otros hombres del poder en una justa freudiana de tintes machistas. El subtexto reclama una lectura homoerótica de Boris Izaguirre. ¿No es un circo gay a la manera del Mister Venezuela? La prolongada exclusión de las féminas y su incorporación en plan de comparsa o remedo hiperbólico consolida la sospecha.
La demagogia persiste en la pantalla a pesar de los cambios de colores, chaquetas y máscaras. Acompaña a los delfines de la Liga Socialista: Américo Martín, Héctor Mujica, Luis Beltrán Prieto Figueroa y José Vicente Rangel.
Américo Martín recita un eslogan sobre la verdad, desmentido en su simulacro por el dispositivo audiovisual. ¿Cuáles manos limpias?
Héctor Mujica exhibe un look sport y un físico curiosamente parecido al de Chávez.
El PCV explota la bandera y el uniforme rojo rojito. Pronto el PSUV expropiará el disfraz y lo convertirá en el estandarte nazi de su secta.
Todo el madurismo es una copia degradada de los clichés de la izquierda en la cuarta. Vaya ironía de la historia.
Al maestro Prieto no se le entiende y camina por inercia alrededor de un rebaño de militantes de base.
Américo cierra su fugaz aparición con un concierto de género urbano. Tremendo anticipo de los corazones salseros instrumentalizados por Mario Silva y los constituyentes del ritmo desafinado. El loco de Lacava nació de aquí.
Héctor Mujica y José Vicente preludian el surgimiento de la estrategia de Héctor Rodríguez en Miranda. Ella consiste en ocultar su imagen radical y progresista bajo la mampara de un vestuario informal de chico clase media en modo de Primero Justicia y Voluntad Popular. La mentira tiene patas cortas y exige tomar los recaudos correspondientes. Se trata de evitar el fraude.
Piñerúa calca los tics del clásico liderazgo adeco, parodiado por la Radio Rochela (existía un programa de sátira llamado así, jamás censurado, hasta la salida de RCTV por orden del tirano de Sabaneta).
La capacidad y la firmeza del alfil blanco quedan en entredicho durante el metraje. Los simpatizantes apenas logran recordar la palabra “correcto” de su discurso manido. Es la política reducida al marketing, a la reiteración de estereotipos y consignas trilladas.
Piñerúa comparte la mesa con Rómulo Betancourt, que menea un whisky con el dedo. Crónica de un ratón moral anunciado. Ambos son los padres de la democracia rota, hipotecada y quebrada. Los arquitectos del desastre de CAP y de sus sucesivos herederos, negados a morir, como Henry Ramos y compañía. Unos escombros resucitados por efecto de las trampas de la negociación, de la comisión de diálogo, de las purgas del despotismo, de los dislates de la MUD.
De elegirse el domingo cobrarán peaje y repartirán las jugosas comisiones en juego.
Luis Herrera Campins no para de comer por estrés, rodeado por el séquito de Copei.
El apetito insaciable denota voracidad, canibalismo y problemas de peso. De aquel desorden alimenticio emergió el comando cochino frito de los Escarrá sudorosos de la ANC. La obesidad mórbida acaparó los entes del Estado, para abastecer la bacanal de la dictadura a costa del hambre del pueblo.
El régimen de Mercal distribuye cajas de miseria y corrupción.
La tolda verde recibirá una tierra arrasada y diezmada. No logrará redimirla, precipitando su hundimiento.
Electrofrenia concluye con tres ejemplos de ruina: la calle llena de basura y desechos de los mítines, la entrevista de un profesor de la UCV condenando el despropósito del Carnaval, la declaración de un espontáneo que justifica su abstención por razones conocidas.
Los gérmenes de la antipolítica. Se la achacan a los enemigos. La incubó el error humano de un sistema disfuncional y podrido.
El caudillismo, el escaso nivel de la competencia de egos, el acercamiento oportunista a la masa de a pie, la celebración alienante, la plegaria de promesas incumplidas, la contaminación de la ciudad, la falta de carisma, el derroche de recursos, el consumo y reciclaje de un ritual desgastado, componen el entramado argumental y plástico de la película, una auténtica autopsia del desangre provocado por la siembra del petróleo.
Si quieren encontrar una explicación al caos y la debacle, búsquenla en Electofrenia.
La vigencia del filme nos interpela, nos habla de la persistencia de un modelo caduco, nos desnuda la conspiración del chavismo, nos llama a evolucionar,
Las regionales nos atan a un paradigma de atraso y dependencia. Participaremos con el ánimo de resistirle a la avanzada del oscurantismo de Diosdado Cabello. No obstante, somos conscientes de las limitaciones del fenómeno electoral. Por tanto, las circunstancias obligan a proponer ideas frescas, alternativas y distintas, cónsonas con el momento.
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