Apóyanos

André Malraux, Coronel de Brigada

La entrevista que sigue fue publicada en este diario el 4 de octubre de 1945, después del hundimiento del Tercer Reich. Malraux había publicado “La condición humana” en 1933, novela que obtuvo el Premio Goncourt y con la que se inscribió en la historia de la literatura del siglo XX

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André Malraux es, sin duda alguna, una de las figuras más apasionantes del pensamiento universal. No solamente por el signo de sus novelas –profunda humanidad, hallazgo de una nueva técnica, vigoroso realismo revolucionario– sino también por su vida audaz al servicio de la justicia. André Malraux de pie junto a la hoguera de la revolución china escribió La condición humana. André Malraux comandando una escuadrilla de aviones republicanos en España concibió su novela La esperanza. Y a la hora de la invasión de Francia por los alemanes, André Malraux se convirtió en jefe de máquina. Era su puesto.

No es fácil encontrar a Malraux en París. Es militar en servicio activo, con tropas a su mando, constantemente movilizado de un sitio a otro. No tiene domicilio propio. Habita temporalmente en el apartamento de un amigo lleno de hijos que ha reducido su espacio vital para ofrecerle alojamiento al novelista. Allí me cita Malraux una tarde. En un salón estrecho, donde corretean chiquillos por entre las patas del piano, lo escucho hablar durante casi dos horas. Quiero saber la verdadera historia de André Malraux –el guerrero, el héroe– desde la iniciación de la guerra hasta esta fecha. Algunos periódicos han publicado relatos contradictorios. El propio Malraux me ayuda a hilvanar los datos que he obtenido en París y a redondear la narración.

André Malraux fue herido en 1940, mientras combatía contra los alemanes, quedando en poder de los nazis como prisionero de guerra. Logró evadirse en noviembre de ese mismo año e inició su trabajo en el movimiento de resistencia adhiriéndose a la organización que dinamitaba en el sudeste de Francia. Así participó en el primer gran atentado contra los trenes de aprovisionamiento alemán.

En 1941 tomó parte en la reorganización de su regimiento de tanques. Los tanques habían sido desarmados y sepultados en las cavernas alpinas por oficiales franceses que se negaron a acatar el armisticio de Petain. Fue necesario crear servicios especiales para establecer contacto con cada uno de esos oficiales, obtener de ellos los datos precisos, levantar planos que determinaran la situación exacta de las cavernas alpinas, armar y acondicionar de nuevo los tanques, proveerlos de gasolina y echarlos a andar clandestinamente por la tierra de Francia conquistada. Ese regimiento se mantuvo durante ocho meses en espera de la invasión aliada. Al cabo de ese tiempo, cuando se tornó muy crítica la situación, el regimiento de tanques se vio obligado a desbandarse y muchos de ellos cayeron en poder de los italianos.

Malraux continuó actuando en el movimiento de resistencia hasta el 10 de junio de 1944, cuando la vanguardia de los ejércitos aliados desembarcó en las costas de Normandía. Once días más tarde cayó Malraux nuevamente herido. Fue trasladado a un hospital de Toulouse. Más tarde, cuando iba a ser entregado a la Gestapo o enviado a un campo de concentración, fue liberada Toulouse por las fuerzas de resistencia. Malraux adquirió de nuevo el derecho a continuar combatiendo por su pueblo.

El novelista había sido designado jefe de las fuerzas de Alsacia y Lorena que participaban en la resistencia. Ya arrojados los alemanes de Francia, los alsacianos decidieron integrar una Brigada Independiente para contribuir a libertar a Alsacia y Lorena y para luchar en terreno alemán. André Malraux, que se había batido al lado de los alsacianos en la Dordogne, fue escogido como jefe de esa Brigada.

Malraux salió del hospital de Toulouse, a ponerse al frente de sus bravos alsacianos y a incorporarse a la lucha en los Vosgos. La Brigada cumplió un magnífico cometido en los combates finales contra el nazismo. Participó en la batalla de los Vosgos, sirviéndose de su gran experiencia de lucha en las montañas para actuar como contra guerrilla e impedir que las guerrillas alemanas obstruyeran la marcha de los tanques aliados por los bosques. La Brigada se batió, como tropa de choque, en las últimas acciones libradas en suelo francés y se cubrió de gloria en la defensa de Estrasburgo. Luego pasó a territorio alemán y bregó en las últimas batallas que condujeron a la victoria.

El coronel André Malraux, jefe de esa Brigada, habla conmigo esta tarde. Le sacude con frecuencia un tic nervioso, cual si le faltara el aire al respirar. Pero es mucho más joven de lo que yo imaginaba. Y sobre la solapa de vistoso uniforme de Coronel de Brigada se han dado cita las más refulgentes condecoraciones. Es un héroe de Francia.

La misión del maquis

―¿Me hablará usted del origen del movimiento de los maquis y de la función que cumplió en la liberación de Francia?– pregunto a Malraux. Y él me responde:

“El origen de los maquis fueron los hombres a quienes la Gestapo persiguió por motivos políticos. Ya situados en la ilegalidad resolvieron batirse contra los alemanes. A ese núcleo beligerante se unieron luego los que escapaban al reclutamiento para el trabajo forzado en Alemania, surgiendo así el maquis o ejército de las montañas.

A medida que los alemanes intensificaban las deportaciones de trabajadores para las fábricas alemanas, fueron creciendo los efectivos del maquis. Al principio eran grupos muy débiles y muy mal armados. Uno de los primeros maquis que yo conocí en la Dordogne, estaba compuesto por 17 hombres y 3 revólveres. No se contaba entonces con la ayuda de la población campesina. La colaboración solo se estableció verdaderamente cuando los alemanes extendieron su persecución al campo y se llevaron a los hijos de los campesinos. Era muy endeble la efectividad militar inicial de los maquis. Las armas lanzadas en paracaídas por los aviones aliados iban al movimiento de resistencia de las ciudades, el cual estaba en contacto con el exterior, y no a los maquis perdidos en los bosques. Los maquis obtenían armas y alimentos realizando golpes de mano contra los convoyes alemanes mal protegidos.

El movimiento de resistencia comprendió luego que una de sus tareas esenciales era el armamento y la organización militar de los maquis. Gracias a ello, los maquis extendieron su acción y se prepararon para cumplir su misión fundamental: el sabotaje general de las comunicaciones alemanas en el momento de la invasión. Al movimiento de resistencia le correspondía paralizar los ferrocarriles y cortar los caminos para retardar la concentración de tropas alemanas en el lugar de la invasión, así podría compensarse la superioridad militar que la proximidad de sus bases concedía a los alemanes en el primer instante.

Le referiré a usted cómo se desarrolló una de las operaciones de mayor envergadura realizada por las Fuerzas Francesas del Interior. El hecho sucedió cuando el desembarco, y para impedir que una gran columna de tanques pesados alemanes llegara a Normandía. Comenzamos por minar todos los caminos de la región donde los tanques estaban concentrados. Los alemanes perdieron algunos carros, retardaron su marcha, pero pasaron. Mientras tanto, un trecho más lejos, el movimiento había roto las líneas de los ferrocarriles. Las líneas fueron reparadas, pero los maquis habían volado los túneles. El convoy se vio obligado a torcer su ruta hasta Burdeos en busca de trenes porque los tanques no podían llegar por sí mismos hasta el Norte sin inutilizarse para el combate. En Burdeos, el movimiento de resistencia logró saltar todas las líneas del ferrocarril, menos la que conducía a París que estaba formidablemente custodiada. Esa dirección fue la que tomó finalmente el convoy alemán. Pero el movimiento de resistencia avisó entonces con precisión a la RAF la vía y la hora de la salida, cayendo sobre el tren un bombardeo que destruyó el 75 por ciento de los tanques.

Eso era, a mi juicio, lo fundamental. Hacer perder a los alemanes minutos, horas, días, que eran preciosos en el momento del desembarco, para impedir una concentración de fuerzas tan superior a las tropas aliadas que pudiera hacer abortar la operación. La resistencia de las ciudades y los campos, con sus sesenta y cinco mil torturados, mantuvo puro el corazón de Francia. Ella, y el Ejército de Liberación, son el honor mismo de este país”.

Una cultura atlántica

Malraux me ha dicho que, mientras esté al servicio activo del Ejército Francés, no hará declaraciones de tipo político. Salgo, pues, al encuentro del artista:

―¿Cuál es, a su juicio, el porvenir de la cultura europea después de esta guerra?

“Yo no he creído nunca en la existencia de una cultura europea –comienza por decirme–. Ha existido una cultura vagamente europea, a ratos franco-inglesa, y otros anglo-francesa, en los siglos XVII y XVIII. Pero lo que se entiende hoy por Europa, ni posee una cultura homogénea ni tiene características similares. Para definir a Europa tendríamos que hacerlo con un giro negativo: ‘aquello que no es Asia’. Sí creo que una nueva cultura se viene gestando: es la cultura del Atlántico. Ayer existió, en la época romana, y aún en la bizantina, una cultura del Mediterráneo, que tampoco fue propiamente una cultura europea. De esa cultura del Atlántico formará parte el oeste de Europea, ya que en el Este se vislumbra un mundo influenciado directamente por Rusia. En cuanto a Francia –aún una Francia donde el comunismo juegue un gran papel– creo que su metamorfosis se orientará hacia el Atlántico. Yo sé que Francia teme a la ‘influencia americana. Pero no se trata simplemente de influencia. No solamente porque la influencia lleva consigo un sentido de reciprocidad –Grecia sobre Roma, Persia sobre Arabia– sino porque las nuevas culturas no son la suma de las que les han precedido sino su metamorfosis.

Este panorama no implica forzosamente una orientación de la política francesa hacia América. La política juega un gran papel en la evolución de la cultura, pero por vías imprevistas y poco racionales. Los problemas de la cultura se plantean en términos de destino. Los de la política son distintos, aunque Napoleón pensara erróneamente que la política era el destino.

Ciertos países de América Latina ejercerán en esa nueva cultura una influencia de tipo espiritual e indirecto. Los Estados Unidos se perfilan como eje de esa cultura del Atlántico. Pero otros elementos, tales como la extraordinaria fibra plástica de México, y la sensibilidad de raíz indígena que encontramos en diversos pueblos de América, estarán presentes en el crisol. Así como también ese signo cósmico del animal y de la tierra que pervive en vuestros pueblos.

En las relaciones culturales de Norte América con sus vecinos del Sur observamos ya ese carácter recíproco de la influencia cultural que he mencionado. La novela norteamericana ha adquirido en los últimos tiempos una proyección más profunda, un contacto más firme con la realidad brutal, un atisbo de la tragedia griega. ¿No han tenido parte en esa nueva orientación los novelistas de América Latina? Me refiero particularmente a esos libros donde la muerte y el sentido cósmico del mundo están siempre presentes, tales como Los de abajo, de Azuela, La vorágine, y dos grandes novelas del Llano de su país, cuyo nombre no recuerdo”.

Doña Bárbara y Cantaclaro– le digo.

“Esas mismas. En cuanto a Don Segundo Sombra, no obstante, su paisaje gaucho, es el reflejo de una sensibilidad europea, francesa. No es ese el aporte de América”.

―¿Y qué papel le asigna usted a España?– pregunto.

Malraux sonríe y me responde:

“Me obliga usted a hablar de política. Porque la verdad es que Franco le impide cumplir a España su verdadero destino cultural. El arte español buscaba con paso certero nuevas formas, particularmente en pintura y escultura, cuando se tropezó con el advenimiento de Franco. Y toda la raíz de la cultura española está en contradicción con el franquismo. De aquí que la misión de España en la nueva cultura esté íntimamente ligada a su liberación política”.

Confieso que me siento un tanto desconcertado ante este concepto de una nueva civilización que estaba lejos de sospechar en André Malraux. Voy pensando en ello mientras el novelista me conduce en su automóvil hasta el hotel, salvándome de una larga caminata por un París sin transportes. Mientras cruzamos la avenida de los Campos Elíseos, él condensa su opinión en estas últimas palabras.

“Mire usted. Hay alguna cosa profunda que se acuerda sutilmente entre América, Inglaterra, Francia, Portugal y España. Ese elemento es el futuro de una nueva cultura. Después de la guerra del 14, la humanidad se imaginó que el acontecimiento más trascendental había sido la batalla de Verdún. Sin embargo, lo fue la Revolución Rusa. Asimismo, nada tendría de extraño que al hacerse la historia de esta guerra el suceso de mayor influencia sobre el destino del mundo no fuese la batalla de Stalingrado, ni la invasión a Francia, ni el colapso militar del nazismo, sino la Conferencia de Río de Janeiro, primer síntoma de la unidad americana”.

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