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Dos catástrofes

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Venezuela padece dos catástrofes en el ámbito político. Padece muchas más en el campo económico y social, todas las cuales se acuerpan en una megacrisis humanitaria que se profundiza y extiende día a día, pero en el ámbito propio de la conformación política padece, al menos, dos catástrofes: una en lado del oficialismo, cuyo proceder es catastrófico para Venezuela; y otra en la acera o aceras de la oposición política, cuyos costosos errores –además de no pocas y negociosas actuaciones– han devenido en una realidad muy dañosa para la posibilidad de construir una alternativa política a la hegemonía roja.

Es una auténtica tragedia que el poder establecido, con todo y lo destructivo que es para el país, no se sienta en nada amenazado –y ni siquiera intimidado– por lo queda de una alianza política que logró ser votada por casi 60% del electorado, según los anuncios forzosos del CNE con ocasión de las elecciones legislativas de diciembre de 2015. Señalar que de entonces para acá se ha desperdiciado una inmensa oportunidad de cambio, sería una subestimación. Es mucho peor. Se ha perforado la esperanza de millones de venezolanos que hoy sobreviven como esclavos un día tras otro y en medio de una notoria orfandad política.

De la conducción política de la hegemonía, teledirigida desde La Habana, no cabe esperar nada distinto de lo que siempre ha hecho: despotizar, depredar, envilecer, corromper, asolar. Pero con suficiente habilidad y falta de escrúpulos, como para engarzar a algunos personajes políticos y opináticos de la oposición formal, y ponerlos a jugar el juego de su tablero neodictatorial, o dictadura disfrazada de democracia. Por supuesto que pocas cosas pueden ser más corrosivas para la idea y necesidad de una unidad de criterios y estrategias, y así se ha llegado al colmo de manifestar públicamente que se aceptan como salidas viables todas las estrategias constitucionales –“sin exclusiones”– con lo cual, ciertamente, no se afinca en ninguna, y en ese vendaval de dispersión, uno de los regímenes más repudiados del hemisferio se las arregla para salirse con la suya y, por ahora, mantener el control político de Venezuela.

En la hegemonía, desde luego, la guerra es sin cuartel, pero es más interna que externa. En buena parte de la “oposición” hay una especie de todos contra todos, pero se hace más visible en la medida que se hace más intensa la molestia social con la vocería política. Uno imagina que muchos en la comunidad internacional deben estar desconcertados, comenzando por el decidido secretario general de la OEA, Luis Almagro. Bien se sabe que es harto improbable que la presión exterior en defensa de la causa democrática, pueda ir por delante de la presión nacional. Y si esta se debilita, al menos en términos prácticos, aquella no se fortalece.

Puede haber razones de tipo “estratégico” y hasta de tipo ideológico que ayuden a explicar –que es distinto de justificar– la gravosa situación de nuestra oposición política. Pero ciertamente que hay otro tipo de razones, digamos que más de corte material, que no pueden excluirse de la explicación. Y no se trata de una presunción: es de lo que se acusan entre sí algunas de las figuras emblemáticas del ensamble. El triangulo sería fatal, porque si factores opositores son financiados por los que son financiados por la hegemonía, entonces la hegemonía es la que financia a esos factores. Mayor catástrofe que esa, imposible.

De la catástrofe oficialista tenemos que salir para que Venezuela tenga la opción de un futuro humano y digno. Pero será más cuesta arriba salir de la catástrofe oficialista si antes no se supera la catástrofe de la oposición política. Y no hay que ser un reputado politólogo para entenderlo.

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