“Aquí siempre hay una conspiración subterránea para minar las bases que sustentan el sistema democrático”.
Rómulo Betancourt en El Poliedro, Caracas, 1976.
Datos para un volumen largo pero estoy en otra onda. Además, eso les corresponde a los analistas políticos profesionales de envidiable cabeza fría.
Sí puedo dejar testimonio breve de la inmensa gratitud que varias generaciones le deben a la Acción Democrática de sus inicios y veinticinco años en la gobernanza de una Venezuela que luego de inmensos sacrificios en clandestinidad, cárcel, exilio y cementerio, inauguraba una nueva era. Rómulo Betancourt, que conoció el comunismo desde su entraña misma y lo detestaba, encabezó el terco milagro de dirigir una democracia representativa tan difícil de gestar, instaurar y conservar por cuatro décadas.
En especial los salvados en el siglo XX de las dos guerras mundiales con sus descendientes criollos, sin militancia ni compromiso directo, simpatizaron a fondo con este partido que ejerció tolerancia frente al pensar ajeno y los admitió sin reservas en una sociedad marcada por el atraso de dos siglos dictatoriales. Esa gratitud generó la etiqueta “adeco sentimental” que inventé y me atribuí durante mucho tiempo. Pero fue una experiencia generacional acentuada cuando todos los periodistas disfrutamos libertad de expresión para ejercer las más duras críticas durante sucesivas etapas presidenciales y luego, además en mi caso, de conocer a Rómulo, en tandas larguísimas para el libro de entrevistas La Venedemocracia de 1977, reeditado en el 81 y en 2008.
Al primer encuentro de tres, en su casa regalada por copartidarios, acudí muy temerosa y resentida por aquella frase tan polémica que le atribuían: “Disparen primero y averigüen después”. Se refería a los terroristas urbanos y rurales, guerrilla loca y local inspirada en la Cuba fidelista que ya pretendía apoderarse del país, misión de la que se encarga hasta hoy el narcochavismo militarista, desde esta semana en estrecho concubinato con una dirigencia que perdió su derecho a conservar el nombre original “AD”.Cuando transcribí sus respuestas, sentí el privilegio que me permitió admirar por fin, en carne y hueso, a un estadista de su calibre.
Las imágenes con sonido del actual cogollo, adequista por letras pero sin sus principios, hoy mentiroso, manipulador, irresponsable, anacrónico, traidor, firmando su propio decreto de muerte que trata de sepultar sin escrúpulos los fundamentos de la socialdemocracia liberal venezolana, producen efectos terribles en el adequismo de empatía ideológica, síntoma difícil de explicar en un limitado espacio de opinión. Dolor sentido también ante la joven electa para gobernar el estado Táchira, con su agresiva oratoria populista, su gestualidad y tono mezcla de los usados por la peronista Cristina Kirchner y la chavista Iris Varela.
Porque no son propiamente adecos doctrinarios ni sentimentales los cuatro estados donde ganaron candidatos de la seudo-AD. Lo que allí se produjo fue el efecto compulsivo secundario de un adequismo emocional primitivo, proyectado en la llamada “economía del voto”.
Sí. Pues la nueva dirigencia joven y de algunos adultos reconocidos por la sociedad venezolana, capaces, valientes, forjados en acero de lucha sangrienta contra este régimen castrense, castrista, castrador, criminal, totalitario es un liderazgo en su gran mayoría preso, exiliado, secuestrado, enterrado y amenazado por la Fuerza Armada chavista y sus acólitos del PSUV. Entonces el hambreado, desnutrido, esclavizado y humillado pueblo venezolano, por instinto final de supervivencia, en su elección de octubre 15, optó hacia el grupo político también moribundo que a fuerza de ocultos pactos aún lucía una maquinaria confiable y de algún modo remontaba hacia el antiguo AD coherente, parecía que conservaba su herencia de historia y proceder honorables. Aunque sí era sospechoso que casi no tenían militancia victimizada en celdas de tortura y muerte lenta, como sucede con otras organizaciones y simples ciudadanos opositores, más de seiscientos enrejados y en condiciones infrahumanas.
Es que la conducta de las masas reprimidas resulta compleja, a veces impredecible y sumamente peligrosa. Lo medio aprendí de la clásica literatura universal, antes, al asumir mi biografía ancestral judeo-europea, conocer la gran filmografía mundial autónoma y más tarde leyendo autores de rango filosófico como Hannah Arendt y Elías Canetti, entre otros pensadores del para siempre.
Toda dirigencia política, venezolana contemporánea, que merezca ese oficio respetable debe asimilar esas reflexiones y vivencias si no quiere calcar a los verdugos del multitudinario, necesario y salvador proceso que todavía y por ahora puede resumirse como adequismo sentimental. Quizá, desde sus diferentes toldas, puedan resucitarlo para forjar una urgentísima transición apartidista, taima centrada en un gerente de probada eficiencia y honestidad, sustentada en préstamos de fondos bancarios internacionales. Hay que detener ya el infanticidio denunciado ayer con pelos y señales por Cáritas.
Además, un liderazgo pendiente de actualizarse sin pausa, por ejemplo investigando al reciente premio Nobel de Ciencias Económicas, Richard Thaller, quien describe “la contabilidad mental”: el impacto colectivo inducido por certeras o erróneas decisiones motivadas desde sanas o delictivas psicologías estrictamente individuales.
Adelante, pues, con el cerebro dando.
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