El día de ayer (31 de octubre) se cumplieron 500 años del inicio de una revolución llamada Reforma, cuando el monje Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la Catedral de Wittemberg en la Sajonia (hoy Alemania). Lo que comenzó como una protesta en contra del abuso en la aplicación de las indulgencias, se convirtió en un gran movimiento de división de la cristiandad europea occidental (ya el cristianismo oriental se había separado en el siglo XI generando la Iglesia Ortodoxa). Movimiento que gracias al inicio de los viajes transoceánicos y el principio del individualismo religioso, se expandiría por el mundo entero en una gran diversidad de cultos y grupos. Los venezolanos de hoy no somos inmunes a sus consecuencias, no solo porque el mundo entero es una realidad occidentalizada, sino especialmente por el rápido crecimiento que los protestantes han tenido en nuestras últimas décadas.
La Reforma no es el mejor nombre que se le puede dar pero fue el que se terminó imponiendo historiográficamente. Porque a pesar de haber nacido de la necesidad de realizar cambios dentro de la Iglesia Católica, terminó en la separación de un gran grupo de sus fieles. Estos “hermanos separados” (como los llama el Concilio Vaticano II) asumieron una nueva doctrina religiosa aunque conservando algunos dogmas básicos, tales como la Trinidad y la Encarnación. Ante el hecho consumado la Iglesia terminará llevando a cabo una verdadera reforma, es decir, un conjunto de cambios administrativos y doctrinales de cara a la renovación de la fe y su estructura organizativa. Y cuando en parte nada de esto convenció a los protestantes, se dio pie a la Contrarreforma. Esta última fue la reacción armada de los reinos católicos contra los principados, reinos y movimientos inspirados en el protestantismo. La más terrible consecuencia fue un siglo de guerras religiosas, en las cuales España (de la cual ya éramos parte) tuvo el liderazgo, y que impidió que dichas ideas llegaran al sur del continente.
La revisión de las 95 tesis de Wittemberg nos permiten afirmar que Lutero iba más allá de una reforma de la Iglesia. En ellas se pueden identificar los principios fundamentales del protestantismo como el individualismo religioso, la libre interpretación de la Biblia y su autoridad, y la desvalorización de los sacramentos y la Iglesia. Muchos encuentran en estas ideas, junto a otras, una forma “más pura” de fe. No podemos dudar del hecho de que la Iglesia Católica cae muchas veces en el burocratismo, por no hablar de las debilidades y pecados de sus miembros, e incluso el catolicismo popular ha adoptado aspectos protestantes. En nuestro país, al seguir siendo los evangélicos, pentecostales, mormones, etc., minorías frente a los católicos, los primeros poseen la fuerza de esa condición. No sufren todavía las consecuencias del culto masivo y el anquilosamiento que muchas veces padece la tradición. Tienen el atractivo de la moda, de lo nuevo; y los conversos que provienen de las filas católicas se ven atraídos por ello sin haber probado antes la profunda riqueza de la religión de sus abuelos.
En Venezuela son muchas las familias que han sido “divididas” por el aspecto religioso. Familias católicas donde algunos de sus miembros se convierten especialmente al culto evangélico, rompiendo con una tradición de varios siglos. Al cambiar su cosmovisión ya nada es igual, y en algunos casos se hace agotadora la relación por su fuerte proselitismo. Muchos de mis alumnos ya representan la segunda generación como protestantes y he percibido que se han hecho menos rigurosos, desarrollando un trato más amable con el diferente. Salvo con las denominaciones más sectarias (hay que decirlo), hoy en día los católicos y protestantes se llevan bien. Los primeros han abandonado la famosa palabra “secta” y los segundos han descubierto los vínculos comunes ante una sociedad menos creyente. Ideal sería un mayor conocimiento por parte de las mayorías para no caer en barbaridades ni manipulaciones, como aquella que pretende adueñarse de la denominación de “cristianos” como si los católicos no lo fueran también.
A 500 años de aquellos sucesos se puede comprobar que el cristianismo no sucumbió a su división ni es una fe moribunda. La polémica entre ambas perspectivas sigue despierta, demostrando que sus principios son vitales para los fieles de lado y lado. La Reforma demostró al final que el ser humano no puede vivir sin libertad religiosa, fortaleciendo la lucha por el resto de las libertades.
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