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Las calles venezolanas que no ha mucho fueron un campo de batalla durante meses han pasado a ser una suerte de desierto político. Ni un fraude electoral hecho a las patadas las ha movido un ápice. Ni un maremoto inflacionario al parecer sin término, tampoco; más raro aún porque afecta la materia misma de que estamos hechos, de la cual vivimos y morimos. Y, en general, la flagrante destrucción de los valores más altos y la cotidianidad más inmediata del país no nos induce a reunirnos y a gritar fuerte para aliviar tanta pena.

Parecía hace semanas que el voto era un camino que sustituiría aquellas marchas que nunca llegaban a donde se proponían y que nos llenaron de un dolor de una insoportable intensidad. Las elecciones que nos habían robado y que pensábamos podíamos recuperar, gracias justamente a ese sacrificio incesante y a la presión internacional que no dejaba de crecer. Allí, no cabían dudas, la misma realidad martirizada y las encuestas y análisis lo exclamaban: no podía haber sino una arrasadora victoria nuestra. No era el fin de la pesadilla pero sí su preludio, casi un referéndum revocatorio, dijimos. Ya sabemos, al menos en buena parte, lo que pasó. Por ahora digamos que se perpetró un fraude utilizando con alevosía los intersticios del sistema, tratando de manejar lo que se suponía eran zonas poco codificables por su inédita barbarie y así eludir la mirada inquisidora del país y del mundo. Y ganaron poder fáctico en grandes porciones, pero acabaron con la mínima decencia electoral y bloquearon la expresión cívica fundamental, pisotearon los residuos de la democracia. La natural respuesta es la negativa de la mayoría de los partidos opositores significativos a participar en esa nueva emboscada que son las elecciones municipales.

Lograron igualmente hacer estallar en la oposición contradicciones muy serias que obligan a repensar casi todas las aristas de la unidad, tan preciada. Yo diría que para empezar hay que hablar más de lo sucedido en las elecciones pasadas, fraude sí, pero hay que detallarlo y también lo que no fue fraude, que seguramente lo hubo. No hay que archivar el tema, sigue tan vivo que lo encontramos en muchos aspectos de las diferentes posturas opositoras frente al venidero proceso.

Ahora bien, lo que puede pasar en esas elecciones municipales es imprevisible. Hoy el CNE registra más de 4.000 postulados por 70 partidos, nacionales y regionales. Hay oferta abundante. ¿Habrá votantes antichavistas? La mayor paradoja sería que ciertos abstencionistas arrepentidos de octubre voten en diciembre. Se supone, por otra parte, que los ganadores que hubiese tendrán que hacer las genuflexiones del caso en la constituyente y deberán redefinir su relación con la MUD y esta con ellos. No es de extrañar que el CNE sea más cauto en sus tretas que la vez anterior, dado el desprestigio acumulado, veremos qué estrategia utilizará esta vez; ya anuncia acercar un poquito los centros movidos a sus lugares originarios, la agresión más brutal que, recuerda Tibisay, se debió a que alguna vez hubo en ellos violencia y podría repetirse, argumento sublime que además habla muy mal de la protección del Plan República. Pero, ojo, el fiscal amenaza al abstencionismo… porque sí. La verdad es que va a ser un día para retos teóricos y apuestas en metálico.

Paralelamente, está la pregunta de las preguntas: ¿qué expectativas hay sobre la elección presidencial que se ha convertido en la última carta democrática hacia la reconstrucción de la democracia? Sobre todo, ¿cómo se va a cambiar el CNE por unos tíos o tías que no vayan a ir presos? ¿Cómo es que actuará la comunidad internacional, hay alguna Quisqueya de por medio? ¿Qué será de la constituyente omnipoderosa, juramentará al nuevo Presidente? ¿Primarias con unidad remozada? Es espeluznante el lance.

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