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El diagnóstico y la cura

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Así como mucha gente pensó que era imposible que la oposición perdiera la mayoría de las gobernaciones el pasado 15 de octubre, y se llevó la gran sorpresa, hay muchos que piensan que Maduro sería barrido en las presidenciales que se celebrarán en los primeros meses de 2018 y eso, querido lector, está por verse. Insisto en el tema de las presidenciales ya anunciadas por Maduro aprovechando el caos que reina en la oposición, porque es el tema más importante sobre el cual los venezolanos tenemos que llegar unidos en un solo esfuerzo y con una precisa voluntad de cambio, si es que queremos sacudirnos este castrocomunismo y su pretensión totalitaria, que nos está matando. Enfrentar desde ya el tema podría ayudarnos a comprenderlo y acercarnos a una solución capaz de sacarnos de la frustración y la ira que nos dejó el resultado de la pasada contienda.

Comencemos por lamentar el derrumbe de un liderazgo que logró hazañas como transmitir una sensación de unidad que llevó al electorado opositor, tanto el pro como el anti-MUD, a obtener con el voto la victoria aplastante en las parlamentarias, la misma unidad que impidió la reelección presidencial indefinida de Chávez, que ha convocado las más grandes marchas y concentraciones que se hayan visto en este país, sin que aparezca en estos momentos un muro que contenga ese derrumbe. Y el asunto se vio venir porque a raíz de esa victoria todas las brújulas rompieron sus agujas y el barco comenzó a andar a la deriva y expuesto a corrientes, visibles unas y subacuáticas otras, que desviaron su curso hasta hacerlo chocar con un iceberg que terminó fracturándolo hasta llevarlo a una división bastante indecorosa, si es  que tomamos en cuenta el lenguaje airado y acusatorio que utilizaron algunas de las partes en conflicto.

Nunca como en ese momento se alborotaron hasta la histeria las apetencias de poder, la obsesión descontrolada por tomarlo y la exacerbación del discurso oportunista, ese que a la gente le gusta escuchar y que el falso liderazgo utiliza de manera programada cada vez que se presenta la oportunidad.

Viéndolo con el detenimiento que una crisis política merece, nunca una victoria fue tan dañina y trajo tanto perjuicio como aquellas parlamentarias que con tanto regocijo celebró el electorado. Nunca la visión de la dirigencia beneficiada con ese resultado fue tan ciega a la hora de interpretarlos.

Haber  pensado si quiera que  aquel triunfo había sido una victoria exclusiva de la MUD, cuando había sido  un pase de factura de toda una población a un régimen arbitrario, ineficiente y corrupto, fue una catástrofe, Haber precipitado los proyectos políticos electorales de cada partido importante dentro de la MUD, en vez de activar el raciocinio y la lógica política para convertir esa victoria  en  el primer eslabón de una cadena para lograr el cambio, fue un error que se convirtió en híper error cuando la oposición “victoriosa” decidió utilizar, para contento de la galería, un lenguaje contra producente e inoportuno por su virulencia, contra  un régimen acorralado y perseguido, pero todavía con mucho poder.

El resultado fue que ante tal amenaza las disputas internas del régimen se congelaron y lejos de asimilar la lección de aquel resultado, decidió desconocerlo y profundizar no solo su línea estalinista ordenada desde La Habana, sino perfeccionar su sistema de fraude continuado con el apoyo irrestricto de CNE, el TSJ y esa parte de la Fuerza Armada que sostiene a este régimen. Luego y como si fuera poco, las brechas entre los grupos opositores se abrieron más, sus obsesiones de poder los llevaron a una cadena de errores que terminó por dividirla, mientras ese régimen, represivo en demasía, repudiado por más de 85% de la población, instaló una constituyente espuria dedicada exclusivamente a imponer la ley del odio con la que están completando su proyecto totalitario.

Si observamos el escenario de la confrontación que vivimos en estos últimos años, sin ningún esfuerzo podemos ver las bajas caídas en el campo de batalla. La primera víctima ha sido Venezuela, un país que fue sacudido, destruido, saqueado  por el castrocomunismo,  que hoy yace empobrecido, aniquiladas sus instituciones, descuartizada su democracia, empeñada su soberanía, y con  un futuro tan incierto como agonizante. De allí para abajo, póngale el orden que usted quiera a otras pérdidas lamentables como la fe y las esperanzas de un pueblo por un destino mejor, el descrédito en que ha caído la FAN penetrada desde hace lustros por el castrocomunismo y que hoy es el verdadero sostén de esta implosión,  los partidos políticos masacrados por la antipolítica, la muerte de la legalidad y el triunfo del de facto sobre el de jure,  el valor de la Constitución como instrumento que regula la vida de un país,  la idea de cambio que con tanta urgencia se requiere para salir del barranco en el que se encuentra, el desangre de capital humano que ha significado la diáspora sufrida que pareciera no tener fin, las inhabilitaciones políticas que recayeron sobre el liderazgo opositor, la pérdida de la confianza en el voto, única arma ciudadana para defenderse de los abusos de poder, a la cual han contribuido grupos opositores, todo ello cubierto por la bandera de la desunión, y todo  gracias a la arbitrariedad y a los golpes de Estado continuados de un régimen que no respeta ni a la ley, ni al pueblo que con tanta retórica vacía dice proteger. Y es justamente en ese escenario, luctuoso por donde se le mire, que el régimen está adelantando elecciones para con armas de la democracia, terminar de destruirla o si lo prefiere, disfrazarla.

Hasta aquí el diagnóstico que tiene la ferocidad de un cáncer con metástasis, y cuya cura depende, más que de un milagro, de la sensatez que la dirigencia opositora debe recuperar y con ella regresar al camino correcto de la defensa de la Constitución, volver a la ruta electoral, no dejar morir el voto, permitir que nuevos liderazgos reanimen el discurso de la fe y la esperanza, unir todos los esfuerzos para cuidar cada capítulo del proceso, adiestrar sus testigos, volver a la calle porque protesta sin calle no es nada, entender que las municipales son un escenario ideal para reactivar la lucha y el mensaje pero, por sobre todas las cosas, entender de una vez por todas que sin una unidad a toda prueba no es posible enfrentar a un enemigo armado y con la determinación de no entregar ni un centímetro de poder.

Todavía es posible una recuperación, porque si algo debe tener presente cada venezolano es que el resultado de las regionales no significa de ninguna manera un triunfo de Maduro, sino la derrota de la desunión.

Los problemas que acosan al país siguen intactos y esperando por una solución que en ningún caso el régimen puede dar, y que el liderazgo opositor debe proponer de urgencia, con un programa de gobierno claro irrebatible apoyado en la verdad, que es lo que un pueblo sufrido y chantajeado está esperando a gritos. Una cosa es cierta, mientras la división persista, el régimen se hará más fuerte y las desgracias que sufrimos a diario aumentarán. Si la sensatez, la sindéresis y el sentido común no regresan a los predios opositores y si no se apagan las llamas nefastas del narcisismo en sus filas, el país entero no tendrá salvación y terminará en el fondo de este abismo en el que está muriendo.

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