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Ruleteo: recorrer hospitales buscando sobrevivir

Una mujer embarazada, un señor con párkinson y una joven con las caderas fracturadas coincidieron una noche con la necesidad de ser recibidos en algún hospital venezolano   

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El chofer de la ambulancia hace el cambio: mete segunda, tercera, cuarta. El paciente aún respira. El recorrido de su sangre se sincroniza con cada kilómetro: la carretera funciona como quirófano, consultorio, ambulatorio y morgue. Los ruidos de los neumáticos al caer en los baches de la vía son como los últimos latidos del corazón de Pedro Colmenares.

Las señalizaciones de tránsito se convierten en indicios de vida para los familiares, quienes todavía poseen esperanzas de que reciban al paciente en el siguiente hospital.

En otro lugar, Laura Lamas piensa: “Desde hace dos horas el bebé no se mueve”. La mujer de 27 años de edad se alarmó cuando notó que desde su matriz botaba líquido amniótico, fluido que permite tener viva a la niña que está en su vientre desde hace seis meses y que ahora recorría sus piernas antes de tiempo.

Las historias de Lamas y Colmenares se entrecruzan en el camino, pero no se tocan; cuando mucho, un cambio de luces o el sonido de las sirenas los vinculan. Tienen una meta en común: sobrevivir.

Lamas, que es madre soltera, salió de su casa a las 4:00 pm desde Valle de la Cruz hacia el Hospital de Río Chico, estado Miranda. Entró al recinto dejando las marcas de su angustia por donde caminaba, reflejada en la gotera de su líquido amniótico y en su bebé inerte. Como si se tratase de un guión repetido cientos de veces, una de las enfermeras dijo al caletre:

“Aquí no hay nada que se pueda hacer, tienen que buscar resolver en otro lado”.

Apenas comenzaba la travesía; era el primer hospital de los cinco que visitaría entre la tarde-noche del viernes y la madrugada del sábado: sin carro, sin pan, sin plata, sola con la agonía de su hija.

En una casa de Guarenas…

A pesar del Párkinson, a pesar de que no tomaba los medicamentos con regularidad, a pesar de los 70 años de vida, a Pedro Colmenares no le temblaban las manos, ni los pies, ni los labios. Pero para su pesar y el de sus familiares, no caminaba desde hace meses y había estado condenado a una cama al azar de las eventualidades, sin valerse por sí mismo.

A finales de esa tarde, la lengua se le enredaba cuando trataba de explicar que no sentía el brazo izquierdo y que le dolía el pecho. América Morales, su esposa, dedujo qué ocurría y llamó a diferentes instituciones, hasta que finalmente, aproximadamente a las 9:00 pm, una patrulla y un Jeep de Protección Civil llegaron a su casa para trasladarlo al Seguro Social de Guarenas Dr. Salazar Domínguez.

Entrar y salir del recinto fue fácil.

La ambulancia no había estacionado todavía cuando unos gritos de lamento impregnaron el ambiente a las afueras del centro de salud. Los alaridos provenían desde el asiento trasero de un automóvil tipo Malibú: una mujer, de aproximadamente 25 años de edad, pedía ayuda ante el inclemente dolor que provenía de sus caderas fracturadas; horas antes una moto la arrolló en una vía, cerca del Seguro Social. Fue trasladada a ese lugar, pero aún no había sido ingresada.

El funcionario de Protección Civil que trasladaba la camilla preguntó si le podían hacer un electrocardiograma al señor Colmenares. Otra enfermera, desde un pasillo más lejano, se acercó al funcionario gritando desde lo lejos, casi increpándolo:

“No hay laboratorio, no hay para hacer electro. No hay nada. No tenemos nada más. Yo te lo voy a examinar. Vaya llamando al hospital (El Llanito). Aquí no hay medicinas cardíacas”.

(Los gritos de la mujer en el automóvil se escuchaban en los pasillos del ambulatorio)

Una doctora salió de uno de los cuartos donde el personal médico guarda sus pertenencias: “Me agarraron aquí de casualidad porque iba a buscar unas cosas que se me habían quedado”. Esto lo hacía mientras redactaba la orden de traslado para El Llanito.

En la camilla, inerte, yacía Colmenares. Tenía la mirada perdida hacia un horizonte incierto. Parecía entender todo lo que ocurría a su alrededor y trató de decirle algo a su esposa, pero no lo logró. Para redimir su confusión, ella solo le movió la almohada, por si estaba incómodo. Sin poder emitir palabras, se resignaba a observar, inmerso en su propia película.

(Los gritos de la mujer en el automóvil se escuchaban en los pasillos del ambulatorio)

Al señor Colmenares le midieron la tensión (la tenía muy alta) y le pusieron una pastilla Captopril bajo la lengua. “Por supuesto que hay que hacerle un electro y enzimas cardíacas”, explicó la doctora con su cartera y pertenencias colocadas a un lado, todo listo para salir del hospital.

A 20 pasos del lugar donde estaba la camilla con el paciente Colmenares, estaba la sala de quirófano con la puerta entreabierta. Un cónclave de enfermeras y bomberos locales charlaba abiertamente sobre si dejar entrar o no a la mujer que tenía las caderas rotas.

(Los alaridos de la mujer en el automóvil se escuchaban en el quirófano del ambulatorio)

—Bombero: Es un gran problema, tanto para ustedes como para nosotros. Pero nosotros necesitamos de un servicio, yo las comprendo a ustedes. Ahora entiende la parte mía: si la llevan (a la mujer con la caderas hechas trizas) para la estación, ¿para dónde voy a ir yo? En El Socorro los médicos cubanos no están trabajando ahorita. ¿Qué hacemos entonces?

—Enfermera: Lo que pasa es que no tenemos ni siquiera quien firme el traslado. Si necesitas alguna solución, no tenemos el suero. Si el médico no nos firma el suero, no lo puedo buscar por la farmacia.

Así como entró, salió Colmenares. A medida que se acercaba a la entrada del ambulatorio, el volumen de los gritos iba en crescendo. Aturdían más que antes, pero dentro del quirófano pretendían no escucharlos. La camilla pasó frente al carro, que condensaba y magnificaba los sonidos.

Poco a poco el ruido fue desapareciendo, a medida que Colmenares se acercaba a la ambulancia que lo trasladaría a su próximo destino: el Hospital Dr. Domingo Luciani, conocido como El Llanito.

La vida y la muerte marcadas por el ruleteo

El chofer de la ambulancia va rumbo a Caracas. El paciente tiene la respiración acelerada. El conductor del Jeep la escolta. Dentro del vehículo 4×4 está Laura Lamas. Eran más de la 1:00 de la madrugada y el bebé dentro de su vientre seguía sin dar señales de vida. Ahora se cumplían más de 7 horas sin sentir los movimientos de su criatura, de solo 6 meses de gestación.

Mientras el señor Colmenares era rechazado en el Seguro Social de Guarenas, Lamas se acercó a un funcionario de Protección Civil y le pidió el favor de que la trasladaran a otro centro hospitalario. Al ver el estado de la mujer, accedieron a montarla en el Jeep para también transportarla a El Llanito.

A esa altura, la parturienta ya había visitado tres centros asistenciales: Hospital de Río Chico, Hospital de Guarenas y Seguro Social de Guarenas.

En este último recinto no la recibieron por las mismas razones que no aceptaron a los otros pacientes. Un recorrido que hasta ese momento había sido en vano.

La ambulancia y el Jeep llegaron al Hospital Dr. Domingo Luciani. Colmenares y Lamas entraron por la puerta de emergencia del hospital caraqueño, aproximadamente a la 1:20 am.

– 10 minutos: Lamas no sale; Colmenares tampoco.

– 20 minutos: Lamas no sale; Colmenares tampoco.

– 30 minutos: Lamas salió por la misma puerta por donde entró. Sola, con su criatura en el vientre y el rastro de su pesadilla por donde caminaba.

Otros 30 minutos en vano dentro de una sala de emergencia derrumbaban las esperanzas de Laura de ver a su hija nacer. Esta vez no le dieron referencia médica para ir a otro lugar: “Tienes que buscar adónde irte, a un hospital más grande que tenga incubadora, por si tienes que parir al bebé. Aquí no tenemos incubadora. Tampoco tenemos para hacerte un eco. No te puedo atender”, se excusó el personal médico de turno.

– 40 minutos: Colmenares no sale.

La ambulancia quedó a las afueras de El Llanito, esperando respuesta del estado de salud del señor Pedro, pues se desconocía si lo iban a tratar en ese lugar. Por otro lado, Protección Civil montó a Laura en el asiento trasero del Jeep para nuevamente probar suerte en otro hospital.

— 50 minutos: Colmenares no sale.

Laura y la criatura en su vientre van rumbo al Hospital Universitario de Caracas. 10 horas al azar de la intemperie se reflejan en los signos de cansancio de su rostro; no ha dormido, tampoco ha comido.

— 60 minutos: Colmenares no sale.

El Jeep pasa por las vías desoladas y silentes de una Universidad Central de Venezuela noctámbula; el sonido de la campanada proveniente de la torre del reloj ubicada en la plaza del Rectorado indicaba a Laura que eran las 2:00 de la madrugada. Pero a esa altura ya la hora no importaba. Parte del líquido que emanaba su matriz ya se había secado. Ella padecía su dolor en silencio y aprendía a controlarlo. ¿Pero cómo saber si su bebé llora dentro del vientre?

– 80 minutos: José Colmenares murió en El Llanito aproximadamente a las 2:20 de la madrugada.

– 80 minutos: José Colmenares murió en El Llanito aproximadamente a las 2:20 de la madrugada.

6 meses – 70 años. ¿Son cifras comparables entre sí? Esa madrugada la luz al final del túnel se confundió con la del alumbramiento cuando un posible nacimiento se convirtió en algo forzoso y la muerte evitable se convirtió en obligatoria. Si los lamentos del feto fueran visibles,192 kilómetros de líquido amniótico (distancia entre Río chico y Caracas) serían evidentes a los ojos del carpintero, del abogado, del periodista, del político, de todos; y si la agitación producida por el Párkinson se sintiera como un terremoto, las voces de los ruleteados llegarían más lejos que los gritos de la mujer en el Malibú. 



*Un mes después, con 7 meses de gestación y un parto prematuro, nació la bebé de Lamas en el Hospital Universitario de Caracas. Tuvo complicaciones al momento de nacer: el pequeño perdió parte de la visibilidad en uno de sus ojos y vino al mundo con poco peso y baja estatura. *Se desconoce si la mujer con la fractura de caderas fue recibida en algún hospital.



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