Quiero comenzar este texto hoy con un epígrafe, pero me he topado ante una disyuntiva. A ver:
―La verdad es un error de perspectiva (Fernando Pessoa).
―Abomino la mentira porque es una inexactitud (Ricardo Reis).
―Desde que se piensa en serio sobre cualquier cosa, es difícil tener una opinión sobre ella (Álvaro de Campos).
―Es necesario ser de vez en cuando infeliz / para poder ser natural (Alberto Caeiro).
―Toda sinceridad es una intolerancia (Fernando Pessoa).
―Conténtate con ser quien no puedes / dejar de ser (Ricardo Reis).
―No rías. ¿Conoces lo que es locura? / No quieras saber. Todo es misterio (Alexander Search).
―Una ficción es un error relativo. Un error es una ficción absoluta (Antonio Mora).
―Odiamos lo que casi somos (Fernando Pessoa).
―El escrúpulo es la muerte de la acción. Pensar en la sensibilidad ajena es estar seguro de no actuar (Barón de Teive).
―Coexistir quiere decir existir al lado. Hablar es coexistir con uno mismo (Álvaro de Campos).
―Hay tantas cosas en mí que me sobrepasan, / tantas que no puedo llamar Yo (Alexander Search).
―Suave es vivir solo (Ricardo Reis).
―Es en nosotros que los paisajes tienen paisaje (Bernardo Soares).
―Mi corazón es un pórtico roto / inclinado excesivamente hacia el mar (Fernando Pessoa).
―La belleza no existe. Es un modo de reposo del espíritu (Antonio Mora).
―Entiendo que viaje quien sea incapaz de sentir (Bernardo Soares).
―Se ama de memoria (Álvaro de Campos).
―Grande y noble es siempre / vivir simplemente (Ricardo Reis).
―La realidad no precisa de mí (Alberto Caeiro).
―Una paradoja tiene valor solo cuando no lo es (Fernando Pessoa).
Cuando me aproximo a la obra de Fernando Pessoa, elegir y descartar son ejercicios imposibles para mí. No sé si detenerme en las Odas preciosas y precisas de Ricardo Reis; en los fragmentos desesperanzados del Libro del desasosiego escrito por Bernardo Soares; en el delirio de los versos juveniles e ingleses de Alexander Search; en el vacío vivencial de Álvaro de Campos (uno de los primeros versos que leí en Tabaquería rezaba algo así como “hoy envidio al mendigo solo por no ser yo”, y jamás lo olvidé); o acudir quizás a la poesía más ¿alegre? de Pessoa ortónimo, si el ánimo en que me hallo lo requiere. Pues este último asegura, en sus Diarios: “El cínico no es más que un pesimista alegre”.
He de acotar que recientemente me hicieron un regalo indescriptible: un libro que recoge sus rimas infantiles. En Lo mejor del mundo son los niños, Pessoa arroja una confesión que no deberíamos tomar a la ligera: “Grande es la poesía, la bondad y las danzas… / Pero lo mejor del mundo es la infancia”. Me sucede algo curioso cuando leo estos poemas para niños; no sé si será una temeridad decir que, para mí, en ellos se asoma el pensamiento de otro de sus heterónimos, Alberto Caeiro: su inocencia, su limpieza verbal y existencial, esa facultad para ver la realidad directa, sin intermediario alguno, que pareciera estar concedida a los humanos solo hasta cierta edad: “Las pompas de jabón que este niño / se entretiene en tirar de una pajita / son limpiamente toda una filosofía”. Así, siento que me acerco un poco a la manera de (des)hacer filosofía que tiene Caeiro, por medio de la poesía infantil del propio Pessoa, quien no sabemos cuáles de sus infancias asomó a través de estos versos.
En su “Carta a Adolfo Casais Monteiro sobre la génesis de los heterónimos”, dice Pessoa ortónimo: “Cuando hablo con sinceridad, no sé con qué sinceridad hablo. Soy diversamente otro respecto a un yo que no sé si existe”. Y es que es muy fácil dejarse engañar por un poeta que siempre juega. Y no nos engañemos: el poeta fingidor juega, constantemente. Entiende que hacer literatura es jugar. Y la vida de Pessoa era hacer literatura. Afirma con contundecia: “Todo lo demás en mi vida tiene para mí un interés secundario”. Juega con sus propios amigos inventados, a quienes ve surgir ante él, quienes tienen biografía propia, vida propia, obra propia. Más de setenta heterónimos llegó a haber en el universo pessoano. No todos tenían forma independiente del ortónimo: Soares, por ejemplo, viene a ser tildado por Pessoa como un semiheterónimo, demasiado parecido a él, demasiado inconcluso tal vez.
Recientemente escuché a alguien comparar la grandeza de los heterónimos pessoanos con la de su obra ortónima. ¿No es un ejercicio ingenuo, además de inútil? Creo que a todos los poetas que era Pessoa les hubiera ofendido mucho la sugerencia. En sus “Textos generales sobre la heteronimia”, escribió: “Con una falta tal de literatura como hay hoy, ¿qué puede hacer un hombre de genio sino convertirse él solo en una literatura? Con una falta tal de gente con la que poder convivir como hay hoy, ¿qué puede hacer un hombre de sensibilidad sino inventar sus amigos, o, por lo menos, sus compañeros de espíritu?”. Son preguntas que para mí siempre vienen al caso cuando trato de explicar(me) la heteronimia, quizás mi favorito entre los fenómenos literarios. Seguramente no es casual esta preferencia, como tampoco lo es mi debilidad por los diarios –incluyendo, por supuesto, el pessoano. La heteronimia y el diario se me hacen, cada una a su manera, las paradojas perfectas de la escritura solitaria y múltiple. No en balde ambas eran practicadas por Fernando Antonio.
En sus diarios, Pessoa afirma que su nombre no tiene importancia. Siempre se queja del tiempo que le restó su propia obra a la de sus heterónimos, a la que hubiera preferido dedicarse más. Yo no tomaría esto, jamás, como una manifestación de falsa modestia. Después de todo, Pessoa no hablaba de descuidarse a sí mismo para favorecer a otros poetas cualesquiera.
Aseguraba, también en sus diarios, que padecía de una locura que no sabía bien cómo explicar. La locura, por supuesto, es la explicación más cómoda para el fenómeno de alteridad en una obra tan vasta y compleja como esta. Es tan fácil recurrir a ella que el propio Pessoa lo hacía. Pienso en algo que escuché hace muchos años y se quedó conmigo, esos trozos de sabiduría que nos arroja a veces la gente, sin percatarse de su alcance: un amigo mío, filósofo y poeta –real, no imaginario– decía que la lucidez era estar consciente de la locura propia, es decir: mirar a la locura de frente.
Recuerdo el hermoso ensayo que, en Cuadrivio, Paz le dedica a la heteronimia de Pessoa (1). Cuando lo leí, terminé escribiendo un ensayo para tratar de entender algo: ¿por qué Octavio Paz se refiere a Fernando Pessoa como el desconocido de sí mismo? Jugando con Paz, titulé mi ensayo “Fernando Pessoa entre paréntesis” (2). Durante años es una cuestión que me ha inquietado mucho. ¿Qué significa alcanzar el conocimiento de sí mismo? En materia del alma, cierta expansión pareciera funcionar a favor de los espacios de la intimidad, y no en su contra. Ahora pienso que Paz entiende a Pessoa como solo él mismo se (des)entendía.
Caracas, 29 de noviembre de 2017
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Referencias
(1) Octavio Paz. “El desconocido de sí mismo (Fernando Pessoa)”. En: Cuadrivio. México: Fondo de Cultura Económica, 1991.
(2) GYV. “Fernando Pessoa entre paréntesis”. En: El taller azul (inédito). Caracas: 2000.
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