La necesaria aquiescencia entre factores políticos encontrados, solo será resultado de un ejercicio tremendamente exigente que tendría como norte anteponer el interés nacional a las aspiraciones y convicciones grupales o partidistas. Mientras se asuman posiciones diametralmente opuestas y sobre todo dominadas por un ánimo irreconciliable, no será posible avanzar. Más aún cuando una de las partes –el gobierno en funciones–, no reconoce al contrario, mientras este –la oposición política–, no confía en quienes le adversan. ¿Qué diálogo constructivo puede plantearse en semejantes términos? Más allá de la actual confrontación y del imperioso entendimiento nacional, es preciso –y urgente– abordar y resolver las numerosas y crecientes carencias que agobian al pueblo venezolano. Un tema que por lo visto no es relevante para algunos actores políticos de la hora actual.
En este orden de ideas, he sentido la necesidad de mirar el pasado, o el hábito recomendable para quienes quieran comprender, como diría Mario Briceño Iragorry al reproducir frases de Gil Fortoul en el Senado de la República, el origen del presente y para encontrar en las tradiciones del país, nuevas energías con que continuar la obra de preparar el porvenir.
La que se ha tenido por “alianza cívico-militar”, la que condujo a los acontecimientos del 23 de Enero de 1958, suele celebrarse con bombos y platillos en cada fecha aniversario, oportunidad propicia para atribuirse méritos y actuaciones por parte de voceros de los partidos entonces dominantes, aquellos que marcaron la escena de nuestra historia política contemporánea por más de cuatro décadas y que aún hoy –algunos de ellos– hacen vida pública en el país. Fecha de comprobado contenido por su significación para la democracia representativa, para la gobernabilidad del país –el acuerdo político la hizo posible– y su avance en las áreas de actividad económica y desarrollo social y cultural, fue también evento determinante en nuestra conciencia de nación y es esencialmente por ello que no ha podido ser suplantado por la efeméride gubernativa de fallidos golpes de Estado–los de febrero y noviembre del año 1992– que nada favorable ni edificante ejemplifican.
El espíritu del 23 de Enero de 1958 se puso de manifiesto en numerosos hechos y ocasiones que pudiéramos resaltar al momento de hacer elogio de la política; un elogio sincero y necesario, que pone de relieve el talante de una clase política colocada a la altura de las circunstancias, versada e instruida en experiencias vividas en décadas precedentes, consciente de sus propios errores, pero también de sus posibilidades en la nueva oportunidad que se abría al ejercicio democrático de las libertades públicas. Comencemos por destacar la intervención de Rómulo Betancourt, en el Acto de Clausura de la Convención Anual de Fedecámaras, el 21 de marzo de 1959:
“Estoy aquí acompañado de la mayor parte de los miembros del Gabinete Ejecutivo, porque para nosotros gobernar es dialogar. Para nosotros, por animarnos una concepción filosófica democrática de la función de gobernar, no es el ensimismamiento ególatra ni la autosuficiencia burocrática lo que guía nuestra conducta. Así como hemos venido a dialogar con los hombres de empresa de Venezuela… nos reuniremos mañana con los trabajadores de la República…”.
Consciente estaba Betancourt de su papel al frente del gobierno democrático, de la necesidad de conciliar posiciones, de ser tolerantes y atender las aspiraciones de amplios sectores –los empresarios, los trabajadores, los profesionales y maestros, la iglesia, incluso los militares–. Alejandro Hernández, para entonces presidente de Fedecámaras, había pronunciado una frase que reproduce Betancourt en su intervención en el referido acto de clausura:
“No puede haber desarrollo económico, ni progreso de actividad alguna, sino dentro de un régimen de libertad y de dignidad humana, lo cual solo puede ofrecer el gobierno emanado de la voluntad popular…”.
Ese era el espíritu del 23 de Enero de 1958. Betancourt declaraba al país que estábamos dentro de un clima de seguridad política y de seguridad económica, que el gobierno actuaba como coalición de los tres partidos políticos que firmaron el pacto del 31 de octubre de 1958, con lo cual se aseguraba la estabilidad política de la República. Y el respaldo de las Fuerzas Armadas era resuelto y sincero al gobierno de coalición, porque sus conductores eran hombres de vocación profesional e institucional.
Guardando las distancias del caso, es a esa esencia conciliadora, inteligente, tolerante y respetuosa de todos los factores relevantes, a la que debemos retornar en esta hora aciaga que nos envuelve. Aquí no se trata de hacer prevalecer un sector sobre el otro, menos aún de aniquilarlo como proponen algunos, sino de hacer posible la convivencia entre factores discrepantes y sobre todo atender y satisfacer las necesidades mínimas del ciudadano común –el universal olvidado en las oscuras mesas de diálogo y negociación de los tiempos actuales–. Un reto tan difícil como imprescindible, si es que queremos trascender como nación con verdaderas posibilidades.
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