El fracaso del encuentro del 1 y el 2 de diciembre entre los representantes del régimen y del G4 (AD, PJ, UNT y VP) era inevitable, pues los opositores no estaban en condiciones de esgrimir amenazas creíbles para forzar a negociar en serio y cumplir lo acordado.
Para obligar al régimen se requieren una o varias condiciones: la unidad opositora, la presión internacional, la movilización de calle y apoyo militar.
La unidad se desmoronó cuando los dialogantes abandonaron el mandato del 16 de julio, respaldado por 7,6 millones de ciudadanos; la presión internacional se dividió cuando el G4 se distanció de la firme posición de Luis Almagro, secretario general de la OEA, y de los gobiernos que han adoptado sanciones contra personeros del régimen, y más bien abrió el camino a otros que se esfuerzan en convencer a Maduro para que haga concesiones pero sin que se ponga bravo; la movilización de calle bajó debido a la locura represiva que ocasionó más de 130 asesinatos y que infundió natural temor en los ciudadanos, pero, además, tuvo el ingrediente de la decisión del G4 de concurrir a las elecciones regionales y dejar al garete la protesta ciudadana; el apoyo militar es mirado con desdén por los negociadores y hasta ahora luce débil y disperso como para generar una verdadera presión sobre el régimen.
Es decir, los negociadores no representan ninguna fuerza que pueda decirle a Maduro: “O cumples o te sacamos”, “o cumples o te derrotamos unidos, con sanciones internacionales, o con la fuerza de la calle o con la fuerza militar que nos respalda”. Y no lo pueden decir porque la única condición de posibilidad habría sido convocar esas herramientas desde una unión política que los negociadores destruyeron, precisamente para ir a la negociación.
Es tanta la debilidad negociadora del G4 que se hace acompañar por personalidades respetables cuya función más conocida ha sido elogiar, saludar y aclamar las bondades de los propios asesorados, sin que se conozcan –salvo en el caso de la salud pública– sus criterios sobre los temas.
La visión de esos negociadores está tan distorsionada que buena parte de su guerrilla comunicacional está dirigida a atacar, en algunos casos con los peores epítetos, a quienes con todo derecho levantan su perplejidad y escepticismo, sobre todo, cuando el régimen proclama con aspaviento y brutalidad que su propósito es utilizar a la oposición para que se convierta en abogado del cese de las sanciones internacionales. Desde luego, el G4 no lo hará, pero tampoco parece poder mandar largo a la porra a quien se lo exige.
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