La coyuntura venezolana no permite el aburrimiento. Mientras el mundo moderno lidia con los problemas y desafíos de la modernidad, haciendo todo cuanto esté al alcance para evitar la involución y el no verse arropados por la velocidad y capacidad de los competidores; acá, en nuestro mundo, luego de 20 años de un retroceso que nos ha disparado hacia atrás en el tiempo en saltos cuánticos, colocándonos en situaciones, discusiones y retos que se tenían por superados, viajamos permanentemente en el tiempo en sentido inverso.
Hay ejemplos muy dramáticos, lamentables y que suponen una conducta criminal de quienes son responsables de que ciertas situaciones ocurran. El de los portadores del VIH es uno de ellos, pues mientras en el mundo desarrollado ya el virus en sus portadores es prácticamente indetectable y la esperanza de vida es igual a la de cualquier no portador, acá a duras penas es posible que se cuente con algunos de los elementos más básicos del tratamiento, y es por ello que no solo somos testigos nuevamente de fallecimientos derivados del SIDA, sino hasta de la transmisión del virus a infantes por la imposibilidad de una madre portadora de adquirir fórmula materna y evitar así la transmisión producto de la lactancia materna. Ni hablar de situaciones tan elementales como la de los enfermos renales, donde el servicio de diálisis brindado por el Estado es prácticamente inexistente, lo cual sumado al padecimiento de la propia insuficiencia, convierte una insuficiencia renal en algo parecido al purgatorio. Pero encontramos padecimientos aún más básicos que por la falta de tratamiento se convierten en calvarios, como es el caso de la diábetes o la hipertensión arterial, donde la carencia o los elevados costos de la insulina o los anti-hipertensivos, impiden el tratamiento oportuno, derivando ello en las inevitables complicaciones. En fin, más allá del tradicional abandono en que tradicionalmente el desgobierno ha mantenido al sistema de salud pública, encontramos que al momento ha ido mucho más allá, pues ya se trata en la práctica de una auténtica política de exterminio.
Luego encontramos nuestra economía, donde con las excepciones de unos muy pocos emprendimientos exitosos que confirman la regla, solo los mal llamados “negocios” que florecen, son aquellos donde interviene o participa el desgobierno, mientras el poder adquisitivo del venezolano promedio está por debajo del subsuelo, que es quien a fin de cuentas impulsa la demanda y por ende la viabilidad y éxito de la oferta de productos y servicios, formándose así el círculo vicioso o espiral del desastre en que está sumergida la salud financiera y económica de toda Venezuela.
Podemos por supuesto continuar hablando de seguridad o mejor dicho, de la agobiante inseguridad que nos mantiene en una suerte de estado de sitio por la vía de los hechos; de la crisis de suministro de servicios públicos de agua, gas, electricidad, gasolina, diesel y hasta de Jet Fuel, que mantiene varados los juguetes de los más privilegiados, lo cual confirma que no importa que tan grande o fuerte sea tu burbuja, la misma tarde o temprano estalla, confrontando hasta al más pintado con la dimensión de la crisis.
En fin, por lo anterior que es obvio y que salta a la vista de cualquiera de los que habitamos este país otrora bendito, es que es tragicómico y penoso que el jefe del desgobierno y sus lugartenientes, afirmen lo contrario y defiendan lo indefendible. Lo que pudimos apreciar durante los 17 minutos y algo que demoró la entrevista, si es que así puede llamarse el intercambio que condujo el reconocido periodista Jorge Ramos en su encuentro con Maduro, es el arrebato descontrolado de quien es confrontado por un lado con su descomunal fracaso; y por el otro, con el peso insostenible de su mentira. Y es en esos arrebatos de la gata patas arriba en su desespero donde reside el gran peligro para quienes reclaman y luchan por el retorno de la libertad y la democracia, que es lo que explica además el aumento desmedido de la ola represiva, aún y cuando los ojos de la comunidad internacional están posados sobre el país.
Y entonces, ¿donde estamos? De cara a lo expuesto, pareciera que estamos en la hora más oscura de la noche. La hora donde se ha desatado lo peor, pero también donde se pone de manifiesto lo mejor que podemos dar, pues se trata de echar el resto en función de sobrevivir y trascender. Es una hora compleja, pues partiendo del estado de necesidad, se generan las excusas y justificaciones para los arrebatos y los atropellos. Pero, ¿cuan larga será esta densa oscuridad por la que transitamos? Sencillo: Dependerá en gran medida de nosotros, de todos y cada uno de nosotros. De cuanto estemos dispuestos a participar e involucrarnos en forzar la llegada del amanecer, que en este caso no es automático como el de la naturaleza. No se trata de lo que hagan o dejen de hacer los actores que dicen representarnos. Se trata más bien de nuestra propia disposición y determinación para que la evaluación de donde estemos cuando volvamos a revisarlo, sea donde queremos estar, que es en una nueva Venezuela con rumbo fijo a la modernidad, libertad y las oportunidades. ¡Allí nos vemos!
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