Algunos domingos suelo enviar por las redes lo que me gusta llamar “regalitos musicales”. Son piezas que, presumo, pueden hacerles pasar mejor el día a quienes las escuchen. Generalmente se me hace fácil seleccionarlos. Pero el pasado domingo –a efectos prácticos fue el lunes 1° de enero– estaba desconcertado. No sabía qué tipo de regalo musical podía enviar sin caer en la evasión, el ridículo o la autoflagelación.
¿Qué música viene al caso el primer día de un año tan opaco como el que ahora comienza en Venezuela? No podían ser aguinaldos ilusoriamente alentadores. Porque, una vez que entramos en enero, la dulzura empalagosa de las festividades navideñas adquieren un repentino look de circo desarmado que mantenerlo vivo puede más bien contribuir al desánimo.
No podía ser una celebración del año pasado. Del tipo “Yo no olvido el año viejo”. Porque el que se fue será para todos nosotros uno de esos años que es preferible olvidar. El año de la debacle plena y la destrucción selectiva. De la derrota de una nación.
Tampoco es tiempo, pensé, de canciones políticas de combate y sacrificio personal al modo de “¡Una mañana de sol radiante salí a buscar al opresor!”, porque de combate y sacrificio personal estuvo plagado el año innombrable, por lo menos su primera mitad, y allí siguen de pie los opresores.
Hasta que conseguí una canción de Fito Páez, titulada “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. El genial músico argentino no es, por suerte, lo que llaman un “cantante de protesta”. Pero tiene en su haber canciones poética y alegóricamente políticas que explican desde las vísceras el horror que vivió la Argentina en manos de los gobiernos militares de la segunda mitad del siglo XX.
En “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, la canción que envié esta semana, Fito insiste sin pronunciarlo en el hecho político. Y lo hace de una manera que nos viene como anillo al dedo a los venezolanos de la resistencia democrática.
Es como una lección de política por vía de la poesía. Desde el primer verso: “¿Quién dijo que todo está perdido?”, nos da un alerta de esperanza. Pero no de triunfalismo. No es el equivalente a “Yo digo que ya todo está ganado”. Que es, de alguna manera, lo que en distintos momentos del combate con el proyecto totalitario de los rojos, ingenuamente, hemos pensado, creído y sentido, millones de ciudadanos, dirigentes y analistas de la resistencia democrática cada vez que grandes movilizaciones o largas luchas violentas de protestas masivas de calles han sacudido al país.
Muchos de estos ciudadanos, luego, al verificar que los rojos siguen, sin resquebrajamientos aparentes, reinando en Miraflores, han entrado como niños engañados en desconsoladas fases de desilusión sin que nadie, el liderazgo responsable de conducir los hechos, termine de aceptar y de explicar que hemos subestimado el ingenio amoral y sin escrúpulos del poder político del PSUV, Cuba, Rusia e Irán, actuando juntos en el país.
Y en la segunda estrofa –“No será tan fácil/ ya sé qué pasa/ no será tan simple como pensaba/ como abrir el pecho y sacar el alma/ una cuchillada del amor”– nos recuerda que la política no es solo voluntad de acción –“cojones”, en el sentido venezolano del término– sino capacidad de pensamiento, análisis estratégico e imaginación que impidan que la primera, la voluntad de acción, conduzca reiterativamente a la derrota. Si alguien lo duda que se lea Falke de Federico Vegas.
El año ya está andando. Sin frenos como el reloj. Ya sabemos que nada en la lucha política opositora debe ser como antes. Que estamos muy apurados, porque la hambruna y la tiranía nos acorralan, y que por tanto hoy se requiere de tanta paciencia como de imaginación para encontrar vías alternas. De tanta capacidad de sacrificio como vocación unitaria entre sociedad y liderazgos con distintos puntos de vista. De desalojo de egos y capacidad de diálogo entre los demócratas. Es allí donde la pieza de Fito me parece un bálsamo y una ilusión. Un canto oral: “Tanta sangre que se llevó el río/ Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Como un documento inalterable, yo vengo a ofrecer mi corazón.
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