La premisa de Pequeña gran vida es tan absurda como conocida. De Jonathan Swift y su héroe Gulliver en 1726, a las andanzas de El increíble hombre menguante de Jack Arnold en 1957, la idea de la pequeñez ha rondado el imaginario fantástico con resultados siempre intrigantes. En este caso, Downsizing, el título original es un eufemismo corporativo que remite en última instancia al sueño de toda organización efectiva: lograr más resultados con menos recursos. Aplicado al hombre corriente, el descubrimiento de unos científicos noruegos que permite achicar a las personas, abre dos vertientes radicalmente distintas. En su bucólico país de origen, la posibilidad de generar menos desechos, vivir con menos es una forma de abrazar la naturaleza y salvar el planeta. Transportada a Estados Unidos, donde transcurre la mayor parte de la película, la cosa cambia porque el mercadeo del achicamiento, lo transforma en un fenómeno de producción en cadena, al cual no le falta ni uno solo de los aditamentos de toda empresa global, desde el previsible mercadeo y venta del procedimiento hasta la protección legal contra posibles juicios futuros.
La primera flecha envenenada del director y libretista Alexander Payne contra la cultura predominante en su país está en este comienzo. En directa contradicción con sus iniciales promotores europeos, los americanos adaptan la técnica del achicamiento a una hipótesis mucho más inmediata y materialista. Si soy más pequeño, gasto menos, tengo acceso a más bienes y servicios más baratos y por supuesto, pago menos impuestos (cosa que hasta un inicial borracho en un bar enrostra a los protagonistas sugiriendo que su voto, entonces debería valer menos que el de la gente normal). A pesar de estos nubarrones, a los que se agrega la deserción a última hora de la esposa, la nueva vida del protagonista parece, al menos en lo exterior, idílica. En efecto, la pequeñez tiene sus ventajas, al menos cuando se vive aislado entre las paredes de una clase media de estándares de vida altos. El panorama empieza a resquebrajarse cuando las noticias del mundo exterior llegan con algunos toques de alarma. Algunos países empequeñecen a sus disidentes para luego enviarlos lejos y el protagonista descubre que más allá de esa burbuja en la que vive existe otro mundo, separado del suyo por un muro, segunda flecha envenenada de la película esta vez contra el procaz inquilino de la Casa Blanca. Porque a esta altura del partido, y este es el momento en que el ingenio de la película empieza a hacer aguas, la cosa se polariza entre los americanos materialistas, simplones y en el fondo buena gente y los noruegos que son desprendidos, ecologistas y, por esos dos motivos, mucho mejor gente.
En este punto conviene recordar quien es Alexander Payne, un director inquieto que en una filmografía que bascula permanentemente entre el drama y la comedia ha elegido protagonistas que sufren en carne propia la cultura más bien despiadada que les tocó en suerte. Le pasaba al jubilado y viudo Jack Nicholson que salía a conocer el mundo con su casa rodante a cuestas (A propósito de Schmidt), a los amigos amantes del vino de Entre copas, y ni que hablar de ese solitario que buscaba una premio imposible en Nebraska. Todos esos personajes de tristeza abrumadora parecen resumirse en el bienintencionadísimo terapeuta laboral de este mundo pequeño. Como ellos, va a atisbar a la parte desagradable y sucia del mundo impoluto que ha habitado hasta ahora.
Hay, sin embargo, a diferencia de las entregas anteriores, una incomprensible y facilísima puerta de salida que el libreto inverosímilmente adopta para arruinar una película que, hasta la tercera media hora, funcionaba como un perfecto dispensador de ácido. La respuesta para Payne es abandonar su país y visitar el paraíso en forma de fiordo. A diferencia de sus compatriotas, siempre tan materialistas, los noruegos, al menos los que han adaptado la fórmula del empequeñecimiento, lo han hecho para salvar el mundo y evitar el apocalipsis. La solución, en unos últimos cuarenta minutos que se alargan imposiblemente es irse con ellos, o padecer el apocalipsis, posibilidad al fin y al cabo no tan remota por estos días. Una lástima, porque la fábula de Payne rezumaba ironía, inteligencia y sátira, tal vez como un eco lejano de aquel admirado irlandés llamado Jonathan Swift, inventor de la gente pequeña.
Pequeña gran vida (Downsizing).USA. 2017. Director Alexander Payne. Con Matt Damon, Christoph Waltz, Hong Chau, Udo Kier.
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