Aún crepitan en nuestras conciencias y en las de la comunidad internacional el fragor de los miles de disparos, granadas antitanques y tiros de gracia que el régimen utilizó para asesinar a siete valientes jóvenes venezolanos, que habían expresado claramente su decisión de rendirse y que los criminales del gobierno no quisieron atender durante la deshumanizada masacre de El Junquito.
Pero la vesania gubernamental no quedó allí; posteriormente, con procederes crueles, inauditos e ilegales impuso toda clase de obstáculos, demoras y patrañas para negar a los familiares de las víctimas el derecho inalienable de disponer el velatorio y la inhumación de los cuerpos de sus deudos. Con esta actitud el régimen pretendía ocultar con un velo falaz la horrenda realidad del crimen cometido; vano esfuerzo, pues los venezolanos y el mundo entero ahora conocen incontrovertiblemente el primitivo y desalmado lado oscuro que acompaña e inspira a los que mal gobiernan el país.
Ahora los que nos oponemos a este nefasto régimen tenemos ante nosotros un desafío de enormes proporciones que debemos encarar con decisión e inteligencia; tenemos que arbitrar nuevas formas de lucha para combatir con éxito a un malhadado gobierno que le ha producido al país muertes, dolor, disgregación familiar, exilios, cárceles, persecuciones, hambre, escasez, inflación, destrucción, aislamiento internacional y pare usted de contar.
De esta realidad surgen innumerables reflexiones, pero la más importante, a nuestro juicio, es que el gobierno y sus organizaciones de inteligencia llevan una década formulando planes e hipótesis sobre cómo subyugar a la nación para imponer la dictadura comunista. Por eso se radicaliza la hegemonía y se establece una institucionalidad paralela. Por eso se estrangula y desmantela la propiedad privada. Por eso se amedrenta y reprime al movimiento sindical. Por eso se ataca a la universidad, a la Iglesia Católica y en general a todos los opositores.
El gobierno se ha centrado en prepararse para el asalto final contra lo poco que aún perdura del sistema democrático venezolano. A tal efecto, ha reactivado, mediante la dotación de importantes recursos financieros, a los grupos violentos con los que opera y de los que se sirve para amedrentar y agredir a la población disidente y a sus dirigentes. No son casuales los hechos de violencia que a diario reportan los medios de comunicación que evidencian la plena participación de los grupos irregulares oficialistas auspiciados, financiados y tolerados por la dictadura de Maduro. La oposición, representada en la MUD, por su parte, está completamente inmersa en los eventos electorales por venir a pesar de que la situación política del país no augura una contienda electoral diferente a todas las que hemos conocido hasta ahora. Ello resulta una trágica paradoja, hemos desarrollado todos los medios para protegernos de eventuales agresiones y omisiones de la MUD y los partidos políticos existentes y ninguna forma de evitar atentados por parte de los grupos violentos al servicio del régimen que, al contrario, no piensan en otra cosa.
La lección principal que se desprende de los acontecimientos de los últimos tiempos es que no hacen falta métodos exóticos y de alta tecnología para producir resultados devastadores sobre el ánimo de la sociedad civil. Basta con hacer correr rumores, asesinar a mansalva, agredir, perseguir, encarcelar, reprimir y amenazar a objetivos muy bien escogidos para hacer cundir la angustia entre las masas y paralizar las acciones de la mayor parte de las organizaciones sociales opositoras en los centros más importantes del país.
Las consecuencias políticas y psicológicas de la estrategia gubernamental no se miden por el número de víctimas que puedan causar, sino por lo perverso del ataque y el obsceno ventajismo de los que se vale. Mientras los atacantes tengan el poder y el apoyo del gobierno y sus instituciones, el miedo y la sensación de impotencia se intensifican. El efecto buscado por este tipo de acciones gubernamentales consiste en demostrar la vulnerabilidad del objetivo y la también permanente vulnerabilidad de los que podrían ser un objetivo la próxima vez. Además, demostrar que las defensas pueden ser penetradas utilizando métodos sencillos y que no existe ninguna defensa real contra un ataque del gobierno. La única defensa real y verdadera contra esas acciones es la resistencia seria, continuada y valiente.
Nuestro destino, por lo pronto, está en nuestras manos; no bajemos la guardia que el gobierno nos acecha y espera una muestra de debilidad para atacarnos. Podemos ganar, debemos ganar y vamos a hacerlo.
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