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La emboscada de la dictadura

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La dictadura ha formalizado lo que era un secreto a voces. Ha anunciado el adelanto de la elección presidencial que debe efectuarse en este año 2018, a los fines de elegir al presidente de la República para el período constitucional que debe comenzar el 10 de enero del 2019.

Busca el régimen aprovechar el estado acéfalo, de dispersión, agotamiento y confrontación que tiene la oposición venezolana, y el consiguiente estado de decepción y anomia social que afecta a la ciudadanía. Quiere aprovecharse igualmente de la brutal estampida humana que se está presentando, y que ha empujado hacia otras latitudes a unos cuatro millones de compatriotas.

Luego de haberse robado el referéndum revocatorio, de haber impuesto por la fuerza del aparato estatal, una inconstitucional e ilegítima asamblea títere, con la cual darse su particular parlamento, busca rematar la instauración de una dictadura definitiva.

Busca llevarnos a una emboscada política y electoral, que podemos revertir de manera contundente, si todos y cada uno de los venezolanos, y muy especialmente quienes trabajamos en el campo de la política, dejamos de lado las aspiraciones legítimas, las ambiciones desmedidas, los intereses personales, grupales o partidarios.

Ante la pretensión de la emboscada electoral, hay quienes consideran que no debemos afrontarla.

Piensan que debemos abstenernos de concurrir a la elección, porque de esa forma estaremos convalidando la tentativa de fraude que la dictadura tiene en sus planes desarrollar.

Estiman que habiendo recibido el adelanto de la elección un rechazo casi global de la comunidad internacional, sería casi que una herejía traidora concurrir al proceso. Pero además consideran que concurrir legitimaría de inmediato a la fraudulenta e ilegítima asamblea nacional constituyente, por haber sido el ente de donde partió la decisión de la convocatoria.

Es lógico que todos rechacemos el adelanto de la elección presidencial. El objetivo de la camarilla roja es aprovechar el estado de crisis actual que presenta la oposición, así como evitar un mayor deterioro de su propio piso político, como consecuencia de su desastrosa y corrupta gestión gubernamental.

Rechazar, censurar el adelanto de la elección, porque se da en medio de un proceso de negociación política, haciéndolo de manera unilateral, sin garantizar ningún cambio en las condiciones electorales y políticas, no puede significar que nos paralicemos en el accionar político, y en la lucha por lograr el rescate democrático.

Carece de sentido limitarnos a un mero rechazo. A un cuestionamiento paralizante e inhibidor. A una convocatoria inmediata a la abstención. Y además, a una descalificación adelantada de todos los que pensamos que es un error abandonar el campo de la lucha electoral, como es un error renunciar y abandonar otros esquemas de lucha, que nos puedan abrir cauce hacia una restauración del Estado de Derecho.

La abstención ha demostrado hasta la saciedad su ineficacia. Aun en los procesos viciados es importante la participación, porque ella permite desde el mismo proceso, documentar y denunciar los vicios, fraudes y triquiñuelas.

La participación, además, permite activar otros procesos políticos y jurídicos, nacionales e internacionales, que no sería posible impulsar sin la concreción del delito electoral.

En consecuencia, no es ni política, ni éticamente correcto dejar el campo electoral a la dictadura. Es menester reaccionar con rapidez y sentido de grandeza al desafío que la dictadura nos coloca por delante.

Como lo señalé en mi columna del miércoles 15 de noviembre de 2017, es “la hora del desprendimiento”. Es la hora de entender que no estamos en democracia, y que no es el tiempo de la sana competencia de los partidos y los liderazgos. Que no es tiempo para la vanidad, o la precalificación política. Mucho menos es tiempo de ambiciones personales, o de imponer nuevas hegemonías políticas.

La patria venezolana padece la más dramática crisis en por los menos un siglo de su historia. Es, en consecuencia, la hora de la urgencia, de la salvación de la nación, del patriotismo verdadero.

Aunque algunos no lo crean, estamos a tiempo de tomarle la palabra a la dictadura, de rearticular la unidad política y espiritual de la nación, y de derrotarla política y electoralmente.

Que luego la camarilla narcogobernante se robe la elección, y a sangre y fuego se quede en el poder, es harina de otro costal. Ello generará nuevos procesos en el plano interno e internacional. Pero antes debemos cruzar ese río, y sobre ese puente de la elección presidencial, hacer realidad ese desconocimiento de la voluntad popular.

Y antes que detenernos en las importantes consideraciones jurídicas, políticas y técnicas respecto al proceso presidencial y su convocatoria ilegal, producir la unidad y poner en marcha las reservas orgánicas e inorgánicas del país, para hacerle frente al desafío que se nos coloca por delante.

Para quienes nos formamos en el campo de la ciencia jurídica y política, ciertamente es importante pensar en la legalidad de la convocatoria. Destacar la ilegitimidad del órgano convocante, la ilegalidad del adelanto de la fecha, y otras aristas de la juridicidad de un proceso electoral de esa naturaleza.

Pero, en una dictadura, eso no produce un efecto político directo.

Es falsa la tesis de que concurrir a esa elección legitima a la fraudulenta asamblea constituyente, porque la dictadura la utilizó para ordenar su convocatoria. Todos entendemos que gobierno, CNE, TSJ, Fiscalía, Contraloría y ANC, son la misma entidad, son la dictadura.

Igual hubiese ocurrido si la hubiesen convocado por sentencia el TSJ o por un acto el CNE.

Participar ni convalida la dictadura, ni le da legitimación alguna a la fraudulenta asamblea.

La dictadura de Pinochet jamás ganó legitimidad porque convocó un plebiscito a los fines de determinar su permanencia en el poder. Tampoco la dictadura de Maduro ganará legitimidad porque usando el adefesio constituyente, pretenda jugar adelantado.

Tampoco es contrario a la solidaridad internacional ir a la elección presidencial. Ni pierde fuerza nuestra denuncia de ilegalidad, abuso y ventajismo.

Debemos ir porque estamos en estado de necesidad, porque no tenemos sino una sola arma para enfrentar a la barbarie: el voto.

Otros piensan que no hay tiempo para que el país conozca al candidato único y unitario que debemos presentar.

Un amigo ex gobernador y ex como presidencial, me argumentaba en el pasado diciembre, que se requería un candidato conocido y con popularidad.

Yo le decía que se necesitaba un candidato único y de consenso. Si su nombre no le resultaba aún popular a la ciudadanía, sería conocido casi de inmediato a su presentación.

El pueblo venezolano sabe que no hay tiempo para un debate denso y para una campaña propia de la democracia.

Lo que de verdad vamos a tener es un plebiscito.

En consecuencia es urgente articular la unidad, definir la plataforma electoral y lanzarnos a la lucha para amalgamar al país. En paralelo reclamaremos, lucharemos y exigiremos, en todos los terrenos y escenarios, la transparencia que un proceso de esta naturaleza requiere. Paralizarnos en un debate de otro tipo es regalarle el país a la camarilla roja que nos ha destruido.

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