I
Muchas y muy variadas son las consecuencias de una guerra. Aunque les parezca que estoy monotemática, insisto en que estoy en medio de un enfrentamiento en el que soy la parte sometida. Llevamos 18 años de ocupación y los que tienen el poder quieren aniquilarnos.
Una de esas consecuencias son los desplazados. Los que huyen porque no encuentran la manera de sobrevivir en esta tierra. Los que pudieron, compraron un pasaje de avión. Pero hay una gran cantidad de venezolanos que agarra lo poco que tiene y decide pasar hacia países vecinos. Allí es cuando comienza la odisea. Es lo que está viviendo Gabriel Rodríguez en este momento en un pueblito en la frontera de Ecuador.
Gabriel hizo maletas con sus pasaportes (uno español) y los papeles de su moto y se fue hasta el Táchira con la intención de cruzar por una trocha hacia Colombia. Pero allí descubrió que de un lado los guardias nacionales cobran y del otro cobra la guerrilla. Lo intentó por el borde de Brasil y de allí pasó varios días en barco hasta la triple frontera con Perú y Ecuador. El plan era entrar en Colombia por este último país, pero lo que se encontró no fueron hermanos.
II
Gabriel es un muchacho que respeta la legalidad. Esos son los primeros que huyen a toda costa porque, como lo he dicho antes, no pueden vivir entre la barbarie y el todos contra todos dentro de su propio país. Cuando llegó a Ecuador, selló su pasaporte y fue a la aduana para que le dieran entrada a la moto, y la sorpresa es que le dijeron que no hacía falta. Tenía tres meses de permiso de estadía y decidió pasar diciembre allí porque tenía algunos amigos.
En enero emprendió lo que para él sería el último tramo de su viaje, pero cuando fue a la aduana le pidieron el permiso de la moto. La respuesta fue obvia, por donde entré me dijeron que no hacía falta. Los “hermanos” ecuatorianos de ese punto de frontera le confiscaron la moto y sus pasaportes. Le dijeron que para recuperarla tiene que pagar 24.000 dólares de multa. Gabriel está varado en la nada, en el limbo, en la maraña de corruptela que parece que es endémica y sin país que lo respalde.
Pero Gabriel documenta todo, graba videos, manda fotos. Y de las cosas que cuenta, además de su propia tragedia, es que hay cientos de venezolanos que tratan de pasar todos los días por esas fronteras. Son largas las colas y días de espera frente a las aduanas y allí también les escriben un número en el brazo para que esperen su turno de ser atendidos.
Los desplazados son muchos y hay muchos casos de contratiempos y tragedias. No todos se toman fotos con el mosaico de Cruz Diez en Maiquetía. Pero este tipo de problemas no perturba el sueño de los cónsules de Nicolás.
III
Dejar la tierra que nos vio nacer es dejar parte del corazón en ella, pero enterrado, sin posibilidad de latir. Sin embargo, los millones que permanecemos aquí tenemos el corazón roto, porque nos hemos divorciado de un país que no reconocemos como nuestro, que no queremos para nuestros hijos.
Desplazada también es mi madre, que no tiene derecho a las medicinas que necesita para mantener medianamente la calidad de vida que merece después de trabajar tanto por este país. Desplazada es mi hija que quiere terminar su carrera y el éxodo de profesores se lo impide. Desplazados son todos los hogares de la patria que necesitan dádivas para malcomer. Desplazados somos los que no tenemos el dichoso carnet. Desplazado es cada venezolano que no consigue descanso y que no ve futuro.
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