El objetivo es la victoria a pesar del terror que nos provocan./ A quienes dicen que no tenemos plan, les digo que debemos contraatacar al invasor./ Las negociaciones con esta clase de monstruos son un círculo vicioso./ La gente necesita ser guiada, no engañada./ Quieren que le pida al enemigo condiciones favorables para lograr la paz. ¿favorables para quién?/ Hay que luchar hasta el final, jamás rendirse./ ¿Cuándo vamos a aprender la lección de que no se puede negociar con un tigre que tiene nuestra cabeza en sus fauces?/ Se gana cuando cada quien cumple con su deber de resistir activamente./ Es la voluntad de esta nación aunque algunas naciones acepten caer en las garras del enemigo./ Lo que importa es el valor para continuar resistiéndolos hasta el final./ Quienes nunca cambian de opinión, nunca cambiarán nada./ La sabiduría puede ser suficiente cuando los jóvenes no pueden contra una tiranía delirante y destructiva./
Palabras que resucita el guión del reciente filme La hora más oscura, producción angloamericana de magistrales dirección y actor principal. Las pronuncia Winston Churchill en 1940 cuando el nazifascismo invade casi toda Europa, menos Inglaterra y Francia, todavía libre la playa de Dunkerque donde por su terco mandato se forjó una gigantesca flota civil de lanchas pesqueras y barcos turísticos que salvó a miles de asediados. Es en medio de la mayor desesperanza cuando el primer ministro, almirante malquerido por la dirigencia política y el estrato militar. Contradictorio, imprevisible, neurasténico, casi alcoholizado, de trato difícil en lo privado y público y al mismo tiempo profundamente lúcido, necesario, portador de certera intuición, tenaz energía intelectual y punzante humorismo, logra escapar por varias horas del aislado recinto ministerial para hacer su propia encuesta de calle antes de dictar la opción a seguir en aquella tenebrosa hora crucial. Dictamen que inicia la salvación del país y el continente. En esas respuestas del sufrido ciudadano común descubre una reprimida fuerza moral colectiva que puede luchar desde “sangre, sudor y lágrimas”.
Churchill solito no podía alejar las tinieblas. El Parlamento lo llamaba de nuevo en la hora más negra para aplicarle una venganza final y él mismo lo analizó con ironía. Pero no hizo giras para promover suicidas elecciones que lo defendieran o de escalón para un futuro cargo, no huyó ni sobreactuó. Luchó desde muy adentro, pues como líder auténtico comprendió a tiempo el miedo del anónimo gentío víctima central del terror enemigo. Su oportuna tenacidad lo llevó a consultar en persona lo que hasta ese instante dependía exclusivamente del consenso en los altos mandos partidistas y castrenses del imperio. La replegada comunidad civil sintió confianza en su capacidad, reaccionó y le otorgó el coraje para iluminar la gruta, un esfuerzo conjunto que en cinco años de lentas alianzas internacionales,
Estados Unidos a la cabeza, liberó al mundo civilizado de la barbarie nazi. Salvajismo reactivado luego de la guerra por Stalin, harina del mismo costal hasta hoy.
A veces el pueblo hipnotizado por un histérico populista elige mandatarios delincuentes, caso Hitler. Otras, al contrario, caso Churchill, la propia masa victimizada, pero correctamente dirigida, logra dar a luz y le entrega su faro al liderazgo que en verdad la representa para lograr la libertad, todos a una. Así, la resignación se vuelve potencia defensiva.
¿Periódico de ayer? No. Este artístico docufilme es un espejo intemporal.
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