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A acabar con el estado de terror al estilo cubano

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La huella del régimen cubano en la represión de la población venezolana por parte de Maduro ha sido manifiesta. La infatuación de Hugo Chávez por la leyenda viva de la revolución, Fidel Castro, lo llevó a abrirle la puerta al G2 y a otros organismos cubanos para que supervisaran y controlaran aspectos de la seguridad del Estado venezolano. Bajo tal embrujo, extendió a la isla el usufructo de la renta petrolera venezolana a través de mecanismos, en extremo concesionales, con los que le suministraba crudo. A tal grado fue la seducción de Chávez que puso en manos de su ídolo el manejo exclusivo de su enfermedad, es decir, lo que le quedaba de vida. En esta onda, accedió a designar como su sucesor, a quien fue formado políticamente como agente cubano en La Habana, en la escuela de cuadros Ñico López del Partido Comunista de Cuba, Nicolás Maduro Moros. Ello explica que, a pesar del colapso descomunal de la economía venezolana, Maduro haya procurado mantener la entrega de petróleo venezolano a la isla y demás concesiones cobijadas en el convenio con la isla firmado por Chávez y Fidel. Destacan ahí aspectos sensibles a la seguridad de Estado como son el manejo del registro público y de las notarías, del sistema de identificación ciudadana, amén de la organización y asesoría en cuerpos de inteligencia y contrainteligencia, como policiales, de la nación venezolana.

Los mecanismos de seguridad del Estado cubano, a pesar del estado comatoso de su economía, del fracaso absoluto de la Revolución y de la consecuente desaparición de toda legitimidad del castrismo, aún dan temor. Son legatarios del know-how desarrollado por la NKVD y la KGB soviéticas, y la Stasi alemán oriental (heredera, a su vez, de la Gestapo nazi), combinado con la “viveza” y la capacidad de engaño criolla de la cual Fidel fue siempre maestro. Para muestra, la célebre entrevista que le hiciera a Fidel en plena Sierra Maestra el periodista estadounidense Herbert Mathews a comienzos de 1957. Castro infló el tamaño de su incipiente fuerza guerrillera haciéndola dar vueltas, una y otra vez, alrededor de una colina que tenían al frente, dando a Mathews la impresión de que contaba con una formidable fuerza insurgente, lista para tomar el poder. Un impacto publicitario. Mientras, Batista recibía mala prensa. Una vez triunfado, Fidel se puso a conspirar contra antiguos aliados para concentrar su poder, como narra Norberto Fuentes (Autobiografía de Fidel Castro). Armó un sistema formidable de seguridad que llegó a infiltrar al Departamento de Estado de USA, al exilio cubano y a muchos gobiernos de la región, neutralizando acciones en su contra y aumentando su capacidad represiva. 

La noción de un G2 cubano experimentado sosteniendo a Maduro ha sido usado para sembrar desesperanza respecto a la posibilidad de sacarlo del poder. En fin, si el castrismo ha logrado perpetuarse 64 años bajo las narices del imperio, ¿qué nos espera con el actual régimen? Alimenta posturas fatalistas que abonan a favor de alguna forma de convivencia con Maduro, pasando por su reconocimiento, en espera de tiempos mejores. Peor aún, a resignarse. Como conclusión, es mejor colaborar con el fascismo madurista y aprender a aprovecharse de la situación: ésta no tiene compón. La metamorfosis del alacrán. Pero la situación de Venezuela es distinta a la historia cubana, con todo el avezado entrenamiento de la Dgcim, el Sebin y otros componentes del régimen militar policial para dominar las prácticas del estado de terror antillano. Veamos.

El dominio de Fidel de la sociedad cubana fue total porque, en gran medida, ésta se le rindió a sus pies desde el momento en que entró en La Habana. Era el propio héroe, joven, imponente, con verbo encendido prometiendo libertad, honestidad y justicia, una brisa de aire puro que enterraría para siempre el oprobio asociado a dictaduras corruptas y sanguinarias, como la de quien había recién huido. Lejos de anticipar salvaguardias al abuso y la concentración del poder, la consigna en boga fue: “¡Ordene usted, comandante!”. Intelectuales, artistas y dirigentes de todos lados se entregaban, entusiastas, a construir el poder revolucionario invocado por Fidel. Surgieron los CDR por doquier y otros mecanismos de defensa de la Revolución (con mayúscula) ante las amenazas, reales o inventadas, del enemigo. El ejército batistiano, deshecho, fue reemplazado por una Fuerza Armada Revolucionaria a partir de la guerrilla triunfante. La edificación de contrapoderes autónomos que controlasen los excesos de un Ejecutivo fuerte fue borrada ante las circunstancias a enfrentar. Cuando los más conscientes empezaron a percibir el cepo que se les estrechaba encima, ya era demasiado tarde, como cuenta Carlos Franqui (Retrato en familia con Fidel). Muchos fueron apresados, otros se exiliaron, algunos se suicidaron (Osvaldo Dorticós, Haydée Santamaría). Aplastada la guerrilla del Escambray, controlados estrictamente los medios de comunicación y acordado el detente entre la URSS y Estados Unidos luego de la crisis de los cohetes, no había lugar para disidencia alguna. La isla entera se convirtió en laboratorio, sin restricción, de un megalómano delirante, empeñado en forjar a la fuerza el Hombre Nuevo que lo consagraría ante la Historia. “¡Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución, nada!”. El catedrático Carmelo Mesa Lago calcula en 65.000 millones de dólares lo transferido por distintos canales por la URSS entre 1960 y 1990 para sostener a quien comandaba su satélite caribeño. Y la Unión, antes Comunidad Económica Europea, mirando a otro lado. En tales condiciones la Revolución pudo conservar cierta ascendencia. Se le respetó y absolvió muchos de sus excesos. 

Las condiciones en Venezuela hoy son muy distintas. Maduro nunca tuvo, y mucho menos ahora, la ascendencia que tuvo Fidel sobre los suyos. Nadie cree en su postura “revolucionaria”. No lo respetan afuera. Se le reconoce como cabeza de una corporación criminal que ha devastado a Venezuela. Con la economía destruida, los servicios públicos colapsados y todos los indicadores de bienestar en pavoroso retroceso, no hay fundamento alguno que le permita reclamar legitimidad. 8 millones de emigrados atestiguan la naturaleza delincuencial del régimen. Las redes sociales burlan los mecanismos de la censura a los medios. Organismos variados, ONG y de la ONU, la OEA y otras agencias, investigan la violación de los derechos humanos por parte del madurismo. Evanecida toda disciplina y mística ideológica, el Estado policial se sostiene alimentando corruptelas del alto mando militar y de magistrados del tsj, y compartiendo el expolio de la nación con bandas criminales extranjeras. Es el caso del ELN, cómplice de Maduro en la expoliación minera. La espantosa matanza desatada en el Catatumbo colombiano, con miles de refugiados, no es ajena a esta asociación. 

Sería irresponsable, desconsiderado e inhumano, un irrespeto imperdonable para con sus víctimas, afirmar que, a consecuencia de lo anterior, el estado de terror en Venezuela está degradado. La crueldad, los odios y resentimientos lamentablemente sustituyen, con creces, toda ausencia de celo revolucionario en la ejecución de maldades por parte de los esbirros de la Dgcim, el Sebin y otros cuerpos represivos. Continúan los desaparecidos y la violación de toda garantía a los injustamente apresados por el fascismo madurista. La impronta de un estado de terror, cuidadosamente cultivado por Maduro, inhibe la justa protesta popular. Pero ello está lejos de entenderse como resignación.

Porque no puede ocultarse la enorme vulnerabilidad del estado de terror venezolano, puesto bajo la lupa ahora con el vulgar robo de la voluntad popular por parte de los criminales que lo controlan. Su reducido piso político coge agua por doquier, más ahora con el deterioro económico que se avecina. La rivalidad entre las mafias que se disputan la expoliación de sus recursos se exacerba, más ahora cuando se ha elevado la recompensa por la entrega de Maduro, Cabello y Padrino a los tribunales gringos. ¿Por qué seguir sosteniendo a quienes sólo ofrecen más fracasos? 

Es menester, por tanto, insistir en la denuncia de desaparecidos, detenciones arbitrarias, ausencia de garantías, torturas y demás atropellos del fascismo criollo, tanto a nivel nacional como internacional. La CPI, la Misión de Determinación de los Hechos de la ONU y los países democráticos deben contribuir, activamente, a que cese el terror. Es condición para que pueda asumir Edmundo González Urrutia como presidente constitucional de Venezuela, expresión mayoritaria de su pueblo. Así fue recogido en las actas oficiales dadas a conocer. No pueden quedarse de brazos cruzados.

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