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I’m Still Here de Walter Salles, el dolor del recuerdo

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Walter Salles analiza el durísimo escenario de las desapariciones en Brasil durante la dictadura que controló al país, enfocando su atención en la perspectiva de las víctimas. Alejada de sensiblerías, clichés o giros sencillos, esta historia sobre el dolor de la memoria compartida y la búsqueda de justicia, sorprende por su profundidad y el durísimo punto de vista a partir del cual afronta sus dilemas. 

En I’m Still Here (Ainda Estou Aqui, por su título original), el miedo lo es todo. En especial, el de ser olvidado o simplemente desaparecer entre un gravísimo conflicto político y social, en el que la cinta reflexiona con cuidado. El guion de Murilo Hauser y Heitor Lorega — que adapta el libro homónimo de Marcelo Rubens Paiva — explora en el Estado policiaco que sufrió Brasil durante la dictadura desde 1964. Pero en lugar de ser una colección de datos o información histórica, la trama está más interesada en lo que ocurre cuando enfrentar a un régimen dictatorial se convierte en un peligro mortal. Algo que el director logra al tomar varias decisiones brillantes en la cinta. 

Por un lado, la de profundizar en el conflicto desde la felicidad doméstica de una familia. Los Paiva, han logrado mantener cierto equilibrio entre el régimen de facto y el intento de una vida cotidiana. La película no disimula, ni tampoco evita profundizar en el complicado impacto de la intervención de la política — y sus peligros — en cada aspecto de lo que hacen. Pero, aun así, es práctica al mostrar el hecho de que los ciudadanos trataban de mantener cierta línea de estabilidad en medio del desorden. La producción hace un brillante trabajo al explorar el Brasil de 1970. Sobre todo, al mostrar el crispado ambiente callejero y de represión que padecía el país. Pero mucho más, al indagar sobre los matices, dolores y temores que el acecho de la violencia simboliza. 

De modo que la vida del excongresista Rubens Paiva (Selton Mello) está lejos de ser idílica, pero al menos intenta mantenerse fuera del foco de atención del gobierno. Eso, a pesar de que no está dispuesto a dejar de actuar en favor de los expatriados y perseguidos políticos, cuyo número aumenta a diario en medio de una situación cada vez más incierta. I’m Still Here logra que el recorrido por el proceso hacia el terror político y del instrumento represivo, sea vívido y puntilloso. Pero evita caer en el melodrama o mucho menos, hacer de sus personajes mártires. En lugar de eso, reflexiona con dureza sobre la pérdida de libertad y la forma en que ese progresivo deterioro termina por corromperlo todo a su paso. 

El miedo en todas partes 

Pero esta sensación de equilibrio precario termina por romperse cuando una serie de sucesos concatenados entre sí precipiten la situación. Eso, luego del secuestro de una relevante figura diplomática y también, la oleada de detenciones y desapariciones que estallan casi de inmediato. I’m Still Here analiza el terror desde sus consecuencias, por lo que la casa de los Paiva pronto se convierte en centro de una arremetida brutal. Rubens es llevado a la fuerza para prestar declaración, sin que se sepa otra cosa, que se le considera un líder a la sombra de un aparente movimiento subversivo. O al menos es lo que Eunice (Fernanda Torres) comprende de inmediato, en las terroríficas horas posteriores a la detención. 

Más duro aún, Eunice tendrá que asumir que deberá enfrentar una maquinaria de horror y violencia que se hace cada vez peor. Luego de ser detenida y torturada por 12 días, queda en libertad. No obstante, Rubens sigue siendo un desaparecido. Por lo que su familia tendrá que luchar por mantenerse en pie, mientras Eunice intenta encontrar algún indicio sobre dónde se encuentra. La trama encuentra sus mejores momentos cuando muestra la forma en que el país entero parece reflejarse en los Paiva, afligidos, heridos, pero dispuestos a luchar contra una maquinaria represora que se hace más violenta e imparable cada vez. 

Mucho cuando más, cuando la represión se vuelve una frontera que mantiene a todos sus miembros dentro de los límites de la vigilancia y la herida del abuso del poder. Gradualmente, Eunice tendrá que encontrar la forma de mantener a sus hijos a salvo, pero también, luchar por encontrar a Rubens o al menos conocer su destino en medio de una circunstancia cada vez más caótica. La trama alcanza sus mejores momentos, cuando logra mostrar la manera en que los regímenes intentan aplastar la voluntad del ciudadano y en el peor de los casos, volverlos víctimas de un sistema interminable de paranoia y odio. A la vez, la forma en que los que luchan en su contra, deben encontrar la fuerza para no permitir que el miedo les paralice y seguir adelante. 

Para su durísimo final, I’m Still Here dejó algo claro. La cinta va más allá de su obvia denuncia — que lo hace y con unos recursos narrativos y cinematográficos conmovedores — sino que abarca, también, la posibilidad de la búsqueda de la justicia. Una combinación que convierte a la película en una brillante mirada sobre el mal contemporáneo, la reivindicación de los valores y al final, la idea de la esperanza. El punto más alto de la película. 

 

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