El presidente Trump está de regreso y Panamá, una de las democracias más sólidas en Centroamérica, se ha convertido en uno de sus principales desafíos, superando incluso a la dictadura de Nicaragua y al narcogobierno de Xiomara Castro en Honduras.
En Centroamérica existen muchos problemas. Gobiernos autoritarios, pobreza extrema, secuestros, persecución religiosa, crimen organizado, tráfico de drogas y muchas otras tragedias. Panamá no figura en ninguna de los anteriores. Es un país próspero y reconocidamente democrático.
Panamá ha sido amigo incondicional de Estados Unidos. Su labor ha sido clave para contener la crisis migratoria, promover la democracia, combatir el narcotráfico e incentivar la prosperidad regional. Muy pocos países han tenido una relación tan consistente con Estados Unidos en años recientes.
Nicaragua es una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos. El régimen sandinista es una de las dictaduras más nefastas en el hemisferio. Ortega ha abierto un trampolín migratorio hacia la frontera de Estados Unidos, impulsando el tráfico de personas provenientes de África, Asia y Suramérica.
Irán, Rusia, Corea del Norte y China en el patio trasero. La presencia de centros de espionaje de Rusia en Nicaragua es, o debería ser, un tema prioritario para la administración Trump. Nicaragua es socio estratégico de adversarios jurados de Estados Unidos y su cercanía geográfica lo convierte en un peligro inminente.
Honduras y el narco. El gobierno de Xiomara Castro es cuestionado por sus presuntos vínculos con el narcotráfico y el crimen organizado. El familión Castro-Zelaya ha amenazado con cerrar las bases militares de Estados Unidos y atenta con suspender la cooperación antidrogas.
El Canal de Panamá y la política de América Primero. Trump está determinado a frenar la influencia de China y sus empresas «privadas». Su administración busca obtener mejores oportunidades comerciales, fortalecer su influencia regional y mejorar su posicionamiento geopolítico.
Reagan y el Canal. El gran comunicador hizo campaña con el tema del Canal, pero al final optó por respetar el derecho internacional y el tratado Torrijos-Carter. Su estrategia lo llevó a la presidencia y le permitió negociar la letra pequeña del tratado, inclinándolo en beneficio comercial de Estados Unidos. Trump podría buscar algo similar. Una invasión es poco probable.
Una estrategia riesgosa. El anuncio de recuperar el Canal de las garras de la China comunista puede avivar y quizás incrementar la base política de Trump. Pese a esto, la estrategia podría debilitar el liderazgo y respeto que Estados Unidos goza a nivel internacional.
El efecto perverso. La campaña contra el Canal de Panamá, lejos de acercar posiciones con el país centroamericano podría más bien arrojarlo a los brazos de la China comunista. Transformar a un aliado histórico en un adversario nuevo e innecesario.
Reavivar sentimientos antiimperialistas. La cruzada por el Canal también podría granjearle a Estados Unidos confrontaciones gratuitas en Latinoamérica. En otras palabras, darían legitimidad a la retórica de regímenes autoritarios como Cuba, Nicaragua y Venezuela. Un error garrafal.
Panamá no es el problema. El presidente Trump debería recalcular y revisar su estrategia de recuperación del Canal. En Centroamérica se necesita recuperar la democracia y el respeto a los derechos humanos. Panamá jamás debe ser visto como un adversario sino como un aliado y un amigo confiable. Veremos.
El autor es periodista exiliado, exembajador ante la OEA y exmiembro del Cuerpo de Paz de Noruega (FK). Es exalumno del seminario de Seguridad y Defensa del National Defense University y el curso de Liderazgo de Harvard y HarvardX.
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