Independientemente de una declaratoria formal que obliga a la más elemental argumentación, todos sobrevivimos a un prolongado y muy particular Estado de Excepción (EE) en Venezuela. Ya imbuido de sospechosa cotidianidad, deviene dispositivo biopolítico, radical incertidumbre al mismo tiempo que suscita un extraño jolgorio oficial para recordar también el sentido de las carnestolendas, estacionándonos en el “umbral de indiferencia entre anomia y derecho”, como señaló Giorgio Agamben en el segundo título de su serie “Homo sacer” (1995), susceptible de coincidencias y discrepancias.
La parálisis indecretada del país en las vecindades del día 10 de los corrientes, ilustró la densa atmósfera que persiste, surgida de la sola amenaza de una protesta popular en la ciudad militarizada. Desproporcionada la demostración de una fuerza represiva propia del régimen que, ante todo, es depresivo, otro tanto ocurrió con la volcánica e inmerecida explosión de las expectativas opositoras de fecha exacta, luego innecesariamente desmoralizadoras.
Importa observar en las propias filas de una oposición a la que pertenecemos, la tentación de caer en situaciones que reflejan y caracterizan al EE en trance, como la convocatoria a eventos de masas de una evidente temeridad y de señalada inasistencia que cuestiona a la ciudadanía antes que a los propios promotores. Escenas semejantes se ofrecen en clave de video-juego, dejando atrás a la de telenovela, figurándonos a un gato divertido incansablemente con el cándido ratón de sus deseos: por decir lo mínimo, fue contraproducente el ojalá irrepetible perfomance de una tarde de adyacencias de la calle Élice.
En los extremos de la anomia, hay una Constitución vigente, pero no se aplica aplicándose con el EE y sus peculiares rasgos, pasando de una dictadura comisarial a otra soberana con serias pretensiones constituyentes, capaz de confundir estratégicamente a la dirección opositora con la posibilidad de un breve y conclusivo acto heroico, de una épica a la medida, de una epopeya dirimida en cinco minutos de inconmensurable fama. Es mucho lo que debemos hacer, aunque aún más decir para alcanzar la certeza, claridad, contundencia, nitidez, eficiencia, concreción e implementación de las líneas políticas que requieren del coraje de una indispensable lucidez, identidad y compromiso, porque – en esto, Agamben es demasiado elocuente al incursionar por los lados de Chacao – el EE significa que “no sólo la lengua sino todas las instituciones sociales se forman a través de un proceso de desemantización y de suspensión de la praxis concreta en su inmediata referencia a los real”.
Solemos pasar rápidamente la página de nuestros errores, confiados en la inocultable inmensidad de los desaciertos de un oficialismo cansado y envilecido, pero es necesario el debate y la disposición de afrontar el complicado tablero con respuestas específicas y fundadas, realistas y simultáneamente audaces. De certezas se hace el recorrido, contrarrestando la galopante zozobra tan del socialismo anómico, pues, a veces, la novedad de las piezas – a lo Bauhaus – puede descolocarnos en el inmenso ajedrez geopolítico y geoestratégico que irremediablemente compromete.
@Luisbarraganj
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