Toda transición política implica un proceso. Después de la noche oscura viene la claridad, pero puede ocurrir que el remedio sea peor que la enfermedad y más temprano que tarde se vuelva a la larga noche. La transición venezolana, con el 23-E, fue exitosa con un proceso muy complicado que incluyó los golpes de la ultraderecha que fue de verdad-verdad y no como la pintan ahora, sumado a ello, tanto la insurrección armada de una ultraizquierda dependiente de La Habana como los grupos comunistas de la época. Nuestra democracia fue tan convincente que fue modelo para hacer posible la transición de la España democrática que también se hizo próspera después de aprobada la Constitución de 1978. Los venezolanos ayudamos a la liberación de Nicaragua, pero un sector del sandinismo se apropió del proceso y el largo gobierno de Daniel Ortega resultó peor que aquella lejana enfermedad del somocismo.
Como no todo lo que brilla es oro, el proceso de transición se puede convertir en una perversión, llevando al país de “Guatemala” a “Guatepeor”. Fulgencio Batista acumuló alrededor de 10 años discontinuos en Cuba, mientras que los hermanos Castro acumularon la bicoca de 59 años continuos con la sucesión de Miguel Díaz-Canel desde 2018, sin que el pueblo cubano los haya elegido por votación directa, universal y secreta. Después del desastroso gobierno de Salvador Allende o del no menos desastroso de Juan Domingo Perón, Chile y Argentina supieron de Augusto Pinochet y de Jorge Rafael Videla. O el caso de nuestro vecino Brasil que tras la destitución del presidente liberal João Goulart por el golpe militar de 1964, un nuevo gobierno “de transición” tomó el poder y acabó convirtiéndose en una dictadura militar, hasta la reforma constitucional de 1986, cuando ese país inició de nuevo el camino democrático. El más reciente fenómeno, llamado la Primavera Árabe, no se tradujo inmediatamente en una democratización para interrogante sobre lo que vendrá después.
Entonces, ¿no hay que trabajar en Venezuela para lograr una transición que sea eficazmente pacífica, eficientemente democrática y realmente sanadora de una economía que puede hacerse próspera en el menor tiempo posible? La respuesta es afirmativa por al menos dos razones. Primero, porque no basta hacer promesas y llenarse la boca de grandes frases alusivas de un mesianismo trasnochado y de un narcisismo atolondrado, necesitándose algo más que las ganas, brillando como esos espejos que engañan, trampean y engatusan a la gente; como paso en el año 98 con Chavez. Segundo, porque corremos el gran riesgo de que muy pronto volvamos a una espesa, dura y cruda, si no trabajamos y buscamos entre todo un verdadero proceso de transición.
Se requiere de un liderazgo serio de oposición, colectivo y no unipersonal, con un alto sentido de responsabilidad capaz de aglutinar a propios y, aunque no lo queramos, a los extraños desencantados, los que jamás robaron, los que se dejaron embaucar por un modelo de fantasía, los que pasan igualmente hambre: ese chavismo súper descontento que está necesitado de una dirección política clara. Un liderazgo que sea síntesis de muchos liderazgos nacionales, regionales y locales, que garantice el desuso de los medios violentos, de las regiones; ayude a recuperar nuestra armonía, convivencia, unidad, sin sangre; respete las reglas democráticas, incapaz de actos caprichosos, unilaterales, inconsultos; legitime las libertades públicas; y nos lleve a la ruta de la recuperación económica, de la capacidad de ahorro de todos y cada uno de los venezolanos.
Como lo hemos dicho en textos anteriores, tenemos que asegurarnos que la transición nos lleve a un puerto político, social y económico seguro. Por ello es imperativo sentar las bases para lograr una verdadera transición democrática racional, no emocional, con la participación de todos los sectores, siempre teniendo claro que somos la mayoría, como se ha demostrado en los últimos procesos electorales, donde hemos realmente participado de forma unida y con un mensaje claro hacia un verdadero cambio.
IG,X: @freddyamarcano
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