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Acción o desaparición

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El Consejo para la Transición Democrática en Cuba estará atenta a lo que suceda el 10 de enero en Venezuela

Foto: AFP

El 28 de julio de 2024 el pueblo venezolano dio un mandato claro: un cambio de rumbo. Edmundo González Urrutia fue elegido con una mayoría contundente, no solo como un rechazo a Nicolás Maduro, sino como un grito de libertad después de años de deterioro político, social y económico. Sin embargo, seis meses después, ese mandato sigue en el aire y la oportunidad histórica de recuperar el país está en riesgo de diluirse.

Hoy, Venezuela no es solo un país con una dictadura. Es un territorio ocupado por un régimen que ha dejado de operar bajo cualquier marco institucional reconocible. Desde el 10 de enero de 2025, cuando Maduro impuso su continuidad al margen de toda legalidad, Venezuela entró en una nueva fase: la ocupación por un aparato de poder transnacional que mezcla fuerzas militares extranjeras, crimen organizado y una estructura de represión interna. No es solo un problema político, es un problema de soberanía.

La inacción no es una opción

Toda lucha tiene dos caminos: actuar o ser desplazado. En estos momentos, el liderazgo democrático venezolano enfrenta una disyuntiva clara: consolidar el mandato popular o permitir que la dictadura convierta la victoria electoral en un recuerdo sin impacto. Y eso nos lleva a la pregunta clave: ¿por qué aún no se ha dado el paso fundamental?

La Constitución venezolana es clara: el presidente electo debe juramentarse y asumir el poder. Sin ese acto sigue siendo un líder simbólico, pero sin capacidad real de ejercer funciones ni de representar a la nación en los foros internacionales. La juramentación no es un simple trámite formal, es el paso necesario para reclamar el ejercicio de la autoridad legítima y activar los mecanismos diplomáticos y estratégicos que permitan recuperar el país.

Algunos argumentan que no hay condiciones para que González Urrutia jure en suelo venezolano. Pero si la ocupación criminal impide su entrada al país, existen alternativas: una embajada venezolana en el exterior sigue siendo territorio nacional y asumir el cargo desde allí le daría la capacidad de hablar con voz oficial. No es un tema de comodidad, es un tema de supervivencia política.

El tiempo juega en contra

Cada día que pasa sin una respuesta firme de las fuerzas democráticas fortalece la posición de Maduro y su entorno. La inacción genera un efecto acumulativo:

  1. Desmovilización interna: Si la ciudadanía percibe que su voto no se tradujo en cambios concretos, la frustración reemplazará la esperanza.
  2. Fortalecimiento del régimen: Maduro y sus aliados consolidan su control mientras la comunidad internacional ve con resignación la falta de una respuesta estructurada desde el liderazgo democrático.
  3. Desaparición del liderazgo opositor: Sin iniciativa clara, Edmundo González Urrutia corre el riesgo de quedar relegado a una figura testimonial sin capacidad de acción.

No es casualidad que en círculos políticos y diplomáticos internacionales ya se hable de la urgencia de una acción decisiva. La continuidad de la ocupación venezolana no solo es un problema interno, es una amenaza para la estabilidad de la región. La permanencia de grupos armados ilegales, el flujo de migrantes forzados y el impacto del narcotráfico son factores que hacen de esta crisis un asunto de seguridad internacional.

El movimiento correcto

Para cambiar el rumbo, González Urrutia debe hacer lo que los líderes de momentos históricos han hecho: asumir su responsabilidad y actuar. Su juramentación no es solo una formalidad, es el primer paso para activar una serie de decisiones estratégicas que le permitirían:

  • Convocar a la comunidad internacional con autoridad legal y legítima.
  • Ordenar a las fuerzas militares venezolanas que desconozcan la ocupación y se alineen con la Constitución.
  • Desatar un efecto dominó dentro del régimen, obligando a sus aliados a reconsiderar su lealtad.

Si no se da ese paso, la ecuación será otra: la dictadura se mantendrá en control, el liderazgo opositor quedará diluido y el sacrificio del pueblo venezolano en las urnas será en vano.

Venezuela está en una encrucijada. El liderazgo democrático tiene la oportunidad de cambiar la historia o de permitir que el régimen escriba su capítulo final. La elección no puede ser la inacción. El tiempo para decidir es ahora.

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