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Los quijotes invisibles

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El 15 de enero de 1932, durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, un grupo de educadores encabezados por Luis Beltrán Prieto Figueroa, Miguel Suniaga, Víctor Orozco y Luis Padrino entre otros, quienes venían reuniéndose con la finalidad de defender los derechos laborales de los maestros y mejorar la calidad de la educación en Venezuela, decidieron conformar la Sociedad Venezolana de Maestros de Instrucción Primaria (SVMIP). Trece años después de ese primer encuentro, el presidente Medina Angarita decretó el 15 de enero de cada año como el Día del Maestro en honor a la fecha de fundación de la SVMIP, y para conmemorar el esfuerzo y la dedicación de los maestros en la lucha por la dignificación y los derechos de los educadores y de la educación en nuestro país.

El maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, en sus escritos posteriores, valora la importancia de ese hecho: “Comienza la revolución educacional venezolana el 15 de enero de 1932 cuando, por primera vez, los maestros integraron un grupo combativo de pensamiento propio frente a la incuria y el abandono en que se encontraba nuestro pueblo, del cual nos sentíamos portaestandarte y expresión rebelde con la palabra que sólo podía decirse a medias” (El humanismo democrático y la educación, pp. 44). 

Este movimiento fue un paso importante en la historia educativa de Venezuela, pues marcó el inicio de una lucha constante por los derechos laborales y la mejora de las condiciones educativas. Hoy, los objetivos que inspiraron la creación de la Sociedad Venezolana de Maestros en 1932 siguen más vigentes y acuciantes que nunca. No sólo las condiciones laborales de los educadores sino la situación general de la educación distan mucho del sueño que inspiró a aquellos héroes de 1932.

A pesar de que el artículo 103 de la Constitución venezolana vigente subraya la importancia de la educación como un derecho humano fundamental y la responsabilidad del Estado en garantizar los recursos para su cumplimiento y su acceso y calidad para todos los ciudadanos, la realidad muestra hoy a nuestros educadores percibiendo salarios indignos para cualquier trabajador, y sobreviviendo a duras penas a condiciones laborales humillantes. A pesar de eso, la mayoría de nuestros educadores, cual quijotes invisibles, enfrentan diariamente -a través de los mecanismos de supervivencia más creativos e insólitos- un entorno hostil para no faltarle a sus alumnos y sólo por vocación y por amor a ellos. 

Nuestro sistema educativo venezolano enfrenta una crisis multifacética. Según el informe de la organización no gubernamental Fundaredes, basado en la Consulta Pública Educativa 2023-2024, la matrícula escolar ha disminuido 46%, reflejando un éxodo masivo de estudiantes que abandonan las aulas, y 54% de las escuelas presenta condiciones físicas precarias, con sólo 31% de los baños y 28% de las aulas en condiciones funcionales. Además, según el mismo informe, 93% de los encuestados afirma que no reciben el apoyo adecuado por parte del Estado, lo que ha contribuido al abandono y deterioro de las infraestructuras escolares. Por su parte, la Universidad Católica Andrés Bello, en su informe de Encovi 2023, reporta  que alrededor de 2,6 millones de niños y adolescentes asisten de forma irregular a la escuela. De hecho, el calendario escolar se redujo a dos o tres días por semana en las escuelas públicas. Adicionalmente, se detecta un peligroso proceso de descolarización de nuestros adolescentes, al punto que 31% de los muchachos de entre 12 y 17 años de edad ha tenido que dejar la escuela para poder trabajar. 

Esta realidad desoladora impone la urgencia de medidas para revertirla. Siempre hay que recordar que la labor de los educadores trasciende la simple transmisión de conocimientos. Ellos son guías, mentores y, en muchos casos, la primera fuente de inspiración para miles de jóvenes. Incluso en muchas comunidades, los maestros actúan como agentes de cambio: su presencia puede marcar la diferencia entre un futuro promisorio y uno incierto y de vulnerabilidad. Los educadores tienen el poder de transformar vidas, al brindar a sus estudiantes las herramientas necesarias para superar barreras y alcanzar sus metas. Pero para ello necesitan no solo una remuneración digna que les permita ejercer tan noble tarea, sino condiciones laborales, materiales y de infraestructura para poder cumplir con su indispensable trabajo.

El Día del Maestro, en ausencia de razones para celebrar logros y avances más allá del reconocimiento al esfuerzo de nuestros apóstoles de la educación, debe servir para reflexionar sobre la dura realidad de nuestro sistema educativo nacional. Decía Nelson Mandela que “la educación es el arma más poderosa que se puede usar para cambiar al mundo”. La Venezuela que necesitamos y queremos, para ser posible, tendrá obligatoriamente que descansar sobre nuestro sistema educativo. De cómo sea él, así será nuestro país.

@angeloropeza182

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