Los dictadores y tiranos del castrocomunismo deberán saber que de no respetar las leyes internacionales, los tratados y convenios en materia de democracia, derechos humanos y respeto a la dignidad humana, Occidente entero deberá, de una u otra forma, hacérselo saber y que de no cumplir con estos señalamientos, echarlos de sus regímenes y aplicarles la justicia para propiciar vidas estables y felices a millones de gentes subyugadas.
Esto en referencia al dictador Nicolás Maduro de Venezuela, quien a estas horas si fuese un auténtico funcionario respetuoso de la institucionalidad, ya estaría más que feliz preparándose para el traspaso de la banda presidencial a quien en ley y voto masivo le ganó Edmundo González y, con tanta plata robada al erario público, preparándose junto con su familia para vacacionar, descansar, escribir algún panfleto libresco sobre la inmundicia de sus memorias y preparándose para una otoñal vida domésticamente hablando, lejos del estrés político que tanto desbarata momentos gratos con la familia y amigos.
Pero no. No es así. Estos marxistas tropicales pertenecen a una fauna en la que el poder los atrapa indefinidamente. Son casos atípicos, patéticos de la política y pareciera que descienden no de familias humanas sino de hordas salvajes, de faunas milenarias en las que la fuerza más que la razón priva en sus decisiones.
También son hijastros de supremos dictadores del pasado. De Izquierda como de Derecha (de los de la Mala Derecha), pues no podemos meter a todos ellos en el mismo saco.
Augusto Pinochet en Chile —quien no dio el golpe de Estado—, se sometió a los postulados democráticos y perdió y en buena ley entregó el poder; el último de los Somoza en Nicaragua, Anastasio, ya había anunciado su retiro y expuesto sus razones a la OEA; sin embargo, la admiración a la guerrilla sandinista fue inconcebible y hasta enfermiza y en Guatemala, Jorge Ubico, renunció a la Presidencia y se exilió en Estados Unidos, tras protestas sociales, pero este gobernante considerado el último “liberal autoritario” de Latinoamérica, redujo al máximo la criminalidad y pago hasta el último centavo la deuda externa. Habría que esperar ver cómo termina el presidente Nayib Bukele de El Salvador…
En cambio, gracias a la flojera mundial hacia Cuba, Fidel Castro —el fundador junto a Lula Da Silva del Foro de Sao Paolo—murió decrépito a los 90 años y Gadafi en Libia perdió la vida mientras huía. La izquierda, con esa hambre rumiante de poder y dinero, muere con sus botas puestas.
Nicolás Maduro debe entregar el cargo. Es la democracia, es el grito mundial. Es el Derecho Internacional. De no hacerlo, su futuro será negro. Tanto la ciudadanía interna como la de la diáspora no dan para más. De lo contrario, se intensificará el rechazo a su gobierno y la protesta crecerá.
Sería una burla, una bofetada en la cara no solo al pueblo venezolano, al gobierno de Estados Unidos (a la administración saliente de Joe Biden, a la entrante de Donald Trump y al nuevo secretario de Estado, Marco Rubio); a la Unión Europea y al mundo entero que permanezca en el poder. ¿Lo permitirán esta vez?
La mano levantada del presidente electo, Edmundo, en Argentina junto a la de Javier Milei, las protestas mundiales ya iniciadas y el aliciente político de María Corina Machado han generado confianza en que el cambio viene.
¿No sabrán estos dictadores que ya nadie les cree, que ya nadie confía en sus discursos y promesas y que para bien de la humanidad deben salir para siempre del sitial al que nunca debieron haber llegado? Venezuela, es tu hora cero.
El autor es escritor y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista Internacional y Vocero en el Exterior del Partido Liberal Independiente (PLI-HISTÓRICO)
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