A solo unos pocos días de terminar el año los corazones se llenan de expectativa y deseos de continuar para descubrir lo que vendrá. Se festeja, comparte, recuerdan cosas y en lo profundo del ser se establece un balance de lo vivido, mientras se asocian los trescientos sesenta y cinco días a aquellos sentimientos que mayoritariamente han impactado el alma. Por lo que si hubo una pérdida, la aflicción cubre como manta los días subsiguientes y si hubo una victoria o bendición, esta se hace grande hasta el final de los meses gregorianos enmarcados en un año.
Cavilo en procurar entender lo mucho que tratamos con premura de comprender y controlar el tiempo, pero apenas con dificultad si logramos percatarnos de la fugacidad del mismo. Así, los días se convierten en meses y los meses en años y la juventud se ve visitada por una sensación de mayor responsabilidad social, los labios se reservan ciertos pensamientos escondidos tras sonrisas complacientes y silencios prudentes. Sin embargo, los corazones parecen ser los mismos inquietos, residentes de adolescentes ya no por los padecimientos que acompañaban descontroles hormonales, sino por la fortaleza de la flama propia de la vida.
Si algo es necesario reconocerle al tiempo dándole carácter humano es su elegancia, el cual avanza con determinación sin mirar atrás ni a los lados, prospera enfocado en una meta cíclica interminable, como un maratonista permanece con las condiciones adecuadas y persiste en mantener las ollas destapadas en honor a la verdad, la cual, algunas veces es refrescante y en otras ocasiones espeluznante, pero siempre es mejor que la neblina de falacia que cubre los ojos.
En medio de tantos pensamientos, estos últimos días decembrinos meditaba que año tras año celebramos el nacimiento del hombre que supo cambiar los tiempos, siendo Dios decidió no aferrarse a eso y se hizo hombre para modelarnos la vida piadosa y benévola que conviene vivir. Sus años peregrinos fueron pocos y su impacto en el tiempo fue tal, que cuando se comenta sobre épocas se refieren a las mismas antes y después de Él. Quizás consciente o inconscientemente más que celebrar su nacimiento añoramos con fe su regreso, en el fondo todo corazón sabe que ha de encontrarse con su creador. Por lo cual, para este fin de año quiero hacer loa a las palabras del salmista cuando dijo en Salmo 130:6: “espero al Señor con toda el alma…como esperan los centinelas la mañana” porque la mañana siempre será ese encuentro de luz con la verdad que no deja nada en tinieblas, con el creador que tiene poder para todo transformar y quien sin duda marca un antes y un después en cada historia.
Que el 2025 resulte un año donde la expectativa de espera aumente, donde podamos anhelar cada noche el resplandor de la mañana en lugar de dormir sin medida en oscuridad. Es probable que el año nuevo traiga un cambio de calendario, no así de temporada, porque algunos procesos y realidades son las mismas y algunas otras cosas nos sorprenderán. Empero, que en todo lo que acontezca aguardemos con ansias la intervención del caballero que se ríe de los tiempos, y en cuyas manos puede contener las edades de la humanidad sin problema. A Él sean nuestras alabanzas, se rindan los tiempos y ante Él se inclinen nuestros corazones reconociendo la fugacidad y plenitud de la vida.
@alelinssey20
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