El sorpresivo derrocamiento del dictador sirio Bashar al-Assad reveló nuevos elementos que se agregan a los ya conocidos, sobre las características de un gobierno con más de 50 años en el poder: el inusitado nivel de represión; la aplicación sistemática de la tortura y el terror en las cárceles; el estruendoso fracaso de la economía formal y el auge de la economía ilícita creada alrededor del tráfico de drogas; las alianzas con grupos terroristas; la ostentación de la riqueza mal habida, y mucho más.
También se pusieron en evidencias los diversos factores que hicieron posible que una rebelión armada, de pronto y en pocos días, pudiera dar al traste con la dictadura, tras 14 años de lucha aparentemente infructuosa y en momentos en que Siria parecía estar recomponiendo sus maltratadas relaciones con el resto de los países árabes.
Así, se han identificado varios componentes que ayudan a explicar tal evento: que la migración de más de cinco millones de sirios a Turquía, Líbano y Europa, dejó al país sin buena parte de sus talentos y mano de obra calificada; que el pueblo sirio, harto de la dictadura, no solo no la apoyó, sino que colaboró abiertamente con los rebeldes que la adversaban; que esa disímil amalgama de adversarios que conforma al grupo rebelde, por primera vez, logró ponerse de acuerdo, al menos temporalmente, con una misma idea: derrocar al régimen; que la disolución y fragmentación de la institucionalidad, particularmente de la institución militar oficial, producto de la cultura instalada y propia de los grupos criminales, terminó acabando con las lealtades que se creían seguras. Y, finalmente, que los poderosos aliados, Rusia e Irán, que la nutrían y de la cual dependían militar y políticamente, no hicieron nada para apoyarla en los momentos decisivos.
Rusia, porque muy posiblemente, la guerra que le declaró a Ucrania y su pleito con el mundo occidental y con las democracias, consumió una buena parte de sus recursos militares, materiales, financieros, logísticos y políticos, y después de casi tres años ya no tiene mucho para mantener la guerra y, en consecuencia, poco ofrecer a sus protegidos, como también ocurre con Cuba.
Irán, porque la paliza que le dio Israel a su principal operador bélico, Hezbolá, fue de tal magnitud, que mermó sus recursos y su capacidad operativa, reduciéndolo a la prestación de apoyo en la protección a sus principales colaboradores y familiares, que no cupieron en el avión, refugiados ahora en el Líbano. Demás está decir del apoyo de Turquía, Israel y Estados Unidos.
Adicionalmente, viendo los análisis de expertos internacionales en Oriente Medio, se hizo evidente un conjunto de similitudes entre los gobiernos de Bashar al-Assad, en Siria, y de Nicolás Maduro, en Venezuela, con relación a sus lados oscuros. Veamos las diez principales.
Se trata de regímenes dictatoriales de izquierda mantenidos por décadas y traspasados de «padre a hijo». Al Asad lo recibió de su padre y Maduro de su «padre putativo», Hugo Chávez.
Ambos, son gobiernos corruptos, violadores de los derechos humanos y perpetradores de crímenes de lesa humanidad, cuyos líderes tienen expedientes abiertos en la Corte Penal Internacional.
Durante sus mandatos, los dos regímenes destruyeron las economías formales de sus países, sumieron a sus pueblos en una crisis humanitaria, instalaron formas de esclavitud moderna y lo forzaron a una inmigración sin precedentes.
Ambos gobiernos fueron promotores y, al mismo tiempo, beneficiarios de la producción y tráfico de drogas, convirtiendo esta actividad en una suerte de economía paralela cuya renta no ingresa al erario público y que controlan personalmente.
Convirtieron sus gobiernos en una organización criminal que conformó una red financiera internacional, basada en negocios ilícitos, sobornos, chantajes y blanqueo de capitales.
Adicionalmente, durante sus mandatos, los dineros públicos, la institucionalidad civil y militar, y la ley, fueron puestas al servicio de grupos criminales, movimientos antidemocráticos y organizaciones terroristas, en todo el mundo.
En sus países, fueron creadores de sociedades dominadas por el miedo, pues judicializaron la disidencia, criminalizaron las protestas y aplicaron sistemáticamente una brutal represión que produjo decenas de miles de muertos, desaparecidos, prisioneros y personas denigradas.
Ambos cercenaron los derechos civiles, particularmente la libertad de expresión, y establecieron un sistema educativo empobrecedor del intelecto y domesticador, a través del adoctrinamiento y el terror.
Instalaron la mentira, el engaño y la manipulación como modelo de comunicación con sus pueblos. Y, finalmente, crearon un sistema electoral de fachada, fundado en el hábito del fraude y la coerción.
Vistas en conjunto, estas similitudes nos llevan a preguntarnos si la dictadura venezolana tendrá el mismo destino y por las mismas razones, aunque no necesariamente de la misma manera.
Mientras tanto, la creciente presión del pueblo y sus líderes, el empeoramiento de la crisis económica y social, las pugnas internas entre mafias, la inoperancia de las fuerzas armadas, el resquebrajamiento de las lealtades, y el rechazo de la mayoría de las democracias del mundo, continúan haciendo su trabajo demoledor.
Falta saber lo que harán Joe Biden y Donald Trump. El tiempo lo dirá.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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