Cecilia Montemayor de Blohm fue una de nuestras heroínas de la vida real. Desde muy temprano comprendió que para ella no sería fácil abrirse paso en un entorno predominantemente dominado por los hombres –nos situamos en la cuarta década del pasado siglo–. Y vaya que alcanzó la cúspide del saber general en materia ambiental y en su afán decididamente protector de la fragilidad que envuelve a nuestros recursos naturales renovables.
En días recientes y al término de una larga y fecunda existencia, ha tenido lugar su sensible e inevitable tránsito a la eternidad –a qué engañarnos, si a pesar de su avanzada edad, era obvio que humanamente iba a desolarnos su partida de nuestro mundo vacilante–, o el cenit de una trayectoria ejemplar que desde ahora –pasando a otro plano–, motiva y sostiene la vigencia de un recuerdo y de un legado que no cesan. Y es que Cecilia fue una mujer extraordinaria cuya vida quedó consagrada a la defensa de la naturaleza, sin que ello hubiese desviado en un ápice su amorosa e inagotable devoción familiar.
Nuestra querida Cecilia, en 1981, fue la primera de su género llamada a formar parte del consejo directivo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza UICN, un acontecimiento insólito para la época, cargo que le será ratificado en 1984. Se trata de la mayor y más prestigiosa organización conservacionista del mundo, compuesta por entidades gubernamentales y de la sociedad civil dedicadas a poner en marcha una estrategia global para la conservación. También dio su generoso apoyo a organizaciones como Fudena –de la cual fue co-fundadora en 1975–, Fudeci y Provita. Igualmente cumplió una activa labor en favor de la Asociación Conservacionista Audubon de Venezuela, de la cual fue presidenta a partir de 1978. Fueron incontables sus aportaciones al amparo de la diversidad biológica en nuestros llanos inundables, realizadas a través de los diferentes centros de estudio y de investigación existentes en Venezuela. En ese camino, fue patrocinante junto a su esposo Tomás Blohm –de grata memoria– y sus hijos, de numerosos trabajos de reconocimiento y evaluación de la naturaleza, con miras no solo a recoger datos y ahondar conocimientos, sino ante todo a crear conciencia del inmenso valor que deriva de nuestro entorno natural–. La educación ambiental constituirá uno de sus mayores desvelos, para lo cual comenzará por cumplir con los requisitos académicos y curriculares de la licenciatura que obtuvo en la Universidad Católica Andrés Bello, en 1976. Su repetida frase “no se cuida lo que no se conoce”, retumbará por siempre como una palpitación de esperanza para nuestros amenazados ecosistemas. Fue pues un caso ejemplar de quien en todo momento rindió tributo a la vida misma.
Homenajear a Cecilia fuera poco, si no asumiésemos el compromiso irrevocable de seguir su senda. Claro que merece nuestra muestra de respeto y admiración, o el premio que usualmente se confiere al momento de honrar alcances edificantes. Pero es preciso asumir su legado con ese mismo ímpetu suyo que conmueve y que se traduce en buenos ejemplos para los niños, quienes –como ella solía decir con convicción– deben conocer y comprender la naturaleza en su estado puro, para amarla y para defenderla.
Comprender esa magia de la biodiversidad, de los ecosistemas y su dinámica condicionada por el medio físico y la comunidad natural, se traduce en esencia de la trayectoria paradigmática de Cecilia, tal y como dijimos en la honrosa ocasión de presentar –en noviembre de 2021–, el libro de sus memorias: De los Dos Caminos a Masaguaral, más acá de Corozopando. Del mismo modo, resaltamos que el compromiso de la familia Blohm-Montemayor con la conservación de nuestros recursos naturales encontrará su asiento primordial en el Hato Masaguaral, donde comienzan a desarrollarse métodos conservacionistas para trabajar racionalmente la tierra, bajo aquella coexistencia armoniosa que proponía Tomás entre la ganadería y la preservación de la biodiversidad en un medio llanero donde parece no haber distancias –todo se encuentra, como diría el Maestro Gallegos, “ahí mismito, detrás de aquella mata”–.
Es preciso referirnos al novedoso y muy ambicioso programa de reproducción en cautiverio del Caimán del Orinoco (Crocodylus Intermedius), cuyos esfuerzos y realizaciones específicas al correr de los años, han sido muy meritorios. Tomás Blohm fue pionero a partir de 1984 al disponer los recursos necesarios para acometer el primer programa venezolano de carácter científico dedicado a salvar una especie en peligro de extinción. Se cumplía con ello uno de los propósitos esenciales de Masaguaral: incentivar la investigación aplicada a la conservación de la biodiversidad, para lo cual se realizaron censos de las diversas especies y estudios formales sobre su comportamiento animal. Inspirados en lo que, a comienzos de los años 80 del pasado Siglo, los Blohm-Montemayor conocieron de primera mano en Zimbabwe sobre la reproducción en cautiverio del Cocodrilo del Nilo, construyeron y dotaron las instalaciones necesarias para obtener y criar los juveniles que serían liberados en lo que fueron históricamente sus zonas de vida agreste. No solo resultó exitoso el programa de Masaguaral, sino que al correr de los años ha seguido inspirando nuevas instalaciones de zoocriaderos dedicados al propósito de reintroducir una especie que había sido diezmada por los afanados al comercio de pieles. Para el año de 2018 según los datos aportados por Cecilia en sus memorias, se habían reintroducido en la vida silvestre 10.368 juveniles provenientes de todos los zoocriaderos instalados en los llanos inundables, de los cuales 3.804 nacieron en Masaguaral. “No aramos en el mar”, concluye Cecilia recordando a Tomás, quien al final de su vida se sintió acosado por la incomprensión de quienes no fueron capaces de valorar su obra de tan singulares contornos.
Se nos ha ido Cecilia en un momento crítico de la conservación de nuestros recursos naturales renovables. Su trayectoria y ejemplo imperecedero valen más que mil proyectos y mil palabras. Por ello insistimos en enarbolar su bandera de constancia de propósito, luz y optimismo. Ella y Tomás nos esperan a las puertas de la custodia, continuidad y veneración que merecen nuestros variados y exuberantes ecosistemas.
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