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Un ritual de 90 años

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El 24 de diciembre de 1934, con apenas 10 años de edad, mi madre Ylda del Carmen Rondón Pino, elaboró su primera hallaca. Su abuela Filomena Calderón de Pino le enseñó todo el proceso que comprende la hechura de una hallaca. Que comienza con el asado de las hojas de plátano, luego el lavado y darle forma a las mismas, al día siguiente la elaboración del guiso que contiene carnes de res, de cerdo y gallina o pollo; vino pasita, garbanzos, los aliños que lleva cualquier carne guisada, y al tercer día con la salida del sol, se inicia en forma la hechura de las hallacas, previamente se ha elaborado la masa, la cual se extiende en una hoja de plátano en forma circular para cada hallaca y se le agrega un poquito de aceite de onoto o achote para darle color, después se coloca una porción del guiso al que se le agrega un trocito de tocino, una o dos aceitunas, varias alcaparras, algunas pasas, un pedacito de pimentón rojo y se cierra la hoja y se envuelve con otra hoja para que sea bien amarrada con pabilo o como aquí en Mérida, se conoce como hilo de entorno y evitar que le entre el agua. Cuando se han elaborado la cantidad de hallacas que quepan en la olla en la que se cocinarán, se espera que el agua hierva, al nomás hervir se colocan todas las hallacas y se dejarán allí durante 3 horas, transcurrido este tiempo, están listas para ser consumidas.

Desde ese día mi madre no ha dejado de elaborar las hallacas en el mes de diciembre, aunque también las hace cuando le provoca, y como todos decimos, son deliciosas, quien llega a probarlas no puede comerse solo una, mínimo repite.

Ya son 90 diciembres haciendo hallacas, que recuerde ni uno solo ha fallado, ni siquiera en los momentos más difíciles vividos durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, unas veces mi papá en la clandestinidad, en otras preso y en otros tiempos confinado, mientras eso ocurría mi madre se ocupaba de procurar todos los insumos, pero siempre saboreamos ese manjar que son sus hallacas, como la de todas las madres venezolanas. A pesar de tantas vicisitudes, ese ritual convocaba a los miembros más cercanos de la familia, cada quien tenía una función. Chuy asaba las hojas (ahora Prisco), Mamá lava las hojas, las corta y ordena, y elabora el guiso, hace las hallacas, mi abuela Rafaela acompañada de un litro de brandy Duque de Alba, amarraba las hallacas, ahora es Mima. Hasta los años ochenta, si no me falla la memoria, el ritual se cumplía el 24 y se repetía el 31 de diciembre. Todo el que llegaba en esas fechas degustaba las hallacas y mi padre, el 24 y el 31 visitaba a algunos parientes y amigos, sobre todo en Ejido y les llevaba sus hallacas. No olvido que en diciembre de 1957 mi mamá elaboró el 24 de diciembre 900 hallacas, comenzó a las 5:00 de la mañana y terminó a las 9:00 de la noche, fue como algo premonitorio, pues las hallacas no solo alcanzaron para comer el 31 de diciembre, el Día de Reyes y de nuestro cumpleaños, el 11 de enero, día del cumpleaños de mi padre, sino que el domingo 26 de enero de 1958 nos comimos las hallacas más deliciosas jamás probadas, pues Venezuela había recobrado su libertad y democracia. Este 24 comeremos las hallacas que ya elaboró el pasado sábado 14 y que quedaron como siempre, estupendas. Pero  mi madre se ha empeñado en volver a hacer para el 31, pensando en que el domingo 12 de enero podamos volver a degustar sus deliciosas hallacas, disfrutando de libertad y democracia plenas. Espero que así sea. Mientras tanto, estoy obligado a agradecer a mi madre por nutrirnos durante más de 70 años con sus riquísimas hallacas.

A ustedes que cada sábado leen mis artículos, muchas gracias por vuestra generosidad, deseo que tengan una Navidad alegre, de unión y paz familiar y que el año 2025 sea de mucha prosperidad, bienestar, sobre todo mucha salud y reencuentro con toda la familia y que ciertamente recuperemos nuestras libertades y una democracia plena. A partir de hoy, como todos los años, comienzo un periodo vacacional y cuando regrese el 19 de enero, ya será con 78 años que cumpliré el día 6. Para todos un gigantesco abrazo.

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