El iceberg más grande del mundo, A23a, «se volvió a liberar». Tras décadas de inmovilidad y meses de un extraño baile en el mismo lugar, el coloso de hielo finalmente se desprendió, iniciando un nuevo viaje a través del océano austral.
Pero, ¿qué implicaciones ambientales conlleva este evento?
Según lo dio a conocer El Tiempo, con una extensión de 3.672 kilómetros cuadrados (medida en agosto), A23a ha sido objeto de seguimiento científico desde su desprendimiento de la plataforma Filchner-Ronne en la Antártida en 1986.
Su historia es fascinante: tras su formación, permaneció durante 30 años atrapado en el mar de Weddell, prácticamente sin movimiento. Posteriormente, las corrientes oceánicas lo arrastraron hacia el norte, donde quedó atrapado en una «columna de Taylor», un fenómeno que crea un vórtice acuático que retiene objetos. Esta columna fue la responsable de su reciente «danza» en el mismo punto, retrasando su travesía.
Ahora, libre de esta prisión acuática, los científicos del British Antarctic Survey (BAS) predicen que A23a se desplazará hacia aguas más cálidas. Seguirá entonces la corriente del Océano Austral en dirección a la isla Georgia del Sur, donde se espera que se fragmente y se derrita.
El iceberg como tesoro ambiental
Hace un año, investigadores del BAS realizaron una expedición a bordo del buque de investigación RRS Sir David Attenborough para estudiar de cerca a A23a. Durante esta misión, documentaron fotográficamente el iceberg en movimiento e investigaron la influencia del hielo marino y los ecosistemas antárticos en los ciclos oceánicos de carbono y nutrientes.
«Sabemos que estos gigantescos icebergs pueden proporcionar nutrientes a las aguas por las que pasan, creando ecosistemas prósperos en áreas que de otro modo serían menos productivas», explica Laura Taylor, biogeoquímica del proyecto BIOPOLE. Esta «fertilización» natural podría tener efectos significativos en la vida marina de la región.
Además, se recolectaron muestras de agua para analizar las posibles formas de vida que podrían desarrollarse en el entorno del iceberg y estudiar cómo el carbono interactúa con el océano y su equilibrio con la atmósfera. Estas investigaciones buscan comprender mejor el papel de los icebergs en el ecosistema antártico y su influencia en el clima global.
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