Advertencia: esta historia contiene descripciones de abuso sexual.
Era noviembre de 2011 y Gisèle Pelicot estaba durmiendo demasiado.
Pasaba la mayoría de los fines de semana en un estado de somnolencia. Estaba molesta, porque durante la semana trabajaba arduamente como gerente de una cadena de suministros y su tiempo libre era muy valioso.
Pero no parecía poder mantenerse despierta. Muchas veces se desmayaba sin darse cuenta y despertaba horas más tarde sin acordarse cuándo se había ido a la cama.
A pesar de esto, Gisèle, de 58 años, se sentía feliz. Se consideraba una mujer afortunada por tener a su esposo, Dominique, a su lado desde hacía 38 años.
Ahora que sus tres hijos ―Caroline, David y Florian― eran adultos, la pareja planeaba jubilarse pronto y mudarse a Mazan, un pueblo de 6.000 habitantes en la idílica región de Provence, en el sur de Francia, donde él podría montar en bicicleta y ella podría llevar a Lancôme, su bulldog francés, por largas caminatas.
Estaba enamorada de Dominique desde que se conocieron a comienzos de 1970. «Cuando vi a ese hombre joven en un suéter azul, fue amor a primera vista», contó Gisèle, mucho después.
Ambos tenían historias familiares complicadas, marcadas por pérdidas y traumas, y habían encontrado la paz juntos. En sus cuatro décadas de unión habían pasado por momentos difíciles, desde problemas financieros frecuentes hasta un romance que ella tuvo con un colega a mediados de los 1980. Pero habían superado cada obstáculo.
Años más tarde, cuando un abogado le pidió que resumiera su relación, dijo: «Nuestros amigos decían que éramos la pareja perfecta. Y yo pensé que terminaríamos nuestros días juntos».
Para ese entonces, Gisèle y Domique se encontraban sentados en lados opuestos de un tribunal en Avignon, no lejos de Mazan: ella estaba rodeada de sus hijos y sus abogados, y él, vestido con el traje gris de recluso, dentro de la cabina de cristal de los acusados.
Domique enfrentaba la máxima condena de cárcel por violación agravada y estaba rápidamente siendo conocido en Francia y más allá como ―en las palabras de su propia hija― «uno de los peores depredadores sexuales de los últimos 20 años».
Pero en 2011, cuando Gisèle sentía que dormía demasiado, no imaginaba que el responsable fuera su esposo.
Ya avanzado en sus 50 años y cerca de la jubilación, Dominique había estado pasando mucho tiempo en internet, en frecuente comunicación con usuarios en foros abiertos y salas de chat donde el material sexual, muchas veces extremo o ilegal, circulaba libremente.
En el tribunal, él luego señalaría esa faceta como el detonante de su «perversión» después de un trauma en su niñez de violación y abuso: «Nos volvemos pervertidos cuando encontramos algo que nos da los medios: internet».
En algún momento entre 2010 y 2011, un hombre que decía ser enfermero le envió fotos de la esposa drogada con pastillas para dormir que la dejaron inconsciente. También compartió instrucciones con Dominique para que hiciera lo mismo con Gisèle.
Al principio dudó, pero no por mucho tiempo.
Al tanto se dio cuenta de que con la dosis correcta de pastillas podía someter a su esposa en un sueño tan profundo que nada la despertaba. La medicación había sido recetada legalmente por un doctor que pensó que Dominique sufría de ansiedad por sus problemas financieros.
Así la podría vestir en lencería que ella rehusaba ponerse, o someterla a prácticas sexuales que ella nunca hubiera aceptado conscientemente. Podría filmarla en escenas que ella nunca hubiera permitido de estar despierta.
Inicialmente, él era el único que la violaba. Pero para cuando la pareja se había asentado en Mazan en 2014, él había perfeccionado y expandido su operación.
Mantenía los tranquilizantes en una caja de zapatos en el garaje e incluso cambió de marca porque los primeros sabían «muy salados» para añadirlos a escondidas en la comida y bebida de su esposa, dijo después.
En una sala de chat que denominó «sin que ella sepa», reclutó a hombres de todas las edades para que fueran a su casa y abusaran de su esposa.
A ellos también los filmaría.
Declaró ante el tribunal que el estado de inconsciencia de su esposa les había quedado claro a los 71 hombres que llegaron a su casa en el transcurso de una década.
«Eres igual que yo, te gusta en modo violación», le dijo a uno de ellos en el chat.
Con el paso de los años, los efectos de los abusos a los que Gisèle era sometida en las noches empezaron a afectar su vida consciente cada vez más.
Perdió peso, se le caían mechones de pelo y sus desmayos se volvían más frecuentes. Estaba abrumaba por la ansiedad y estaba convencida de que estaba a punto de morir.
En su familia estaban preocupados. Hasta hacía poco parecía estar saludable y activa.
«La llamábamos, pero la mayoría de las veces era Dominique quien contestaba. Nos decía que Gisèle estaba dormida, incluso al mediodía», manifestó su yerno Pierre.
«Pero parecía probable porque ella hacía tantas cosas [cuando estaba con nosotros], especialmente encargándose de los nietos».
La visita a la estación de policía que cambió todo
En algunas ocasiones, Gisèle llegó casi a sospechar algo. Una vez, notó el color verde de una cerveza que su esposo le dio y rápidamente la tiró por el desagüe. En otra ocasión notó una mancha de blanqueador en unos pantalones nuevos que ella no recordaba haber hecho.
«¿No me estarás drogando por casualidad, verdad?», recordó haberle preguntado. Él se echó a llorar: «¿Cómo me puedes acusar de semejante cosa?».
La mayoría de las veces, sin embargo, se sentía afortunada de tenerlo a su lado a medida que lidiaba con sus asuntos de salud. Desarrolló problemas ginecológicos y se sometió a varias pruebas neurológicas para determinar si estaba sufriendo de alzhéimer o de un tumor cerebral, como temía, pero los resultados no explicaban su creciente cansancio ni los desmayos.
Varios años después, durante el juicio, al hermano de Dominique, Joel, que es médico, se le preguntó cómo era posible que los profesionales de la salud nunca ataran cabos para entender que Gisèle era víctima de un poco conocido fenómeno de sumisión química.
«En el campo de la medicina sólo encontramos lo que buscamos, y buscamos lo que conocemos», respondió.
Giséle sólo se sentía mejor cuando estaba lejos de Mazan, una curiosidad que a duras penas notaba.
Fue cuando regresó de uno de sus viajes, en septiembre de 2020, que Dominique le contó, ahogado en lágrimas: «Hice algo estúpido. Me pillaron filmando a una mujer por debajo de su ropa en un supermercado», le dijo Dominique, según declaró ella en su testimonio durante el juicio.
Estaba muy sorprendida, explicó, porque «en 50 años nunca se había comportado inapropiadamente o usado palabras obscenas hacia las mujeres».
Dijo que lo había perdonado, pero le pidió que le prometiera que buscaría ayuda.
Él accedió a hacerlo, «y ahí lo dejamos», declaró ella.
Pero Dominique debió haber sabido que el final estaba cerca.
Poco después de que fuera arrestado en el supermercado, la policía confiscó sus dos teléfonos y su computador portátil, donde inevitablemente encontrarían más de 20.000 videos y fotos de su esposa siendo violada por él y otros.
«Miré esos videos durante horas. Fue perturbador. Naturalmente que me impactaron», atestiguó ante el tribunal Jérémie Bosse Platière, director de la investigación.
«En mis 33 años con la policía, jamás había visto cosa semejante», dijo su colega Stéphane Gal. «Era sórdido, estremecedor».
Su equipo tuvo la tarea de rastrear a los hombres en los videos. Hicieron referencias cruzadas de las caras y los nombres que Dominique había catalogado cuidadosamente, además de usar tecnología de identificación facial.
Al final pudieron identificar a 54 de ellos, mientras que otros 21 continuaron anónimos.
Algunos de los hombres que no fueron identificados mencionaron en sus conversaciones con Dominique que ellos también drogaban a sus parejas.
«Eso, para mí, es la parte más dolorosa de este caso», expresó Bosse Platière. «Saber que hay mujeres que podrían continuar siendo víctimas de sus esposos».
El 2 de noviembre de 2020, Dominique y Gisèle desayunaron juntos antes de ir a la estación de policía, donde él había sido convocado en relación al incidente en el supermercado.
Un policía le pidió a ella que lo siguiera a otro cuarto. Confirmó que Dominique era su esposo, «un gran tipo, un buen hombre», pero negó que jamás hubiera participado con él en intercambios de parejas o en un triángulo sexual.
«Le voy a mostrar algo que no le va a gustar», le advirtió el jefe de policía, antes de mostrarle una foto de un acto sexual.
Al comienzo, ella no reconoció a ninguna de las dos personas.
Cuando lo hizo, «le dije que parara… Todo se me vino encima, todo lo que había construido en 50 años«.
La enviaron de regreso a casa en un estado de shock, acompañada de una amiga. Tenía que contarles a sus hijos lo que había pasado.
Recordando ese momento, Gisèle resaltó: «Los gritos de mi hija quedaron grabados en mi mente para siempre». Caroline, David y Florian fueron a Mazan a desocupar la casa.
Luego, se encontraron fotos de una Caroline aparentemente drogada en el portátil de Dominique, aunque él niega haber abusado de su hija.
‘»No te puedes imaginar lo inimaginable»
David, el hijo mayor, afirmó que ellos ya no tenían fotos de la familia: «Ahí mismo nos deshicimos de todo lo que estaba vinculado a mi padre». En unos pocos días, la vida de Gisèle quedó reducida a una maleta y su perro.
Mientras, Dominique reconoció sus crímenes y fue formalmente arrestado. Agradeció a la policía haberlo «librado de una carga».
Él y Gisèle no se encontrarían otra vez hasta que estuvieron sentados frente a frente en el tribunal de Avignon, en septiembre de 2024.
Para entonces, la historia del hombre que drogó a su esposa durante una década e invitó a extraños a que la violaran fue noticia en todo el mundo, ayudada por la inusual y extraordinaria decisión de Gisèle de prescindir del anonimato y abrir el juicio al público y los medios.
«Quiero que toda mujer que se despierte una mañana sin memoria de la noche anterior recuerde lo que dije», expresó. «Para que no existan más mujeres que caigan víctimas de la sumisión química. Fui sacrificada en el altar del vicio y debemos hablar al respecto».
Su equipo legal también logró exitosamente que los videos fueran proyectados en el tribunal, con el argumento de que «anularían la tesis de violación accidental», para contrarrestar la línea de defensa de que los hombres acusados no habían tenido la intención de violar a Gisèle porque no se habían dado cuenta de que estaba inconsciente.
«Ella quería que la vergüenza cambiara de lado y ha pasado», declaró una mujer que acudió al juicio en Avignon en noviembre. «Gisèle le dio un vuelco completo a todo. No estábamos esperando a una mujer como ella».
La médica forense Anne Martinat Sainte-Beuve señaló que tras el arresto de su esposo, Gisèle estaba claramente traumatizada aunque calmada y distante, un mecanismo de defensa frecuentemente adoptado por los sobrevivientes de ataques terroristas.
Gisèle misma se ha descrito como «un campo en ruinas» y teme que el resto de su vida no sea suficiente para reconstituirse.
Saint-Beuve dijo haber encontrado a Gisèle «excepcionalmente resiliente»: «Transformó en una fortaleza lo que la hubiera podido destrozar».
Días antes del inicio del juicio, el divorcio de los Pelicot quedó finalizado.
Gisèle ha vuelto a adoptar su nombre de soltera. Siguió usando el nombre Pelicot durante el juicio para que sus nietos estuvieran «orgullosos» de estar emparentados con ella y no avergonzarse de estar asociados con Dominique.
Desde entonces vive en una aldea lejos de Mazan. Tiene sesiones con un psiquiatra, pero no toma medicamentos, porque no quiere ingerir ningún tipo de sustancia. Sigue dando caminatas largas, pero ya no se cansa.
En los primeros días del juicio, el esposo de Caroline, Pierre, subió al estrado.
Un abogado de la defensa le preguntó sobre los años en Mazan, cuando Gisèle sufría de pérdidas de memoria y su esposo la acompañaba diligentemente a sus infructuosas citas médicas. ¿Cómo no se había dado cuenta la familia de lo que estaba sucediendo?
Pierre sacudió la cabeza.
«Usted se olvida de una cosa», respondió. «No puedes imaginarte lo inimaginable».
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