El jueves 27 de mayo de 2021, Nicolás Maduro envió un mensaje de felicitación a su socio sirio Bashar al-Assad por su reelección en los comicios de la víspera, que calificó de una “ejemplar jornada democrática”.
“El inobjetable triunfo del hermano presidente Bashar al-Assad, es la victoria de la paz y la soberanía nacional”, escribió el entonces canciller Jorge Arreaza en Twitter.
El texto de Arreaza curiosamente estaba acompañado de la imagen de un comunicado que el régimen de Maduro publicó el mismo 27 de mayo, pero fechado el 26, el mismo día de las elecciones sirias que Miraflores ya daba por ganadas pese a retraso en los resultados.
El comunicado dice que ni la guerra ni la “agresión” económica a través de las sanciones “evitaron que se concretara tan importante triunfo popular”. Pero la mascarada con la que Al-Assad se adueñó de 95,1% de los votos fue denunciada por las democracias de todo el mundo.
En una farsa al estilo de la mafia de Putin, el dictador sirio, entonces con más de dos décadas en el poder, arropó a sus “contrincantes”: Mahmud Marai, líder de la oposición tolerada por el régimen, y Abdulá Salloum Abdulá, un ex viceministro de Asuntos Parlamentarios que se prestó como candidato “independiente”.
La comedia de Al-Assad podía seguir contando con la complicidad de socios como el jefe del Kremlin, los santones de Irán y la dictadura de Maduro en Venezuela, que contribuirían a prolongar por más de tres años el suplicio del pueblo sirio.
Lo que en marzo de 2011 era un capítulo de la Primavera Árabe, con un amplio movimiento de protesta contra la opresión y a favor de la democracia, pronto derivó en conflicto civil, con horrores como en la Segunda Guerra Mundial, y hasta hace poco el peor infierno del siglo XXI. Y todo porque otro dictador prefirió aferrarse al poder y sacrificar a su pueblo.
Amnistía Internacional, que ha descrito la prisión de Sednaya como un “matadero humano”, afirma que los sirios también han sufrido ataques con armas químicas, barriles explosivos y otros crímenes de guerra, así como asesinatos, torturas, desapariciones forzadas y exterminios que constituyen crímenes de lesa humanidad.
Se sabe que desde hace años se cuenta con un archivo minucioso que incluye documentos sacados de Siria clandestinamente sobre las atrocidades cometidas por el aparato de represión de Al-Assad. Y existe la posibilidad de que un día el dictador prófugo se encuentre delante de la justicia porque ya no hay garantía de impunidad.
“¡De todas formas acabará en el infierno!” pareció resumir Mohamed Cuma, estudiante de Alepo exiliado en Estambul, en una suerte de maldición que probablemente incluya a los cómplices internos y externos del tirano, que también perpetran crímenes de guerra y de lesa humanidad contra sus propios pueblos y roban elecciones.
A finales de mayo de 2021, al reiterar las felicitaciones a su socio Al-Assad por la pantomima electoral que le otorgó a este el cuarto mandato de siete años -el último según la Constitución de la nación del Medio Oriente-, el jefe del régimen chavista dijo: “Los enemigos de la paz de Siria quedaron nocaut con este triunfo gigantesco”. Pero ahora el que parece fuera de combate es el propio Maduro.
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