Un paso atrás Simón Bolívar en el bronce del busto viendo fijamente al ¿comandante? quien con la constitución nacional en la mano izquierda y a la derecha de este la bandera nacional, la misma ante la cual juró defender la patria y que ofende con esta declaración de sucesión dinástica. A su siniestra un turbado y cejijunto Nicolas Maduro ejecuta su participación del libreto en la escena y al otro lado un serio y respetuoso Diosdado Cabello hace los honores de la atención al discurso monárquico de su jefe. En la pared, como siempre, el óleo serruchado en la cámara a un tercio de su tamaño, del Libertador en ese salón del palacio de Miraflores, presidiendo el histórico evento que partió en dos a la revolución bolivariana.
Esa imagen es de diciembre de 2012. Allí están establecidos los derechos sucesorales en el poder de la revolución bolivariana. Hugo Chávez en funciones aún y probablemente bajo los efectos cronometrados de los esteroides y los sedantes oncológicos capaces de apaciguar a un caballo suministrados por los médicos cubanos; Nicolas Maduro prevenido al bate a la muerte de aquél como Raúl Castro en su tiempo y Diosdado Cabello… no se sabe. Las circunstancias lo dirán. Como lo dijo en el caso de Miguel Diaz-Canel. Pero para los efectos y las realidades posteriores esa es la línea de sucesión que se dictó desde La Habana a la manera de una casa real. Sin duda. Y se ha venido cumpliendo.
–¡sábado 8 de diciembre, nueve y media de la noche! Un poquitico mas ¿No? nueve y treinta y tres. ¡Nueve y treinta cuatro! De esa manera empezó Chávez a despedirse en su camino hacia la muerte. Firmemente esperanzado pero consciente de que esa podía ser la última de sus alocuciones a los venezolanos. Fidel Castro y los cubanos también lo sabían. Era el día de la fiesta de la Inmaculada Concepción de María para los católicos del mundo. Allí en ese espacio, en esa noche de villancicos y gaitas en Caracas al otro lado de las rejas del palacio de gobierno; esa noche, se estaba concibiendo también en esa singularidad de la vida y de la muerte el cierre de un ciclo revolucionario y el inicio de otro. No era una concepción política inmaculada. ¡Fuego al cañón, fuego al cañón! ¡Para que respeten este parrandón!
–¡Nueve y treinta y tres! Le hizo eco Diosdado ratificando la hora exacta con la precisión de un ingeniero.
Esa fue la última imagen viva que recibieron los venezolanos del teniente coronel presidente a través de las pantallas de la televisión y de las redes sociales. De allí salió raudo para el aeropuerto a tomar el avión presidencial que lo llevaría rumbo a La Habana. Esas son las realidades que se vieron esa noche.
De los tres personajes que se captan en la fotografía el ¿quién es quién? en las verdades de sus vidas con los mantos de las dudas y de las incertidumbres que se ciernen en el tiempo, estas revolotean construyendo historias con mucha armonía. Algunas piezas que se arman en ese rompecabezas de poder rojo en el misterio de la santísima trinidad revolucionaria que se convocó en el palacio de Miraflores esa noche de lectura del testamento político. El padre del 4F, el hijo vicepresidente de la república ungido como el heredero político y el Espíritu Santo dueño del PSUV con “una verdad plena como la luna llena”. Inmediatamente después del anuncio oficial de la muerte de Hugo Chávez el 5 de marzo se dispararon las inquietudes en la opinión pública con la nacionalidad y los orígenes de Nicolas Maduro, y luego con la verdadera fecha del deceso del comandante y la más importante: ese Chávez del discurso de las 3.849 palabras desarrolladas en los 37 minutos del monólogo tan similar en sus formas al que exteriorizó el diputado Requesens desde la cárcel y todos los opositores que han declarado presos y drogados con sueros de la verdad; ¿era el Tribilin que vendía arañas en su infancia con la abuela Rosinés? Solo hubo unas breves intervenciones de Diosdado Cabello ¿En verdad era el mismo que había salido con destino a La Habana a hacerse los chequeos y aplicarse oxigenación hiperbárica el pasado 27 de noviembre de 2012? La tecnología podía permitir esos anuncios desde el Centro de Investigaciones Médico-Quirúrgicas (CIMEQ) en Siboney, allá en la calle 216 y 11B en playa La Habana; pero eso podía disparar muchas sospechas y un escándalo de opinión pública. Era mejor así, en Miraflores y con un Chávez contando el tiempo. Rapidito. Solo se disponían de minutos para expresar las líneas que apuntaban a Nicolás Maduro como el relevo en el trono. La gravedad de la enfermedad del presidente venezolano solo la sabía en su justa dimensión y pronóstico el presidente cubano y líder de la revolución allá en la isla y siguiendo en tiempo real esa puesta en escena magistral. Digna de un Oscar.
Mientras este texto se va desarrollando en la pantalla al lado de la laptop de trabajo se ve la impactante transformación del actor irlandés Colin Farrell para asumir el papel de El Pingüino en la serie de HBO Max. Más peso, más edad y diversas cicatrices en el rostro que hicieron de ese trabajo de maquillaje una auténtica obra de arte donde era casi imposible remitirse a las facciones originales del actor. Solo de imaginar a un régimen como el cubano, que ha hecho del departamento de maquillaje de un set de cine y de televisión, un buró dependiente del más alto nivel del ministerio del interior para facilitar las tareas de inteligencia y de contrainteligencia exterior, colocar una verruga lo más natural posible y estirarle la bemba a alguien, cuando se trata de garantizar la permanencia en el poder y la sucesión en Venezuela, puede constituirse en un trabajo que amerita un Oscar. ¿Usted está seguro de que ese Chávez del 8 de diciembre sentado entre Maduro y Diosdado es el hijo del maestro Hugo de los Reyes que salió a Caracas desde Sabaneta de Barinas en 1971 a jugar béisbol?
La imagen de portada del magnífico y documentado libro de Juan B. Yofre titulado Fue Cuba que aborda la infiltración cubano-soviética en los primeros años de la década de los sesenta a Latinoamérica refleja a un Fidel Castro despidiendo en 1965 en el aeropuerto de La Habana a Ernesto Che Guevara irreconocible desde la icónica imagen de 1960 del fotógrafo cubano Alberto Korda. El argentino, de gruesos lentes, con una prótesis en el mentón, calvo, con los pómulos modificados y con suela reforzada en los zapatos para verse más alto; con un pasaporte uruguayo expedido a nombre de Ramón Benítez ingresó a muchos países de América del Sur sin haber sido identificado. Una obra del departamento de maquillaje de la DGI. Un Chávez medicado que se alternaba con cara de luna llena, pelón, con papada exagerada y cuello corto por las secuelas de las medicinas y otros cambios físicos derivados por los efectos secundarios de los corticoides que atacaban el dolor del cáncer, muy bien podía pasar por el original ante sus más inmediatos colaboradores y los curiosos de las pantallas, esa noche de diciembre en que se iba a anunciar la transferencia dinástica del poder revolucionario. Era más importante en atención y detalles el mensaje que el emisor.
“…si algo ocurriera, repito, que me inhabilitara de alguna manera, Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe concluir, como manda la Constitución, el período; sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que —en ese escenario que obligaría a convocar como manda la Constitución de nuevo a elecciones presidenciales— ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón.” Probablemente en ese momento en que oíamos a un Hugo Chávez, ya el otro, el original, el hijo de Elena estaba incapacitado o muerto. Después a lo largo de todo el mes de diciembre la película tuvo otras escenas bien ejecutadas hasta el 5 de marzo de 2013. ¡El comandante salió bien de la operación! Quien declaraba era el ministro Villegas. ¡Ha estado caminando con su nieto! Lo afirmaba su yerno y ministro Arreaza. En algún momento las hijas mayores se fotografiaron con él en cama y un periódico del día para certificar la vida, pero no la capacidad. Hasta que en algún momento se lo llevaron al Hospital Militar en Caracas y una enfermera deslizó sutilmente que lo había visto caminando en los pasillos con un color de buena salud. En este momento del relato es pertinente preguntar: ¿así como no hay seguridad en los orígenes de Nicolás Maduro el delfín, ese Chávez del discurso del día de la Inmaculada Concepción es el mismo del 4F y del Por ahora del quinto piso del MD?
— Hoy tenemos la Patria más viva que nunca, ardiendo en llama sagrada, en fuego sagrado. Sólo me resta decirles, con las buenas noches a las diez y diez minutos de esta noche del sábado ¡Hasta la victoria siempre! Así cerró su alocución de despedida el Chávez que vimos esa noche en los 37 minutos de un discurso de abdicación que quedaron registrados en una imagen que va más allá de las 1.000 palabras.
¡Fuego al cañón, fuego al cañón! Para que respeten nuestro parrandón.
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