La política a menudo se parece más a un cadáver renuente a ser enterrado que a una dinámica de ideas frescas y renovadas. Imaginen un cuerpo inerte que, en lugar de descansar en paz, se sacude en convulsiones finales, sorprendiendo al velatorio. Es lo mismo que ocurre cuando proyectos políticos, partidos o líderes caducados hacen su desesperado y último meneo por parecer vivos. El equivalente a un muerto bailando en TikTok; patético, pero imposible de ignorar.
En este carnaval mortuorio, se aferran a la vida como zombies al cerebro. Doctrinas que deberían estar enterradas siguen retorciéndose con el vigor de un espasmo cadavérico. Tras décadas de «servicio público» (léase: perpetuación en el poder), estas momias resurgen para lanzar propuestas tan lógicas como un mono pilotando un avión. «Si me muevo, no estoy muerto». ignorando que sus movimientos no son de vitalidad, sino sacudidas de ultratumba.
¿Qué es un espasmo cadavérico en política? Ideología, ley o líder tan obsoleto como un disco de vinilo rayado y repleto de polvo, repitiendo argumentos trillados mientras genera discusiones más estériles que una roca lunar. La política, en este escenario, se convierte en un cementerio donde los muertos no saben que lo están. Esos muertos siguen, por increíble que parezca, gozando de excelente salud… en su imaginación.
¿Por qué pasa? Muy pocos admiten que su tiempo ya pasó. La política es ese dulce veneno que hace que hasta las piedras con corazón teman convertirse en notas al pie de la historia. Los líderes caídos, como actores olvidados, hacen cualquier cosa por un último aplauso; prometen lo imposible, reviven alianzas fracasadas, y adoptan plataformas juveniles confiando que el público no distinguirá las arrugas.
Y los partidos políticos no se quedan atrás. En lugar de aceptar su decadencia con algo de dignidad, se aferran estultos a los recuerdos de glorias pasadas. Hablan de «renovación» con las mismas caras de siempre, un espectáculo tan convincente como maquillar un cadáver y esperar que lo inviten a cenar.
Los movimientos finales suelen ser absurdos, casi cómicos. El político obsoleto que anuncia «una nueva era» que no verá, o el partido agotado que cacarea «cambio» con los mismos dirigentes de la Edad de Piedra, ofrecen un espectáculo tragicómico que, si no dieran lástima, darían risa.
El problema no es su inutilidad, sino el espacio que ocupan, y, al negarse a dejar el escenario, bloquean el paso a nuevos líderes. El cambio político no ocurre cuando los cadáveres dejan de moverse, sino cuando se les permite descansar en paz. Cada muerto que no se va impide que llegue un vivo con futuro.
La política debe ser un organismo vivo, capaz de evolucionar y adaptarse. Pero nos encontramos con opiniones que se han fosilizado como los dinosaurios atrapados en ámbar, debates sobre energía nuclear con argumentos de la Guerra Fría, conceptos de lucha de clases reciclados del siglo XIX, o nacionalismos ataviados de modernidad que no engañan ni a un niño.
¿Por qué seguimos soportando zombies políticos? La comodidad de lo conocido, por más podrida, será más atractiva que la incertidumbre de lo nuevo. Añoramos un pasado idealizado, aunque no haya sido bueno, y nos dejamos seducir por discursos vacíos que tercos se repiten.
¿La solución? Exorcizar el escenario político. Hay que evidenciar lo caduco, analizar sus falacias y enterrarlas definitivamente. Solo así daremos paso a las propuestas frescas, líderes con visión y un futuro que no huela a naftalina. Finalicemos con los entes que vuelven a la vida, muertos de nula inteligencia, resucitados para ser esclavos, sometidos a la voluntad de quien le repone la existencia y demos paso a una nueva generación de líderes.
La política no debe ser el reino de los muertos vivientes; hay que dejar atrás los espectros del pasado y abrirle la puerta a una nueva generación que realmente esté viva. ¡Descansen en paz los zombies y que viva el futuro!
@ArmandoMartini
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