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Una aristocracia singular

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And moreover my mother told me as a boy / (repeatedly) ‘Ever to confess you’re bored / means you have no / Inner Resources.’ (JOHN BERRYMAN)

Estoy solo otra vez. Mi inseparable amiguito yace tumbado boca arriba en el suelo enganchado por un cable a la toma de corriente del vestíbulo. De vez en cuando suelta ruiditos raros gruup, gruup que yo elegí para enterarme de la llegada de un mensaje de correo o notificación. Parece imposible escaparse. No puedo vivir sin él. Necesito saber qué pasa por ahí. Confieso que me gusta hablar -escribir más bien- a la gente, interactuar con los otros. También me gusta que me quieran, que la gente se acuerde de mí ¿A quién no?

Creo que es bueno estar conectado con la gente. El mundo es un pañuelo inquieto y movido. Creo, sin embargo, que desconectarse de la red es sano de vez en cuando. Vivir la vida sin cable es algo saludable que se nos olvida. Vivir al modo tradicional, como la gente vivía antes es un desafío. Y es que uno necesita tiempo y espacio para estar solo. A menudo los smartphones actúan como adolescentes impertinentes. No respetan el silencio. No conocen la calma.

Foto: The Guardian

Esta mañana he leído un artículo que hablaba de unos lugares (offline clubs o grupos de desconexión) a los que acuden hombres y mujeres hartos de la sensación de sufrir una especie de secuestro virtual del que quieren alejarse y no encuentran el modo de hacerlo (‘I came to make new friends’: the hangout event where phones are locked away’. Sammy Gecsoyler, The Guardian; 15th November 2024). Según cuenta el autor del artículo, estos clubes surgieron primero en Holanda y luego empezaron a llegar al Reino Unido, concretamente a Londres. Resulta curioso comprobar que el sitio donde se reúne la gente en la capital británica sea una iglesia y el ambiente que se aprecia en la fotografía del diario sea el que uno espera encontrar en una villa de lujo para gente con clase. Bueno, de alguna manera, los disidentes no pertenecen a una categoría común, sino que forman parte de una aristocracia singular. Quienes deciden entrar en la iglesia se dedican a abrir un libro, a jugar al ajedrez, a hablar con desconocidos. Descubrí el texto en @Twitter / @X, aunque suene paradójico. Y digo esto porque últimamente nos estamos acostumbrando a leer argumentos a favor de todo lo que nos quiere convencer el pensamiento ortodoxo en el poder y la tendencia woke, y cada vez tropezamos menos con ideas de la disidencia.

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