Sigo sin entender el debate. Aclarémoslo ya: la mujer del presidente del Gobierno de España no debe tener ningún estatuto que regule su función, ni equipo a sus órdenes, ni prácticas permitidas o prohibidas, ni secretaria particular, ni asesores personales. Ni nada de nada. Porque la esposa de un presidente en una Monarquía parlamentaria no es un cargo institucional ni tiene agenda propia. Es la esposa del presidente. Lo cual quiere decir que su ámbito de actuación pública se reduce a acompañar a su marido en los actos políticos que considere, a vivir en el palacio presidencial, ser servida por el personal de la sede oficial, custodiada por el equipo de seguridad, ocupante de los coches de Presidencia y ya está. Ni más ni menos. Porque no es la primera dama de España. Ni la segunda ni la decimoquinta. Tampoco es una mujer como otros millones de mujeres. Lo que es a efectos públicos empieza y termina en su cónyuge y en su libro de familia.
El problema no lo tiene la falta de regulación del papel de la consorte presidencial. De hecho, no hubo necesidad normativa con Carmen Romero, que fue profesora, ni con Ana Botella, que era funcionaria, ni con Sonsoles Espinosa, que cantaba en un coro, ni con Elvira Fernández, que pidió una excedencia cuando Rajoy llegó a la Moncloa. El problema y el abuso es de Begoña Gómez, que se ha creído la Jackie Kennedy del JFK de Pozuelo, unos nuevos ricos con indisimulada vocación por ostentar poder y disfrutar de las mieles presidenciales hasta atragantarse, temerosos de que acaben pronto y les recoja una calabaza para llevarlos a su piso de las afueras de Madrid.
Con poner a trabajar a media neurona es suficiente para reparar que cuando se duerme en un colchón de Patrimonio Nacional y te sirve el café personal contratado por el Estado uno ya se está cobrando cualquier sacrificio profesional que tenga que hacer, incluido abandonar un trabajo que tenga zonas comunes con las esferas de poder. La mujer de Rajoy lo entendió a la primera. Es muy fácil: solo hay que aplicar la ejemplaridad y alejar cualquier resorte de poder a tu alcance. Porque ética y estéticamente ese mamoneo es rechazable. No porque lo estipule ninguna ley ni reglamento. Las prebendas que disfrutas compensan cualquier renuncia personal que debas hacer. Eso es de primero de comportamiento decente. Y lo sabe hasta el que asó la manteca. Begoña Gómez parece que no.
Cuesta tener que invocar a Perogrullo. Pero hay que hacerlo. En un régimen presidencialista, como el americano o el francés, las primeras damas, Melania Trump o Brigitte Macron, tienen un papel institucional —casi siempre enfocado a labores humanitarias o benéficas— que complementa la agenda política de sus maridos. Pero en un régimen parlamentario, ¿qué pinta la esposa de Scholz o el marido de Meloni? Nada que no sea acompañar a sus cónyuges en alguna cena o visita oficial. Y eligen ellos a cuáles sí y a cuáles no. Porque si su presencia fuera institucional, habría que haber obligado a Begoña Gómez a asistir a los recientes actos del Día de la Hispanidad o al paseo fallido de Pedro por Paiporta. Prefirió evitar el barro en su cara y los abucheos. La Reina Letizia no. Porque ella sí tiene un rol oficial muy claro. Ella sí, es la primera dama. En el colmo del descaro, Begoña se ha apresurado a apuntarse al viaje a Brasil del G-20, lo que le ha permitido no tener que concurrir al Juzgado de Peinado a recoger sus otras dos imputaciones. O sea, y para que nos orientemos, su participación en la escena pública depende de su humor por la mañana. Que pintan bastos tras la DANA y te va a caer la del pulpo, mejor se hace las uñas en Moncloa. Que Brasil ofrece caipiriñas y paseos bajo su dulce sol, pues no hay duda: Pedro, hazme sitio en el Falcon.
Así que si Begoña no tiene obligaciones institucionales y elige dónde va o no, en función de sus intereses o sus escaqueos jurídicos, ¿por qué tenemos que pagarle entre todos el trabajo de un grupo de funcionarios a sus órdenes? Y si además una de ellas, con cargo en Presidencia, le hace labores de captación de clientes y promete colaborar con los empresarios en lo que necesiten, entonces es que estamos entrando en terrenos perseguibles legalmente. Begoña, no nos tomes por tontos. Que la que no tiene méritos académicos eres tú.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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