Fue el general Douglas McArthur quien pronunció la frase que intitula esta reflexión. Ese “volveré”, como se traduce del inglés, fue inmortalizada el 20 de marzo de 1942 desde Terowie en Australia tras la retirada del ejército norteamericano de Filipinas, específicamente de Corregidor, por órdenes de Franklin Delano Roosevelt durante la II Guerra Mundial. Mc Arthur, de pletórica arrogancia, seca frialdad pero brillante estrategia, uno de los únicos cinco militares que han recibido la distinción de general de cinco estrellas de Estados Unidos, cumplió esa promesa el 20 de octubre de 1944 con el desembarco americano en la isla de Leyte y en agosto del 45 recibió la rendición del indoblegable Japón tras los dolorosos pero inevitables bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki.
Y 80 años después de aquel retorno de McArthur, guardando las muy lejanas distancias y circunstancias históricas, Donald Trump volvió a la Presidencia de Estados Unidos. Volvió el hombre antiestablishment (que no es algo malo necesariamente) y el político pragmático y ha regresado además arropado con el fervor popular, propio de los mesianismos en los que parece encuadrar Trump.
No fue una victoria con margen para discutir el resultado. Trump ganó por la calle del medio. Alcanzó el control del Senado y, más importante aún, la Cámara de Representantes, la House. A todo ello se suma la mayoría de los gobiernos republicanos de los Estados. Y como si fuera poca cosa, ha ganado el voto popular, así que no podría alegarse que el resultado es una trampa del sistema indirecto de elección, es una decisión abrumadora del pueblo norteamericano. Es decir, la escena del segundo mandato de Trump está servida en bandeja de plata y sin que se avizore siquiera una mínima oposición.
Y es que la única oposición que pudo sobrevivir y hubiera sido saludable, no quedó siquiera en pie. Biden y Harris demolieron las bases del liderazgo demócrata, una amplia crisis arrastrada tras la salida de Obama. Y si bien es cierto, nada se podía hacer para frenar el deslizamiento inevitable que llevó al naufragio del Partido Demócrata, Joe Biden fue un error inexcusable para su propio partido en la misma medida que lo fue el retiro de la candidatura y el surgimiento de Kamala. No menos error fue que el propio Partido Demócrata creyera en la posibilidad de que Harris tenía algo que ofrecer realmente para un país que está urgido de tantas cosas en lo social, lo político, lo económico y lo moral.
Para los exacerbados adversarios de Trump su victoria representa el fin de la civilización. Justifican en grandes medios que el nuevo presidente es consecuencia de la erosión que vive Estados Unidos en todos los planos imaginables y de una fragmentación que permitió que las sectores extremos y minoritarios pudieran sumarse para ser mayoría. Eso no es verdad y los números de la elección no mienten, al contrario, están muy alejados de ese supuesto que no es sino motivado por un odio más de estilo que de fundamentos.
Lo cierto del caso es que el próximo 20 de enero Donald Trump asumirá su segundo mandato, aunque por allí ande agitándose tras bastidores el casi imposible tercer mandato que solo sería viable con la reforma de la Constitución norteamericana. Creo que llega el hombre indicado para el peor momento de Estados Unidos, fraguado por Biden, no solo a lo interno sino también a lo externo. Trump vuelve a ese mundo del que Estados Unidos es hegemón. Con una Ucrania derrotada por una guerra que no tendrá vencedores. Con una China en plena expansión como la gran capitalista del mundo. Con la América Latina donde siguen los mismos en el mismo sitio. Maduro, Ortega y Díaz-Canel.
Pero particularmente será Maduro quien temerá la llegada de Trump. Si bien nuestro país no es ni remotamente el primer tema de la agenda internacional del nuevo gobierno, es evidente que la hostilidad y el encerramiento serán la ruta para cuando menos neutralizar al régimen venezolano. En ello cumplirá un rol clave Marco Rubio, designado como secretario de Estado, quien es un aliado inclaudicable y feroz de la causa venezolana. El 10 de enero Maduro ejecutará la burla final de la soberanía que se expresó el 28 de julio, no cabe duda, y se juramentará írritamente como presidente ante su Asamblea Nacional. Pero desde el 20 de enero sufrirá las consecuencias de eso y allí está la clave: la presión externa que es la única que puede poner fin a este cuarto de siglo de destrucción.
Hay asuntos claves que nos ayudarán. Putin y Trump se la llevan bien y saben convivir y llegar a acuerdos. Y si bien el tema venezolano no será agenda entre ellos, otros casos, como Ucrania, sí. Y en una relación ganar-ganar, podemos salir beneficiados. Trump intentará poner fin de inmediato a esa guerra y despejar el camino para una mínima estabilidad internacional que le otorgue más tiempo para abordar la crisis norteamericana. Y en esa estabilidad está incluida la región latinoamericana donde sin duda Venezuela es el mayor de todos los problemas.
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