Debo confesar que he disfrutado como un enano viendo los rostros de consternación de todos los loritos sistémicos, autóctonos y foráneos, ante la victoria apabullante de Donald Trump (y eso que Trump nunca ha sido santo de mi devoción). ¿Cómo puede explicarse que un hombre condenado por varios delitos (todos ellos, sin embargo, con el inconfundible olor a chamusquina del montaje) haya podido arrasar en las elecciones? ¿Cómo se explica que alguien tildado machaconamente de misógino y racista haya acrecentado su voto entre las mujeres, así como entre la población de raza negra y de origen hispánico?
Sin duda, la razón principal de la apoteosis trumpista debemos buscarla en la inanidad del personajillo que le disputaba la presidencia, la inepta y vitanda Kamala Harris, una nulidad eximia que se las ingenió para vivir tumbada a la bartola a la sombra de un tipejo gagá como Biden, asumiendo su gestión belicista y criminal; y que, para más inri, probó ser una psicópata redomada, haciéndose acompañar en sus mítines de un abortorio móvil, para que las taradas que iban a escucharla pudieran a la vez asesinar a sus hijos, como quien se hace las uñas. Y, desde luego, otra razón de peso en la apoteosis trumpista ha sido la valentía mostrada por el candidato republicano en los intentos de asesinato que ha padecido durante los últimos meses, en especial en el primero, cuando abandonó el estrado con el rostro ensangrentado y exhortando a la lucha a sus seguidores. El contraste entre esta imagen corajuda de Trump y la imagen patética que hace apenas unos días nos ofreció el doctor Sánchez, huyendo como una rata con colitis del sufrido pueblo valenciano que con toda la razón del mundo lo increpaba, resulta, en verdad, apabullante.
Pero, además de estas dos razones evidentes, existen sin duda otras que han contribuido a la victoria de Trump. El análisis más atinado de esta victoria lo ha escrito Fernando Alonso Barahona (quien, por supuesto, no tiene cabida en los medios de cretinización de masas, ocupados por los loritos que regurgitan la misma alfalfa sistémica): «El movimiento MAGA ofrece una serie de principios muy sencillos pero capaces de ilusionar: patriotismo frente al globalismo, libertad de los ciudadanos frente a la creciente intervención del Estado en las vidas privadas, defensa de las identidad propia y de la ley y el orden, defensa de la industria americana, reivindicación de los valores positivos, de la excelencia, de la sana rebeldía, de la visión trascendente de la existencia y huida de las aventuras belicistas a cargo de la gente corriente, la que vive, sufre, trabaja y paga impuestos». Trump se ha erigido en portavoz de las necesidades sociales reales y ha mostrado su oposición sin ambages a toda la farfolla ‘woke’ que pretende imponer cancelaciones ideológicas al disidente, fanatismo climático, inmigración descontrolada y denigración de todo vestigio de moral cristiana (cosa distinta es que Trump vaya a restaurar esa moral denigrada).
Pero hay otra razón a mi juicio muy poderosa que explica la apoteosis trumpista y a la que no se ha prestado suficiente atención. Se trata de lo que podríamos llamar ‘prescripción a la inversa’, que los medios sistémicos de cretinización de masas ejercen sobre una creciente porción de la población. Cada vez hay más gente harta de medios de comunicación serviles que tratan de imponernos una agenda mefítica. Y esos medios se mancomunaron en la demonización de Trump, pero también de sus potenciales votantes, a quienes caracterizan como una patulea de frikis descerebrados, una chusma negacionista y nada resiliente ni ecosostenible, sin pizca de perspectiva de género, etcétera. Durante un tiempo, mediante estas campañas de demonización, los medios sistémicos de cretinización de masas lograron imbuir el miedo entre quienes osaban pensar de forma ‘desviada’ y fortalecer así el gregarismo en las comunidades humanas, convertidas en rebaños que obedecían sus prescripciones. Pero a esta chusma corrupta y corruptora se le está acabando el chollo; y basta que una persona sea estigmatizada o desprestigiada por esta chusma para que inmediatamente despierte las simpatías de una multitud de gentes variadas (quien lo probó lo sabe). Una multitud ideológicamente transversal que no se traga las ‘versiones oficiales’ y las intoxicaciones que interesan a los lobis plutocráticos, que desea escuchar la voz del disidente, que no soporta que la traten como si fuesen idiotas incapaces de enjuiciar críticamente la realidad y formarse una opinión. Y que, en definitiva, consideran que la prensa sistémica se ha convertido en un proveedor de mercancía averiada; como lo prueban, por ejemplo, todas las encuestas manipuladas que en vísperas de la votación se publicaron en los principales medios estadounidenses, augurando un resultado muy ajustado (incluso en estados como Iowa, donde Trump ha arrasado), con la clara intención de inducir el voto a favor de la inepta y vitanda Harris.
Sospecho que muchos millones de votos cosechados por Trump obedecen a esta ‘prescripción a la inversa’ de los medios sistémicos de cretinización de masas, empeñados en la demonización grosera del candidato republicano. El desprestigio de la prensa servil y de esa chusma corrupta y corruptora de los falsos creadores de opinión, loritos sistémicos y fastuosamente untados, es una noticia extraordinariamente esperanzadora. Ojalá Dios nos dé vida para verlos definitivamente hundidos y arruinados a todos, todas y todes.
Artículo publicado en el diario ABC de España
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